El porno tras el telón (de acero)

Riot and Roll

Checas, rusas, ucranianas, húngaras, polacas… las mujeres de la antigua órbita soviética son el producto estrella de la industria porno. Como nos encanta hurgar en los cimientos del muro (de Berlín) y cotillear detrás del telón (de acero) aprovechamos el tirón del debate sobre el porno para ponerlo en relación con nuestra región favorita: Europa del Este. Que por algo nos llaman femibolches.

El porno tras el telón (de acero)

El Este de Europa es el nuevo harén. Y esto no lo digo por decir, que he sido residente y reincidente en Praga -meca del porno eslavo- y lo he conocido de cerca. Desde los años 90 y con el imparable crecimiento de la industria porno a través de canales virtuales, las productoras en los países del Este se convirtieron en un pingüe negocio: mano de obra baratísima, de calidad para los estándares, y exportable en todo el mundo.

Ya hemos hablado alguna vez aquí de las enormes diferencias culturales entre la manera de afrontar la lucha por los derechos de las mujeres que existen entre los países del centro y este de Europa y los feminismos occidentales, y eso nos da para muchos artículos. Pero para ser breves, nos limitaremos a tres factores a tener en cuenta antes de abordar por qué los señoritos españoles disfrutan del harén eslavo desde sus pantallas y prostíbulos:

En primer lugar, las sociedades eslavas son profundamente patriarcales, eso es innegable. Existe un culto a la mujer berenhya (la diosa del hogar y uno de los símbolos de los movimientos ultraderechistas ucranianos, por cierto) es decir, la diosa del hogar, la familia y la feminidad, rol que ha sido especialmente potenciado desde la caída del muro por los poderes más conservadores y reaccionarios -aupados por Occidente y sus intereses geopolíticos- y que ha generado un fenómeno que algunas autoras han llamado la «retradicionalización» de la mujer en el espacio postsoviético. Las sociedades eslavas quieren mujeres guapas, elegantes, cariñosas, familiares y dispuestas a someterse a sus maridos. Negocios como «las esposas por catálogo» (que llevan décadas funcionando) o el consabido tráfico de mujeres de la zona balcánica y caucásica hablan por sí solos. Un buen caldo de cultivo para el porno, por lo menos para quienes pensamos que en sus actuales parámetros, tiene poco de emancipador.

En segundo lugar, hay que tener en cuenta que este fenómeno no es casual: es consecuencia estructural del sistema productivo que,con la caída de la Unión Soviética, se sumió en una crisis económica sin precedentes que se cebó con la población femenina. Fue a a mujer a la que se obligó -especialmente durante la época Yeltsin en Rusia- a volver a los hogares para equilibrar las tasas de desempleo masivo que crecían al calor de las economías de mercado emergentes en la órbita soviética, en la que los procesos de transición «democrática» fueron de todo menos opacos, transparentes…o democráticos. No hay oportunidades, no hay futuro, y se genera un discurso en torno a la mujer en el que la supervivencia económica y emocional pasa por el hombre: si no es el matrimonio, será el porno. ¿Quién no ha oído hablar -en contextos bastante asquerositos mayormente- del «stock» demográfico de mujeres en Rusia?

En tercer lugar, ya lo decía Kennan, -diplomático americano durante la Guerra Fría-, cuando se refería a Europa del Este y a Rusia como su «geopolitical foe«: el enemigo. Las narrativas de confrontación con lo eslavo son una constante en el siglo XIX y XX y han calado hondo en la mentalidad europea. Del «¡qué vienen los rusos!» a las mafias eslavas modernas, pasando por el desprecio hacia el tópico de «las putas rumanas» el imaginario popular está lleno de prejuicios hacia nuestras vecinas y vecinos orientales a la derecha de Alemania. Y en toda narrativa bélica -hay quien habla de la posguerra fría- hay fantasías de poder. El porno refleja, ya lo hemos dicho, relaciones de dominación que traspasan lo sexual: dominación cultural, étnica, racial: follarse a lo eslavo es una vieja fantasía colonial, el sometimiento del viejo enemigo oriental encarnado en mujer. No, no quiero arrimar el ascua a mi sardina (cualquier tiempo bolchevique fue mejor). Pero por si se me tacha de exagerada, invito a leer este post.

Pese a todas sus disfunciones y errores -que a toro pasado es más fácil juzgar- parece que está de moda criticar el avance social en el papel de la mujer en la Unión Soviética, subrayando los límites y mininizando los logros innegables que supusieron y que se postularon tanto en la teoría -y hablo de autoras en femenino- como en la praxis -donde llegaron los problemas, a qué negarlo-. Las mujeres de hoy en día a un lado y otro del muro le debemos una enorme gratitud a todas ellas y a los compañeros que supieron caminar a su lado. (snif).

Pero volvamos al porno eslavo: son rubias, son blancas, son jóvenes y desde los medios, la industria turística, o la cultural nos lo repiten: son fáciles. ¿Apertura de mente? más bien no. El desmantelamiento de los estados socialistas trajo consigo un crecimiento de la desigualdad, la total pérdida de derechos laborales de los trabajadores que se vieron abocados a la desregulación de sus derechos y una reducción salvaje del papel de la mujer en la esfera pública. Decir que el porno con actrices eslavas es fruto de la libertad que trajo el capitalismo es como decir que los jóvenes en el Estado Español emigran porque tienen espíritu aventurero. Osea, es negar la realidad: estructura, mi querido Friedrich.

La verdad es otra: sueldos bajísimos, explotación, menores en el circuito, violencia de género…y altísimas tasas de tráfico, prostitución y trata. Ayudan por supuesto, la permisividad y facilidades que en materia legal, han proporcionado los propios estados -pongo como ejemplo el húngaro más preocupado por cerrar la puerta a refugiados que por legislar en materia de política social en su propio estado- . ¿Quién se lucra? grandes productoras rusas y occidentales en una suerte de outsourcing o deslocalización del porno.

Hoy, que las mujeres polacas están en pie de guerra por la más que probable aprobación de la Ley que penalizará el aborto en cualquier circunstancia, un retroceso brutal en sus derechos, vemos que las conquistas nunca pueden darse por hecho: siempre puede haber un Gallardón o un Viktor Orban acechando, velando por los intereses de los poderes que les aúpan y que termine por plegarnos a lo incomprensible. Polonia tiene su cruz -nunca mejor dicho- en una sociedad ultracatólica y reaccionaria a la que abrieron la puerta Walesa, la Cía, el Vaticano, Juan Pablo y acólitos, y de aquellos polvos estos lodos. Curioso que el mismo estado polaco que prohíbe abortar de rienda suelta tácitamente a su industria pornográfica y cierre los ojos ante la trata de mujeres que se da en su propio suelo.

Nosotras, aquí, aún estamos sacudiéndonos las cenizas del incienso nacionalcatólico cuando nuevos retos se nos presentan. Sólo el activismo, la lucha social y las conquistas políticas EN COLECTIVO nos garantizan nuestros derechos. Y digo en colectivo, porque el espejismo de la libertad individual no tiene sentido sin la emancipación colectiva. Así que no me contéis películas (porno).

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