Abjasia y Osetia del Sur
Países que existen… pero no del todo
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- La técnica de la «fronterización.
- Cuando su casa ya no está en su país.
Ambos territorios están enclavados en el Cáucaso, una región famosa por producir montañas espectaculares, vinos antiguos y conflictos sorprendentemente persistentes. Durante la época soviética, Abjasia y Osetia del Sur eran regiones autónomas dentro de la República Socialista Soviética de Georgia. Moscú administraba el equilibrio étnico con mano firme: mientras la URSS existió, nadie se movía demasiado. El problema empezó cuando el árbitro se fue del partido.
Con la disolución de la Unión Soviética en 1991, Georgia recuperó su independencia y quiso ejercerla plenamente sobre todo su territorio. Abjasios y osetios del sur no estaban de acuerdo. Temían quedar subordinados a un Estado georgiano que percibían como nacionalista y poco sensible a sus identidades. El resultado fue inmediato y clásico: guerras locales, desplazamientos de población y odios que se heredan como una propiedad más.
Abjasia, situada a orillas del mar Negro, vivió una guerra particularmente brutal entre 1992 y 1993. Tras el conflicto, las fuerzas separatistas —con un apoyo ruso nunca del todo oficial pero tampoco muy secreto— expulsaron a gran parte de la población georgiana. Desde entonces, Abjasia funciona como un Estado de facto: tiene presidente, parlamento, bandera, himno y hasta turismo ruso, pero carece de algo esencial en el mundo moderno: reconocimiento internacional. Solo un puñado de países la reconocen como independiente; para el resto del planeta, sigue siendo Georgia.
Osetia del Sur es aún más pequeña y más extraña. Su población ronda la de una ciudad mediana y su economía depende casi por completo de Rusia. El conflicto latente estalló con fuerza en 2008, cuando una breve pero intensa guerra entre Georgia y Rusia colocó a Osetia del Sur en las portadas del mundo. Moscú reconoció su independencia tras el conflicto, al igual que hizo con Abjasia. Para Georgia, aquello fue una amputación territorial; para Rusia, una línea roja estratégica; para el derecho internacional, un dolor de cabeza persistente.
Aquí está el núcleo de lo inexplicable: Abjasia y Osetia del Sur son independientes en la práctica, pero invisibles en la teoría. Emiten pasaportes que casi nadie acepta, mantienen fronteras vigiladas por soldados rusos y sobreviven gracias a subsidios de Moscú. Son países que existen para quienes viven allí, pero no para la mayoría de los mapas del mundo.
Georgia, por su parte, mantiene la postura de que ambos territorios están “ocupados” por Rusia. Y desde un punto de vista jurídico internacional, tiene argumentos sólidos. Pero en política real, los hechos consumados pesan más que las resoluciones, y los hechos dicen que Tiflis no controla Abjasia ni Osetia del Sur desde hace más de tres décadas.
Al final, Abjasia y Osetia del Sur son fronteras inexplicables porque condensan todas las contradicciones del orden mundial: el choque entre autodeterminación e integridad territorial, la herencia envenenada del colapso soviético y el papel de las grandes potencias usando territorios pequeños como piezas de ajedrez. No son países reconocidos, pero tampoco simples regiones rebeldes. Son, más bien, recordatorios incómodos de que en algunos rincones del mapa la pregunta “¿de quién es este territorio?” sigue sin una respuesta clara… y quizá no la tenga pronto.
Basado en el libro “Un mundo inmenso, explicación de fronteras inexplicables”
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