En la muerte de Randall Gamboa

Óscar Arias Sánchez

Randall Gamboa

Nada podemos hacer ahora para devolverle la vida a Randall Gamboa, quien permaneció en custodia del Servicio de Control de Inmigración y Aduanas (ICE) de los Estados Unidos de América y, posteriormente, fue deportado a nuestro país en una muy precaria condición de salud que nos hacía suponer que fue maltratado sin misericordia alguna. Luego de permanecer en agonía durante dos meses, lamentablemente el día de ayer falleció.

Lo que sí podemos hacer es alzar nuestra voz ante el silencio cómplice del actual gobierno de Costa Rica con el actual gobierno de los Estados Unidos de América. Randall Gamboa entró al territorio norteamericano ilegalmente pero en perfecta condición física. Fue arrestado dos días después y llevado a un centro de detención, donde permaneció por varios meses. Tiempo después, fue trasladado a un hospital antes de ser deportado y enviado a nuestro país en un avión ambulancia. Randall llegó a Costa Rica, como lo ha dicho su familia, “en estado vegetativo”, por lo que no pudo contar qué fue lo que le sucedió mientras estuvo detenido. Han pasado casi dos meses desde que Randall regresó al país y nuestro gobierno ha sido incapaz de obtener de las autoridades de Washington una explicación. La familia de Randall merece conocer la verdad y que se sepa qué fue lo que le sucedió mientras se encontraba bajo custodia de las autoridades migratorias de los Estados Unidos.

La política migratoria promovida por el presidente Donald Trump encarna los peores antivalores que cualquier política estadounidense haya profesado: es racista, xenófoba y normaliza el trato inhumano hacia las personas migrantes. El caso de Randall Gamboa me recordó el del estudiante estadounidense de la Universidad de Virginia, Otto Warmbier, que se hizo tristemente célebre por su detención en Corea del Norte y las circunstancias de su muerte posterior. Warmbier viajó a Pyongyang a finales de diciembre de 2015 como parte de un tour turístico. Poco antes de regresar fue arrestado en el aeropuerto por supuestamente intentar robar un cartel de propaganda política del hotel donde se hospedaba. Las autoridades norcoreanas lo acusaron de “actos hostiles contra el Estado” y fue encontrado culpable. Durante su encarcelamiento Warmbier cayó en coma. En junio de 2017, tras 17 meses de prisión, fue liberado en estado de coma y devuelto a Estados Unidos. Otto Warmbier falleció pocos días después sin haber recuperado la conciencia.

Nunca me imaginé que llegaría el día en el cual los Estados Unidos de América, el “líder del mundo libre”, como suelen llamarse los estadounidenses, llegaría a comportarse igual que Corea del Norte, uno de los regímenes dictatoriales más despóticos del mundo. Al igual que la muerte de Warmbier, la muerte de Randall, sin una explicación oficial de las autoridades norteamericanas, provoca una enorme indignación pública.
Como lo he dicho muchas veces, la pobreza no necesita pasaporte para viajar. Nadie deja todo aquello que ama para embarcarse en la amarga aventura de ir a buscar otra tierra donde rehacer su vida, si no es porque en su propio país no existen suficientes oportunidades para mejorar su condición socioeconómica. Hoy lamentamos la deportación de un costarricense de un país que se vanagloria ante los ojos del mundo de ser una democracia “excepcional”, cuando la verdad es que su actual “excepcionalismo” consiste en violar sistemáticamente los Derechos Humanos de nacionales y extranjeros.

Hoy no puedo guardar silencio cuando a un costarricense ―un humilde funcionario de la Municipalidad de Pérez Zeledón— se le deporta en una condición infrahumana. No voy a callarme cuando se pone en jaque la vida de seres humanos. He vivido lo suficiente para saber que no hay nada peor que guardar silencio o tener miedo a decir lo que mi conciencia me dicta.

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