Empleos “peor es nada”

Luis Paulino Vargas Solís

Luis Paulino Vargas

Trabajar en una piñera es estar bajo el yugo de un régimen laboral abusivo, que maltrata la dignidad humana, a extremos que a menudo merecerían ser considerados los propios de un sistema de semiesclavitud. Pero es que, además, la explotación piñera provoca graves daños ambientales y múltiples prejuicios a la salud humana y animal. La contaminación de mantos acuíferos está bien comprobada, con perniciosas repercusiones para las poblaciones vecinas y elevados costos para el AYA.

Los trabajadores de las piñeras, como asimismo quienes viven en las comunidades aledañas, lo comprenden perfectamente. Y, sin embargo, no ocultan la preocupación que les ocasiona pensar que las piñeras pudieran irse. Reunido en una oportunidad con vecinos de Pavón de Los Chiles, me lo expresaban con claridad: “queremos que se regulen las piñeras, pero no queremos que se vaya, porque si no ¿en qué trabajaríamos?”.

¿Será acaso posible regularlas y al mismo tiempo retenerlas? Es que, en realidad, su rentabilidad depende de un doble subsidio: el que le proveen los trabajadores a través de jornadas laborales bárbaramente extenuantes y salarios ridículos; y el que la colectividad les da, al permitirles dañar gravemente la naturaleza y afectar la salud humana y animal, sin ni siquiera solicitarles alguna compensación a cambio. Regular, como me decían en Pavón, supone corregir tales excesos. Y, entonces, ¿se mantendrían las piñeras en operación?

Recordemos, por otra parte, el caso de la minería a cielo abierto en Crucitas. Hablar de “sostenibilidad” –como lo hace nada menos que el Colegio de Geólogos– es un oxímoron. Como hablar de un sol radiante a medianoche. Es imposible desarrollar una mina de este tipo sin que tenga importantes impactos en el paisaje, los bosques, la vida silvestre y el agua. Pero hoy nos dicen que haber frenado aquel proyecto que Oscar Arias definió como de interés público, implicó perder la oportunidad de brindar empleo a las comunidades vecinas. En su lugar, nos recuerdan, se ha establecido un tráfico clandestino del oro, que también tiene consecuencias ambientales negativas, y diversas repercusiones sociales adversas.

Lo anterior, sin embargo, deja abiertas importantes preguntas.

Primero, y aparte las consecuencias ambientales que este tipo de minería trae consigo, ¿de qué tipo de empleos estamos hablando? No son, en general, ocupaciones calificadas ni bien remuneradas, y es una actividad que, por su misma naturaleza, comporta considerables riesgos laborales. Además, la explotación minera tiene un ciclo de vida bien delimitado. Y luego, y aparte la destrucción ambiental, ¿qué les quedaría a las comunidades?

Segundo, y visto que el proyecto minero se cayó, ¿qué ofrecía la clase política como alternativa? Evidentemente nada. De haber existido esa alternativa, Crucitas no estaría atrapada en la situación deplorable que hoy se observa. Barajaban dos opciones: el “peor es nada” de la minería, o la nada desnuda. Se impuso esta última.

Lo cierto es que vivimos una época de marcada involución en la calidad de los empleos: inestables y precarizados, mal remunerados, con agravado irrespeto incluso a las más elementales normas laborales. Es sintomático que a las personas trabajadores del sector público, se les reclame airadamente gozar de estabilidad en sus trabajos. O sea: tener un empleo digno deja de ser un derecho y comienza a ser visto como privilegio aberrante. Y hay gente que gustosa se come esa torta envenenada: les parece que inestabilidad, incertidumbre y atropello son el estado deseable de las cosas, tan natural como las lluvias en pleno octubre. La dignidad no parece ser un valor que estas personas aprecien. Tales es la grave intoxicación que provoca el “ethos neoliberal”
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Uber es, en muchos sentidos, icónico. La precarización es su alimento, a la vez que su hábitat. Se la defiende señalando que genera empleo. Y es cierto: provee empleo a personas que no lo tienen o a quienes sufren la urgencia de un segundo o tercer empleo. Pero es un empleo sin derechos ni protección alguna. Más aún: es un modelo que logra trastocar las bases tradicionales de funcionamiento del capitalismo, donde se suponían que los riesgos del negocio eran asumidos por el empresario capitalista. No más. Uber queda exenta de cualquier riesgo. Lo suyo es recolectar ganancias y llevárselas.

Y siendo que, para éxtasis y gloria del “consumidor”, Uber es más barato que el taxi tradicional, también es cierto que el milagro no es milagroso en absoluto: evadir todas las obligaciones sociales es solo una procaz forma de dumping. Uber reduce costos y tarifas evadiendo todas las responsabilidades que cualquier ciudadano que se respete sí cumpliría. En ese particular, Uber y las piñeras se dan la mano.

No se me malentienda: no tengo nada, ni remotamente, contra quienes se redondean unos cinquitos trabajando con Uber. Les guardo absoluto respeto, mucho más puesto que son víctimas de un modelo cuyo combustible es la irresponsabilidad.

Uber también es parte del juego de los empleos “peor es nada”. A más no haber, es menos malo trabajar en Uber que no trabajar del todo. Quizá las condiciones no sean tan groseramente agraviantes como las que se observan en las piñeras. Pero el problema de fondo es similar.

El empleo es territorio minado para las élites en Costa Rica, lo mismo la clase política, el empresariado o el poder mediático. Es tan grave y, en particular, tan pertinazmente grave, que les lanza un desafío que las deja petrificadas. Su única respuesta es, cada vez más, las ofertas “peor es nada”. Al mismo objetivo apunta la flexibilización de las jornadas laborales: que si los negocios no caminan bien, no será la empresa la que deba plantarle cara al ventarrón. No, al menos, en primera instancia. El problema –o sea, y de nuevo, los riesgos– se trasladan a las personas trabajadoras, mediante la reducción de su jornada y su ingreso salarial.

Pero el desafío va mucho más allá, y abre interrogantes de dimensiones oceánicas: automatización, robotización e inteligencia artificial y la perspectiva ominosa de la destrucción masiva de empleos.

Corresponde generar alternativas, puesto que las actuales élites gobernantes nada ofrecen.

Economista/Director CICDE-UNED

Fuente: Soñar con los pies en la tierra

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