Michael Sfard
Hemos vivido un trauma espantoso perpetrado por seres humanos que han perdido su humanidad, y ahora bombardeamos, asesinamos y matamos de hambre a la gente, y endurecemos nuestros corazones hasta petrificarlosLa corrupción moral es un mecanismo que se retroalimenta y justifica a sí mismo en un ciclo que puede tornarse interminable sin una intervención decisiva e insistente.
Para nosotros los israelíes, la condición de refugiados que hemos impuesto a millones de palestinos durante 75 años, la ocupación que hemos impuesto a otros millones durante 56 años y el asedio que hemos impuesto a los millones de palestinos de Gaza durante 16 años han erosionado nuestros principios morales. Han normalizado una situación en la que hay personas que valen menos. Mucho menos.
La corrupción suele avanzar hacia las profundidades del abismo a una velocidad constante con aterradores periodos de aceleración, pero también hay esperanzadores momentos de ralentización… hasta el sábado negro del 7 de octubre.
La incomprensible crueldad a la que hemos estado expuestos –que demuestra hasta qué punto la ocupación y el asedio corrompen tanto al ocupado como al ocupante– ha calado en nuestra alma. Y, como la energía nuclear, nos ha llevado en espiral hacia un infierno moral.
Bastaron unos días para que una matanza desenfrenada y sistemática de civiles –niños, mujeres, ancianos y hombres– a manos de los miembros de una organización que ha perdido cualquier atisbo de humanidad eliminara algunas de las barreras que aún parecíamos tener.
Hemos creado una sociedad en la que se ha despojado de su humanidad a las personas que están al otro lado de la frontera
Actualmente Israel es un país y una sociedad donde los llamamientos a eliminar Gaza no son sólo cosa de gente patética y marginal que deja comentarios en las redes sociales. Es un país donde los legisladores del partido gobernante piden abierta y descaradamente una “segunda Nakba”, en el que el ministro de Defensa ordena que se les niegue el agua, alimentos y combustible a millones de civiles, un país cuyo presidente, Isaac Herzog, el rostro moderado de Israel, dice que todos los gazatíes son responsables de los crímenes de Hamás. (Si yo mismo no hubiera visto esto último, no me lo habría creído).
En Gaza, con sus 2,3 millones de habitantes, más de la mitad de ellos niños, que viven bajo un gobierno que combina la dictadura totalitaria con el fundamentalismo religioso, nuestro presidente no pudo encontrar un solo gazatí –hombre, mujer o niño– que no fuera responsable. Menos mal que ningún canal de noticias ha encargado una encuesta para averiguar el porcentaje de la comunidad judía que apoya la limpieza étnica en Gaza.
Y quizá no sólo en Gaza; ¿por qué detenerse ahí? Cuando los dirigentes políticos y militares pierden toda moderación y aprueban ideas para asestar un golpe brutal a la población civil, estamos creando una sociedad en la que se ha completado el proceso de despojar de su humanidad a las personas que están al otro lado de la frontera.
Y cuando eso ocurre, el infierno está cerca. El 8 de octubre dimos un salto de gigante en nuestra campaña de corrupción moral, y ahora estamos peligrosamente cerca del agujero negro. No es de extrañar que haya miles de muertos en Gaza –¡miles!– y que las voces que se preguntan si hemos hecho suficiente para evitar que se dañe a los inocentes apenas se oigan en el debate público israelí.
Y eso no es todo. Ninguna corrupción moral social se dirige únicamente hacia el exterior. Siempre hay un enemigo dentro: el mismo enemigo al que el comisario de policía declaró la guerra la semana pasada cuando ordenó a sus subordinados que emplearan la fuerza para impedir las protestas contra la guerra en Gaza y contra el daño a personas inocentes. Y propuso que se deportara a los manifestantes a Gaza.
Es probable que expresar dolor por la muerte de niños en la Franja (ya son más de 1.700) [Más de 2.000 el 24 de octubre] no sólo te hará ganar una plaza en uno de los autobuses del comisario de policía. También provocará que te suspendan del trabajo o de la universidad, como les ha ocurrido a decenas de personas en las últimas dos semanas.
Y ese no es el peor escenario, porque la compasión hacia los niños de Gaza también puede acabar en un intento de linchamiento por parte de una turba fascista, como le ocurrió al periodista Israel Frey. (Confesión: me enorgullece decir que es amigo mío.) En resumen: ¿cómo definimos al régimen de un país que trata así a sus críticos? Yo sé cómo no definirlo.
No muy lejos de nosotros, en su propio camino hacia el agujero negro, revolotean los que se autodenominan miembros de la “izquierda progresista”. Les está resultando difícil condenar sin vacilaciones –y sin huir del “contexto”– una orgía satánica de destrucción de comunidades civiles israelíes cerca de Gaza junto con sus residentes. Algunos incluso balbucean algo sobre que la descolonización es un proceso feo; eso es lo que ocurrió en Argelia y Kenia, por ejemplo.
Leo eso y me muero de vergüenza. Quizá no se haya entendido, pero la lucha por acabar con la ocupación y lograr la independencia del pueblo palestino forma parte de la lucha universal por defender los derechos humanos de todos, y no al revés. La idea de la santidad de la vida humana, la noble idea de que toda persona tiene derechos básicos que no deben menoscabarse, no es una herramienta para implantar la independencia palestina, sino todo lo contrario. La libertad y la autodeterminación palestinas están diseñadas para avanzar hacia una realidad en la que las personas disfruten de la protección de sus derechos y sean libres de dirigir sus vidas como deseen.
Los que están confundidos sobre esta cuestión no son humanitaristas. Los que están confundidos sobre esta cuestión no están expresando una tesis moral compleja y profunda, simplemente se están entregando al apoyo al terror.
Ser humano es un trabajo duro. Seguir siendo humano frente a la crueldad inhumana es mucho más difícil. A pesar de lo que solemos pensar, el humanitarismo no es un rasgo humano natural. Es mucho más natural el deseo de vengarse, de culpar a todo el mundo del otro bando, de lanzar miles de bombas sobre ellos, de borrarlos de la faz de la tierra. La historia de la humanidad está llena de ejemplos, y por lo visto no hemos aprendido nada.
Son tiempos terribles. Hemos vivido un trauma espantoso perpetrado por seres humanos que han perdido su humanidad, y ahora bombardeamos, asesinamos y matamos de hambre a la gente, y sobre todo endurecemos nuestros corazones hasta petrificarlos. La corrupción moral no es menos peligrosa para nuestra supervivencia que Hamás.
Haaretz, Israel
Este artículo fue publicado originalmente en Haaretz y reproducido en CTXT. Traducción de Paloma Farré.
* Abogado y activista político especializado en el derecho internacional de los derechos humanos y las leyes de la guerra. Se ha desempeñado como abogado en varios casos sobre estos temas en Israel.