Por Alberto García Palomo
El coronavirus está suponiendo un problema mundial de salud y económico. Miles de personas han perdido sus ingresos y se abocan a una situación límite, sin recursos para pagar el alquiler o alimentarse. Movimientos barriales como Somos Tribu en Madrid brindan «apoyo mutuo» a los más vulnerables.
Itahisa Borges abre una tabla en el ordenador y dice en voz alta: «Un adulto y dos niños; madre con seis personas a su cargo». Inmediatamente, Marta Baquedano agarra dos cajas y se pone a distribuir las existencias que tiene a su alrededor. Estas dos jóvenes —34 y 22 años, respectivamente— han acudido esta tarde a La Brecha, un Centro Social de Vallecas, para entregar lotes de comida a quien los requiera. Gracias a esta iniciativa, como a otras similares que han aflorado en distintos barrios de Madrid, la gente más vulnerable puede alimentarse en plena pandemia.
El nacimiento de esta red de solidaridad, surgida espontáneamente por redes sociales o grupos de whatsapp, es el único flotador para las miles de personas en necesidad debido al Estado de Alarma decretado hace más de un mes. El coronavirus no solo ha supuesto una emergencia sanitaria: también ha arrasado con la economía. A los más de 800.000 puestos de trabajo perdidos en marzo se le suman quienes ni siquiera cuentan en ese registro, los que realizaban empleos sin cotizar. En estas iniciativas ciudadanas, muchos han encontrado el sustento para llevarse algo a la boca.
Como Victoria, la mujer de 43 años a la que se refería Borges en su listado. Llega al minuto de que se levante la cortina metálica. Su hijo, Emilio, de 20 años, espera en el coche a unos metros. En casa se han quedado otras cinco personas, por eso carga con un carro de compra y una bolsa a reventar. «Es la primera vez que vengo, porque hasta ahora hemos aguantado, pero ya es imposible», comenta, explicando que la cuarentena les impide seguir vendiendo en el mercadillo, su medio de vida. «Muchísimas gracias. Todo esto que estáis haciendo os lo devolverá el Señor», se despide.
Hoy ha tenido suerte, según las voluntarias de La Brecha. El día anterior recibieron cajas con berenjenas, tomates y pimientos de una asociación. Además, una empresa donó un palé de yogures. Eso, más las aportaciones individuales (con arroz, aceite, galletas o leche, entre otros productos) hacen que las cajas que preparan sean bastante completas. «Depende del día», comenta Borges, «tenemos más o menos y lo que queremos es hacer cestas decentes».
Su papel no se reduce a las horas que abren este banco de alimentos. El resto de las jornadas se dedica a coordinar las donaciones y las ayudas con el resto de grupos. «Estamos trabajando en común varias asociaciones para llevar la compra, asesorar en temas laborales o hacer tareas de cuidado de animales», enumera. Tanto ella, actriz con varios proyectos cancelados, como Baquedano, camarera a la que despidieron antes del Estado de Alarma, hacen esto de forma altruista.
«Esperamos que no se reduzca a lo que dura el encierro y fortalezca las redes vecinales», arguyen, sin poder dar un perfil concreto de quien las utiliza.
La cuarentena ha afectado a toda la población, pero ha incidido especialmente en migrantes indocumentados o en quienes sobrevivían a base de economía sumergida. Carmen Falero, mujer peruana de 42 años, lleva dos años y medio en España y trabaja de «externa», cuidando niños. Comparte una habitación con dos familiares por 300 euros al mes. Aún no ha regularizado su situación y solloza confesando que «todo se le complica». «Ya no damos a más. Es muy doloroso, muy penoso», sentencia mientras arrastra dos bolsas y un carro con lágrimas en los ojos.
En Vallekas tenemos una historia de lucha y de solidaridad. Por eso sabemos que con apoyo mutuo, unidas y unidos, saldremos de ésta.
Hoy estrenamos esta página web: https://t.co/5gNMSCfC3a
¡Somos tribu!
¡Somos de Vallekas!
¡Y vamos a ganar!#SomosTribuVk pic.twitter.com/gWT1NowLAH— Somos VK (@SomosTribuVK) March 20, 2020
Yurisa Pacherres, compatriota de Lima, viene por primera vez a por comida. Son cinco en una habitación. Se ha quedado «en la calle», sin recursos, y se ve «de repente» sin nada. «Siempre he tenido para mantenerme, pero ya nada es seguro. Espero que acabe rápido, porque es desesperante», apunta. Coincide Abraham Acuña, un venezolano de 28 años que se acerca con la moto que solía usar en su trabajo de repartidor. Cuando trabajaba en un kebab y podía permitirse alquilarla por 150 euros al mes: ahora se la han dejado prestada solo para este cometido.
«Llevo 11 meses aquí y podía mantenerme. Cuando empezó esto, tuve para pagar el alquiler y 100 euros que me mandó mi mamá para comida. Ahora no me quedan otras opciones y no sé qué haré con la casa», lamenta.
Giancarlo, peruano de 31 años, recurre a esto con otra situación: goza de un paro de unos 1.000 euros, pero es lo que paga por la casa, así que está a cero cuando toca ir a por comida. «Se enteró mi mujer por una amiga y acabo de venir. Antes fui previsor y con un ahorrillo compré sacos de arroz y algo básico», defiende.
Mientras esperan en la entrada, guardando una distancia prudencial y sin arremolinarse para que no pueda llamarles la atención la policía, llegan dos miembros más del colectivo. Amelia Martínez conduce un coche hasta la puerta para cargar con una compra y repartirla. Es “project manager” de una agrupación y tiene «la suerte» de seguir trabajando desde casa. «Echo una mano y espero que siga después, porque seguirá haciendo falta», declara. Otro colaborador es Álvaro Condés, de 35 años. Trabaja en una panadería de Leganés, una localidad al sur de la capital, y cada tarde les lleva cuatro cajas con 32 paquetes de pan de molde. «Hablé con mi jefe y aceptó dar esto», expone quien ya tenía una relación habitual con La Brecha.
En esta federación imprevista se encuentra Ainhoa Limón, «madre de día» de 46 años. Hasta la urgencia sanitaria provocada por el coronavirus cuidaba niños. Ahora se encarga de agilizar los trámites de estas iniciativas neonatas. «Soy persona de riesgo por asma y ayudo con la comunicación y gestiones desde casa», responde. Pertenece a Somos Tribu, otra red de solidaridad de Vallecas que ya se está reproduciendo en otras zonas de Madrid. En un grupo de whatsapp son 1.400 personas. «Los servicios sociales no están llegando y estamos sosteniendo que el barrio pueda comer», arguye.
«Gracias a estos movimientos, la gente no está saqueando supermercados», defiende. «La situación se está agravando cada día. Muchos se están quedando sin nada», protesta Limón, que destaca la «parte humana» que ha aflorado con el virus.
Y que se extiende por Madrid y el resto del territorio nacional, donde algunas agencias y organismos prevén una caída de casi el 8% del Producto Interior Bruto.
Teba Castaño, por ejemplo, asiste en Lavapiés y aledaños. Ha montado junto a tres personas más el Banco de Alimentos del Barrio (BAB). Recoge en comercios medianos y grandes superficies. «El objetivo de esto no es resolver las necesidades nutricionales, sino dar, al menos, un mínimo», analiza. Para ella, estas redes de ayuda mutua son esenciales para los más vulnerables, exentos de apoyo estatal. «Y no solo para ellos: mañana puede ser cualquiera», razona.