Camilo Rodríguez Chaverri
Uno de mis sitios favoritos es el Cerro de la Muerte. Me encantan el frío y el páramo. Muchas veces nos quedamos en Hotel Tapantí Cerro y puedo descansar y trabajar en libros desde ahí, a la orilla de una fogata.
Durante varios fines de semana busqué en la zona, el viejo refugio que usaban las personas que iban hacia el sur y que se protegían del frío en esa construcción.
El Cerro de la Muerte debe su nombre a las personas que fallecieron tratando de cruzar a pie, a caballo o en carreta hacia El Valle de El General.
Crecí en Pérez Zeledón. Ahí transcurrió mi niñez. Después nos fuimos para Siquirres y para Guápiles, pero nunca he podido olvidar ese bosque enano y alucinante que es el páramo. Es el bosque de mis sueños.
Les contaba que pasé varios fines de semana buscando el refugio. Me dijeron que estaba a la orilla de la calle, lo cual es cierto, pero hay decenas de entradas a la orilla de la calle, muchas de las que llevan hasta torres de electricidad.
Por fin, al cuarto intento, llegamos, en compañía del periodista puertorriqueño Pedro Aníbal Díaz y sus papás.
Se trata de poco menos que una casona. Parece más bien una bodega con corredores. Está construida con paredes de barro, de tierra. Detrás, hay un excusado de hueco.
Parece un sitio simple, pero tiene una fuerza especial, única, fuera de serie. Miles de personas pasaron noches y madrugadas, días de temporal, momentos muy difíciles en este refugio, camino al sur o de vuelta.
La zona es preciosa, pero inhóspita. Hace un frío endemoniado. Por ejemplo, llevamos a este periodista puertorriqueño con sus papás y casi se nos congelan.
Insisto en que ahora es un lugar diferente por las comodidades. En Tapantí Cerro, por ejemplo, hay chimeneas y agua caliente. Uno se puede calentar con un agua dulce, con un café, con una sopa. Y ahí está el fuego, con su música, con su luz.
Pero en aquellos años, a inicios del siglo anterior, no había luz eléctrica, ni comodidad alguna.
La gente usó este refugio hace unos cien años, y siguió usándolo durante mucho tiempo. La ruta hacia Pérez Zeledón primero se llamó “La Picada Calderón”. Hubo una ruta como la conocemos hasta medio siglo después, y fue así porque el ejército de Estados Unidos necesitaba un ingreso por tierra al Canal de Panamá. Un pueblo cercano a este refugio se llama “Macho Gaft” en honor al gringo que dirigía el plantel para los hombres y la maquinaria que estaba en ese lugar.
Debemos ir a sitios como el refugio del Cerro de la Muerte a reflexionar sobre la vida que llevamos, con todas las comodidades que no tuvieron nuestros antepasados, y a pensar en el heroísmo y la lucha de quienes soñaron con un futuro mejor, en el Valle de El General, donde se quedó mi niñez, aunque sigue viviendo conmigo.
Vale la pena indagar quién la construyó, en qué año, ya que si se pasaba frío en ese entonces imagínense las condiciones antes de la construcción y para quienes la hicieron ya que es de suponer durmieron alguna noche a la intemperie.
Quisiera saber como llegar a este sitio. Estoy preparando un trabajo para la Universidad y me gustaría visitar el sitio!
Una de las noches más frías de mi vida la pasé en esa casona única cuando en el año 1993 hice una recorrido a caballo siguiendo La Picada Calderón con don Lele Monge y sus hijos y otros amigos. Habían salido desde Desamparados y al final de la tercera jornada llegamos hasta el templo de San Isidro. Una maravillosa aventura que buscaba recordar a aquellos pioneros colonizadores del Valle de El General. Honor y gloria para aquellos hombres, mujeres y niños valientes que nos enseñaron el camino.
Elbert Durán-Hidalgo. Periodista.