María Teresa Felipe Sosa* – Diario Red
Frente al cinismo de quienes intentan redefinir el humanitarismo con parámetros coloniales, corresponde a la comunidad internacional, y a los pueblos del mundo, alzar la voz. Porque no se puede ser neutral ante el genocidio. Porque el silencio, también, mata
En medio del brutal asedio contra la Franja de Gaza, donde el Estado sionista de Israel ejecuta un genocidio metódico y sostenido contra el pueblo palestino, se ha puesto en marcha una nueva farsa: la Gaza Humanitarian Foundation (GHF). Presentada como una alternativa “neutral” de asistencia, esta organización no es más que una extensión de la maquinaria de ocupación y exterminio, respaldada abiertamente por Israel y Estados Unidos, cuyo objetivo es desplazar a Naciones Unidas y manipular la ayuda humanitaria en función de intereses coloniales.
Lejos de representar una solución a la devastadora crisis humanitaria, la GHF es un engranaje más del aparato de castigo colectivo. En sus primeros días de operaciones, dejó una estela de sangre palestina: al menos 10 personas asesinadas y más de 60 heridas mientras intentaban alcanzar desesperadamente uno de sus centros de distribución en Rafah. Hoy, la cifra supera los 52 muertos y 350 heridos. Las imágenes son irrefutables: hambre, caos, desesperación y represión. Mientras voceros israelíes hablan de “disparos al aire”, los testimonios desde Gaza confirman que los soldados disparan directamente contra la población civil hambrienta que intenta conseguir comida. Lo que debía ser ayuda, llegó escoltado por metralla.
La génesis de esta fundación responde a una lógica perversa: fue creada como respuesta israelí a acusaciones (jamás comprobadas) de que Naciones Unidas desviaba ayuda a Hamás. En lugar de fortalecer los mecanismos humanitarios existentes y sometidos a supervisión internacional, Israel optó por erigir una estructura paralela, privada, opaca y subordinada a intereses militares. El propio Jack Wood, su primer director, exmilitar estadounidense, renunció antes de asumir funciones, afirmando que el plan violaba principios humanitarios básicos.
¿Humanitarismo o ingeniería de control?
¿Puede considerarse humanitaria una organización creada bajo los lineamientos del ejército ocupante? ¿Puede aceptarse como solución un mecanismo impuesto por quienes han bombardeado hospitales, asesinado a trabajadores humanitarios y bloqueado sistemáticamente la entrada de ayuda? La respuesta es clara: no. La GHF no solo carece de neutralidad; es parte activa del problema. Es un instrumento de control poblacional, desplazamiento forzado y sometimiento colectivo.
Israel, con el respaldo vergonzoso e incondicional de Estados Unidos, intenta ahora lavar su imagen con esta iniciativa privada, financiada con fondos turbios y sin ningún tipo de transparencia. La GHF asegura tener más de 100 mil millones de dólares prometidos por un Estado europeo que prefiere esconderse tras las sombras de la diplomacia. ¿Cómo no interpretar esto como una operación encubierta de guerra?
Lo que está ocurriendo no es una crisis humanitaria: es un genocidio televisado, administrado con frialdad por una potencia ocupante que no se conforma con asesinar desde el aire, sino que también busca controlar el alimento, el agua y hasta el oxígeno. Gaza no necesita empresas privadas con uniformes militares. Gaza necesita el fin del genocidio, la apertura de corredores humanitarios verdaderos y el cumplimiento del derecho internacional.
El silencio también mata
No se trata de una tragedia accidental. Se trata de un genocidio racionalizado, sistemático, visible y, sin embargo, tolerado. Un genocidio en el que la distribución de alimentos se convierte en herramienta de reordenamiento poblacional. La GHF no es un proyecto filantrópico fallido: es una operación política disfrazada de ayuda. Es la versión neoliberal y privatizada de la ocupación. Y como tal, debe ser denunciada y desactivada.
El pueblo palestino no necesita nuevas estructuras de administración del sufrimiento. Necesita justicia. Necesita dignidad. Necesita una vida libre, no cajas de comida bajo fuego.
Frente al cinismo de quienes intentan redefinir el humanitarismo con parámetros coloniales, corresponde a la comunidad internacional, y a los pueblos del mundo, alzar la voz. Porque no se puede ser neutral ante el genocidio. Porque el silencio, también, mata.
* María Teresa Felipe Sosa (La Habana) es licenciada en Historia del Arte por la Universidad de La Habana. Desde sus años de juventud ha estado vinculada a los medios, comenzando en la radio y consolidando su carrera como redactora de noticias en Tele Rebelde hasta 2024. Se ha formado en áreas como semiótica, edición audiovisual y narración deportiva, lo que complementa su experiencia en la creación de contenidos.