Henry A. Giroux
El movimiento del Convoy canadiense no lucha por la libertad; es un intento de acabar con la democracia
El movimiento del Convoy de la Libertad, formado por centenares de camiones, ha bloqueado el puesto fronterizo más transitado entre Canadá y EE UU y ocupado Ottawa, la capital canadiense, paralizando efectivamente la ciudad y alterando la vida cotidiana de la mayoría de habitantes del núcleo urbano. Los participantes en el convoy rechazan todos los requisitos y órdenes de vacunación y apoyan un discurso decididamente antigubernamental que recuerda la ideología de extrema derecha en EE UU. No cuentan con el apoyo de la población en general, que está en gran parte vacunada. Tampoco les respalda la mayoría de camioneros de Canadá, de los que está vacunado el 90 %, ni la Alianza Canadiense del Transporte por Carretera (Canadian Trucking Alliance, CTA).
El convoy sí recibe el respaldo declarado de dirigentes del Partido Republicano estadounidense como Donald Trump, Ted Cruz y Marjorie Taylor Greene, junto con el de algunos políticos conservadores canadienses. Asimismo se han solidarizado con él algunas poderosas figuras antidemocráticas de las redes sociales, como Tucker Carlson, Jordan Peterson y Elon Musk, junto con una serie de grupos supremacistas blancos.
Entre los grupos derechistas más poderosos de Canadá se encuentra Action4Canada, que sostiene la falsa tesis conspiranoica de que la pandemia de covid-19 “fue obra, al menos en parte, de Bill Gates y un ‘Nuevo Orden (Económico) Mundial’ para facilitar la inyección de microchips habilitados para el 5G en la población”. Con ayuda de las redes sociales, el apoyo a las protestas del Convoy de la Libertad se ha extendido a escala global, planeándose otros convoyes en EE UU, Francia y todos los 27 países miembros de la UE.
Las manifestaciones del Convoy de la Libertad responde a una idea de James Bauder, cabecilla del movimiento Canada Unity, que inició la protesta. Bauder cree en múltiples teorías de la conspiración carentes de fundamento y apoya el movimiento QAnon, habiendo calificado la pandemia de covid-19 de “la mayor estafa política de la historia”. Bauder no es amigo del movimiento obrero organizado y, como ha señalado Jacobin, hace dos años participó en otro convoy llamado Unidos Rodamos que “planeó una manifestación antisindical en la que participantes del convoy amenazaron con disolver el piquete y arrollar a los trabajadores”.
Entre otros líderes del movimiento se encuentran algunos extremistas de derecha como Patrick King, quien según The Conversation, declaró una vez que “pienso que la vacuna fue creada para ‘despoblar’ la raza blanca”. Otro líder del convoy, llamado B.J. Dichter, es conocido por divulgar sentimientos islamófobos. La Red Canadiense contra el Odio (Canadian Anti-Hate Network), un grupo sin ánimo de lucro, ha informado de que “el llamado ‘Convoy de la Libertad’ lo han organizado conocidas figuras de extrema derecha que defienden puntos de vista islamófobos y antisemitas y propagan otros discursos de odio”.
Las manifestaciones de Ottawa han puesto de manifiesto que el movimiento ha atraído a elementos extremistas que apoyan el fascismo y el nacionalismo blanco, como se ha visto con la aparición de banderas neonazis y confederadas y multitud de logos de QAnon en camiones, carteles y pegatinas. Es más, algunas fuentes aseguran que una cantidad significativa de financiación, mas de 8 millones de dólares a 7 de febrero, puede haber venido de fuentes de extrema derecha estadounidenses. Algunas de las donaciones singulares más cuantiosas proceden de multimillonarios de EE UU. La financiación procedente del país vecino ha alarmado tanto a miembros del Nuevo Partido Demócrata que la han calificado de “ataque a la democracia canadiense” y han pedido al embajador estadounidense que “testifique ante la comisión de asuntos exteriores de la Cámara de los Comunes”.
Jagmeet Singh, líder del Nuevo Partido Demócrata de Canadá, ha declarado que esto es más que un movimiento de protesta. Por el contrario, ha declarado que “el propósito declarado del convoy es ‘tumbar el gobierno’”. La asociación del convoy con “grupos de odio… que expresan sentimientos racistas y contrarios a la inmigración… podría explicar por qué el Convoy de la Libertad guarda un extraño silencio sobre cuestiones laborales a las que se enfrentan camioneros inmigrantes, que ahora constituyen más de un tercio de los camioneros de Canadá”, escribe Emily Leedham en Jacobin. La autora señala además que “muchas de las preocupaciones de los manifestantes poco tienen que ver con los derechos de los trabajadores o cuestiones laborales del sector canadiense del transporte por carretera. De hecho, organizadores del Convoy acosaron en su momento a trabajadores que formaban piquetes de huelga y no atendieron llamamientos de camioneros racializados que luchaban contra el robo de salarios.”
Una vez más, la libertad ha sido secuestrada en interés de una contrarrevolución cuyo propósito es acabar con la capacidad del gobierno de proteger el bien común, limitar la influencia de la elite financiera y empresarial y defender las estructuras civiles cruciales para una democracia. Los camioneros de Ottawa estimulan otros movimientos de convoyes de derechas en todo el planeta y su creciente influencia pone de manifiesto que están ganando la guerra global de la información.
En efecto, no son únicamente los movimientos de convoyes los que subvierten cada vez más el concepto de libertad al servicio del extremismo de derechas a lo largo y ancho del planeta. Desde EE UU y Brasil hasta Turquía y Hungría, personajes antidemocráticos reducen la libertad al ámbito del interés individual desenfrenado, rechazando el Estado de bienestar y rehuyendo la responsabilidad social. En este proceso están librando una guerra contra la democracia.
Desprovista del discurso del bien común, la igualdad y los derechos sociales, la libertad individual se alinea ahora con la turba, posicionándose con quienes en plena pandemia quieren sacrificar la vida de otras personas en nombre de una falsa invocaciòn de los derechos personales.
Mientras que el expresidente Donald Trump ha sido la figura más prominente en la difamación de la libertad individual como vehículo para favorecer una política fascista y el discurso de odio y violencia, su apoyo al autoritarismo en nombre de la libertad ha legitimado actos antidemocráticos en todo el planeta. Este movimiento no solo se ha convertido en el detonante de manifestaciones de extrema derecha, sino que también ha desarrollado una presencia masiva en las redes sociales en que, como ha informado Politico, el movimiento del Convoy ha promovido la idea de que “los esfuerzos por proteger a la gente del coronavirus constituyen, por el contrario, restricciones antidemocráticas de las libertades individuales”.
Elisabeth Anker señala que la derecha en EE UU emplea cada vez más el lenguaje de las feas libertades para promover “una política antidemocrática [que] amenaza con alterar completamente el significado de libertad, relacionando la libertad únicamente con proyectos de exclusión, privilegio y perjuicio”. Escribe [en el New York Times]:
Las feas libertades [se] utilizan para impedir la divulgación de determinadas ideas, reducir la capacidad del personal para ejercer su poder en los lugares de trabajo y socavar la salud pública. No se trata tan solo de libertades mal entendidas, o siquiera de un uso cínico del lenguaje de la libertad para enmarcar políticas intolerantes. Manifiestan, por el contrario, una interpretación particular de la libertad que no es expansiva, sino exclusivista y coercitiva.
Esta noción de fea libertad es aplicable sin duda al movimiento del Convoy. En su visión neoliberal de la libertad se ha perdido toda noción de libertad inclusiva que se opone a los modos de supresión autoritarios y antidemocráticos como la concentración de riqueza y poder en manos de una elite financiera, el ascenso de un Estado punitivo, la pobreza masiva, la emergencia de una cultura de guerra, la devastación ecológica y la criminalización de problemas sociales como el sinhogarismo. Los y las manifestantes del Convoy no hablan de una libertad inclusiva, una libertad que defienda la sanidad universal, el refuerzo de los sindicatos obreros, la promulgación de leyes que protejan la seguridad en el trabajo y aseguren el cobro del salario durante las bajas por enfermedad, y la necesidad de prestaciones sociales y salariales para las personas desempleadas.
En esta forma de capitalismo, la libertad ha sido vaciada, desprovista de todo sentido de solidaridad social, obligando a las personas individuales a cargar con toda la responsabilidad sobre los problemas a que se enfrentan a pesar de no haberlos causado. Como observó correctamente Zygmunt Bauman, la inseguridad existencial se agrava cuando “cada persona tiene que hallar y aplicar ahora soluciones individuales a dificultades generadas por la sociedad… cuando está provista de instrumentos y recursos que son claramente insuficientes para la tarea”.
Los peligros del individualismo desenfrenado no pueden separarse de las luchas en torno a la libertad, especialmente cuando se convierte en una justificación para socavar la dependencia humana, el bien común y el apoyo a la solidaridad mutua. La libertad, cuando se vincula con nociones neoliberales del individualismo, socava los vínculos humanos y dificulta tanto el reconocimiento como la práctica de la solidaridad. Este peligro se ha puesto de manifiesto cuando la invocación de la libertad en el movimiento del Convoy se utiliza para llamar a la resistencia frente a los esfuerzos de vacunación contra la covid-19 y la obligación de llevar mascarilla: una táctica que esconde el apoyo a la derecha política.
El vacunólogo Peter Hotez se suma a esta opinión, señalando que en su mayor parte, el movimiento antivacunas y por la libertad a toda costa comete una “agresión a la ciencia” y “es un componente de un régimen autoritario [propugnado por] su propio elenco de seudointelectuales”. Hotez deja claro que la invocación de la libertad para reforzar un movimiento antivacunas y anticientífico ha alimentado su degeneración en una “fuerza asesina”. Está claro que este análisis también es aplicable al movimiento del Convoy.
Lo que Hotez y otros críticos del movimiento antivacunas, incluidas las manifestaciones del Convoy, no mencionan es que el neoliberalismo convierte lo social en biográfico, convenciendo aún más a los individuos de que no tienen la obligación de contribuir a la salud, la seguridad y las instituciones democráticas que configuran la comunidad más amplia. Quienes apoyan el movimiento del convoy han olvidado la relación que existe entre la libertad y el bien común. El movimiento del convoy no lucha por la libertad, sino que es un intento de destruir la democracia en nombre de la libertad.
Henry A. Giroux es titular de la cátedra de Academia en el Interés Público del Departamento de Inglés y Estudios Culturales de la Universidad McMaster. Es miembro del consejo de administración de Truthout.
Traducción: viento sur