En la URSS

Entre bastidores

Manuel Carballo Quintana

Manuel Carballo

Me atrevo a escribir algo sobre la antigua Unión Soviética (URSS), aunque no sea para hacer referencia a la guerra actual entre Rusia y Ucrania.

Estuve dos veces en la URSS, una en 1964 por invitación del Komsomol –la organización de juventud del Partido Comunista de la Unión Soviética-, por intermedio de amigos personales de la Juventud Vanguardista; y la segunda en 1975, en mi condición de Viceministro, por invitación del Ministerio de Cultura de los soviéticos. Lo que relataré no trata de crónicas turísticas ni aconteceres oficiales, sino simples hechos simpáticos, puramente anecdóticos.

Llegué la primera vez procedente de Estocolmo con un salvoconducto de las autoridades soviéticas, pues Costa Rica no mantenía relaciones con la URSS, ni convenía políticamente que un pasaporte costarricense apareciese con visados comunistas. Fui recibido en el aeropuerto Sheremétievo de Moscú por tres dirigentes de la juventud, entre ellos uno de más de 40 años de edad. En respuesta a mi pregunta, me manifestó que se consideraba dirigente juvenil no por la edad sino porque era uno de quienes dirigían el Konsomol, designado por el gobierno. Esto me hizo recordar a don Pepe Figueres, quien me criticaba que yo, con 30 años de edad, seguía siendo de la Juventud Liberacionista.

De camino del aeropuerto al hotel del Konsomol, con los tres amigos rusos que me recibieron nos detuvimos en el Parque Gorki, uno de los más bellos de Moscú, nos acomodamos en una mesa con poyos de concreto en el parque. Sacaron una botella de vodka e hicimos un brindis de bienvenida con medio vaso lleno, acompañado de un pepino entero cada uno. No nos emborrachamos, pero ¡se imaginan ustedes cómo tenía yo la cabeza! Hoy día, casi sesenta años después, cuando hago recuerdos del Parque Gorki, para mí, en mi mente, es un parque que gira como un gigante carrusel.

Esta primera visita comprendió reuniones para conocer el funcionamiento de múltiples organizaciones juveniles y empresas manejadas por el Konsomol, visitas a museos y centros culturales, viajes al interior del país, incluyendo Leningrado (hoy San Petersburgo) y Tallin, la ciudad capital de la linda República Socialista de Estonia de entonces (hoy nación independiente). No pudieron faltar la visita guiada al Museo Hermitage y asistir a funciones del Ballet Bolshoi y el Circo de Moscú.

Un par de hechos que nos llamaron la atención, o mejor dicho, que me sorprendieron. Primero la visita a una modesta residencia de un joven moscovita. El interior de la casa tenía muchas imágenes religiosas: Jesús, la Virgen María, la Santísima Trinidad con una velita encenida. El joven comunista, al ver que las observaba con sorpresa me comentó: “Es mi mamá que cree en esa cosas. La he tratado de convencer… pero nada”.

Otro hecho fuera de lo común: una visita a conocer una mega-tienda libre de impuestos. Era como estar en cualquier centro comercial de Occidente. Claro está, sólo podían comprar ahí los turistas con pasaporte y los ciudadanos con carnet del Partido Comunista de la URSS o carnet del Konsomol.

Un tercer pasaje muy significativo al menos para mí. Nuestro guía principal era un joven que hablaba español aprendido en Cuba en dos años de permanencia en ese país. Conducía su propio automóvil (para él “mi máquina”). En el centro de Moscú se saltó un semáforo en rojo, afortunadamente sin consecuencias físicas. No había avanzado una cuadra cuando nos detuvo un inspector de tránsito motorizado. Le hicieron una boleta y nuestro amigo se llevaba las manos a la cabeza, lamentándose muy en serio de su error. Le pregunté el por qué de su reacción, ¿había multa fuerte, cárcel, suspensión de su licencia de conducir, o qué? No había nada de eso, con la boleta estaba obligado dentro de una semana a ver una película sobre cómo conducir bien. Cuando le comenté que en realidad no era nada, me explicó que la película obligatoria tenía dos horas de duración, y además ya la había tenido que ver dos veces antes. En mis adentros pensé que en Costa Rica no habría sala para proyectar una película con tantos infractores.

Interesante es conocer cómo los habitantes, mayores de edad y jóvenes en general, pagaban su pasaje en buses, tranvías y el metro, depositando su valor en una caja metálica a la entrada de esos medios de transporte, y tomando su vuelto de la misma caja con absoluto respeto y honestidad.

Finalmente, fue interesante ver cómo todos, particularmente los jóvenes, participaban en la colección e intercambio de postales para sus álbumes -algo así como el panini con jugadores de fútbol del campeonato mundial-, con la diferencia que sus colecciones eran con artistas, escritores, científicos y otros intelectuales del mundo de la ciencia, el arte y la cultura.

A mi regreso la gran sorpresa fue para mis amigos, pues ellos sabían que mi ausencia era por una beca de estudios en Suecia, mas no para visitar el “temido” comunismo.

Mi segundo viaje a la URSS fue en 1975 como Viceministro, por invitación de los soviéticos. Fue un poco diferente, pues Costa Rica había iniciado relaciones diplomáticas con la Unión Soviética desde hacía ya dos años. Viajaría con pasaporte diplomático y sin tener que esconder la visa soviética como en 1964. Fue una visita de diez días, acompañado por el compañero Miguel Muñoz (qdDg), quien fungía como excelente funcionario del Movimiento Nacional de Juventudes (MNJ).

La visita fue intensa, con reuniones y recepciones oficiales principalmente con organizaciones culturales y de juventud. En algunas oportunidades hasta tres reuniones por día, escuchando discursos y teniendo también que responder con pequeños discursos. Los mensajes soviéticos eran en favor de la paz mundial y de la lucha por la soberanía y contra el imperialismo. Nuestras respuestas eran también en favor de la paz, de poder mantener relaciones amistosas y de respeto, ejemplificando con la protección de la naturaleza y la abolición del ejército en nuestro país.

Yo llevaba la carga de las peroratas, pero al final estaba un poco cansado y le pedí a Miguel, en uno de los encuentros, que él hiciera el discurso de respuesta, ante más o menos cincuenta jóvenes. Esto fue casi textual parte de lo que dijo mi compañero Miguel Muñoz: “…Nosotros también en Costa Rica hemos luchado en defensa de nuestra soberanía y tuvimos en 1856 una guerra para expulsar del territorio costarricense al filibustero norteamericano Johnny Walker…”. Los jóvenes soviéticos aplaudieron frenéticamente, sin tener por qué estar enterados que Miguel quiso decir William Walker. Ya en nuestro hotel nos reímos del gazapo de Miguel. Pero confiados en que las marcas de whiskey no eran tan conocidas en la URSS.

Hoy no existe la URSS. Algunos en Rusia conocerán más que los antiguos soviéticos.

Mi mayor deseo es que Rusia y Ucrania puedan poner fin a una guerra injustificable, que impere la paz entre ambas naciones y que ambas puedan mantener su integridad, su soberanía y construir sociedades con pleno respeto a los derechos humanos. Una utopía, ¿cierto?

Estos apuntes no tienen ninguna pretensión literaria; son la narración coloquial de vivencias personales y simples hechos reales poco conocidos, que vale la pena recordar.

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