El Momento, el árbol y la semilla

O la fatalidad de la historia

Conversaciones con mis nietos

Arsenio Rodríguez

Vivimos tiempos extraños e intensos. Pero todos los tiempos lo han sido. Por dónde empezar a diferenciar los momentos históricos o fatídicos de nuestra humanidad. Sería como analizar un árbol desde su estado de semilla hasta su madurez y florecimiento, sin tener la capacidad de ver el ciclo. Hoy estamos preocupados con el cambio climático. El desbarajuste de la globalización, la desinformación masiva, Trump y sus parecidos, el miedo, la inteligencia artificial y la desigualdad. Entre otras cosas. Y además somos tantos.

Cada etapa es intensa y extraña en el momento en que se vive. La evolución de la civilización humana comienza con la aparición de la especie a través del proceso evolutivo, y más allá de las novas que formaron las estrellas, los elementos y el origen de la vida en la sopa del océano. Cada momento tiene por su puesto su desafío, y cada momento de crisis es una etapa de transformación.

Por lo menos así parece ser cuando analizamos nuestra evolución e historia, cosa que al principio de nuestra especie humana, no podíamos hacer porque estábamos muy ocupados cazando Mamuts y escondiéndonos de los depredadores y confrontando otras tribus. Viviendo y muriendo como siempre. Aun hoy.

Y descubrimos el fuego, y desarrollamos el lenguaje, y la agricultura, y tuvimos imperios, y épocas feudales, y renacimientos, revoluciones industriales y tecnológicas, descubrimientos de otros que algunos llamaron descubrimientos y otros conquistas, y las tribus se mezclaron y el planeta se achico con tanta gente y tanto viaje y tanta migración y tanto matrimonio inter tribal. Y llegamos al tope, decimos, de nuestras capacidades, ahora pensamos la Luna, Marte, la inteligencia artificial.

Y enfrentamos mientras tanto el cambio climático, la desigualdad, las finanzas sin control, las migraciones masivas, los problemas de identidad de género, pandemias, sobrepoblación, la desinformación, la crisis de la participación del individuo en la sociedad, la concentración del poder. Etcétera. Un despelote total.

Todo sigue igual. Pero a la vez es distinto. El árbol crece y sabemos que pasó con la semilla pero no que va a pasar con esta etapa del crecimiento en que estamos viviendo. Pero si sabemos que ha habido progreso colectivo en la humanidad. A través de esfuerzos y tiempo. De crisis intensas de guerras mundiales, de pandemias devastadoras, de ignorancias oscuras de cacerías de bruja, conquistas de otras tribus, y venta de gente por color de la piel. Y de linchamientos y hornos industriales para implementar prejuicios, de baños y topografías geográficas separadas por el color de la piel. De seres humanos sin testículos que le pertenecían a los que los tenían.

También no escritos en la historia porque son individuales, de odios secretos, que aunque no causaban masacres destruían a otros, silenciosamente perpetrados, no por huestes salvajes sino por gente como tú y como yo.

¿Y que somos? A donde vamos y de adonde venimos. Salimos de un paraíso perdido o de una inconsciencia de semilla que crece y sigue creciendo para ser árbol florecido.

Sí, estamos definitivamente hoy, ante un momento de transición de la humanidad. Al parecer de la historia mas que nunca. Y nuestra capacidad de impactar al resto del concierto de la vida es mayor que nunca y nuestra avaricia y vanidad también. La ignorancia, ya no es no saber el alfabeto las tablas de multiplicación, o como hacer nuevas tecnologías o aprovechar mejor las vanidades e inseguridades de los otros, para tener más para nosotros. Al pie de nuestros dedos hoy nos conectamos con prejuicios, ya no hacemos los linchamientos a voz de convocatoria, por unos que gritan y marchan con antorcha a quemar a otros, sean brujas, o negros, o herejes, o musulmanes, o cristianos, o quien no comparta nuestra particular creencia.

No, ahora somos civilizados, nos reunimos conectados por electrones en Internet, donde juntamos millones que comparten nuestros prejuicios, manías, creencias, miedos y lanzamos veneno electrónico en los aparatejos, teléfonos, tabletas, computadoras o lo que sea, y seguimos cualquier disparate, que se nos antoje desde nuestro miedo en particular. Y lo disfrazamos de cosa seria, de sobriedad, y nuestras opiniones compartidas se vuelven evangelios. Y nos odiamos en silencio, y nos creemos ser mejores.

Así estamos, en este siglo 21 de sabe Dios cuantos siglos de este ser humanos, de tanta crisis y aspaviento, volcanes, terremotos y vientos. Flotando en este punto en el espacio, siendo este ser sentido, experimentando a veces un egoísmo tan inaudito, que ni a las que llamamos bestias lo tienen. Y otras veces, un amor tan derramado que resplandece por siempre y sin tiempo.

Será que estamos, en medio de una gran transición de la humanidad, de pasar de eso que tan orgullosos estamos, que le llamamos la razón, si esa cosa de la mente, de calcular, razonar, que de por si fue un paso adelante de los instintos. Pero ahora tenemos que ir más allá, y darnos cuenta de que somos un continuo de humanidad, de percibir el amor, no como una palabra u emoción sino como una energía primordial, que nos lleva a sentir la compasión, no como mandato o conclusión, sino como una condición de saber, sin pensar, que el dolor del otro es nuestro dolor.

Estamos sufriendo por que atravesamos esta etapa temporera del conocimiento que colectivamente hemos creado. El modelo racional y científico materialista, combinado con el religioso dogmático, nos lleva a tener enfoques superficiales que son inadecuados para activar fuerzas creativas disponibles para que cada uno de nosotros sienta la unicidad de la humanidad. Que sienta que la inteligencia que ordena el cosmos está al alcance de todos. Y que la belleza de la vida, la maravilla de vivir es que compartimos esta creatividad, inteligencia y el potencial ilimitado con el resto del cosmos.

Que nos podamos dar cuenta de que no somos simplemente seres físicos en un planeta material, sino que somos cada uno de nosotros un cosmos en miniatura, cada uno relacionado con toda la vida, de manera íntima y profunda, Solo así podremos transformar radicalmente la forma en que nos percibimos a nosotros mismos, nuestros entornos, y nuestros problemas sociales.

Hay en cada ser humano un potencial inexplorado, somos apenas semillas o retoños. Estamos todavía apenas empezando a desarrollar nuestra capacidad. La humanidad, como un jardín, progresa en conjunto y a la vez en elementos del jardín, que florecen antes que los otros. Tenemos ejemplos de estos florecimientos que han orientado lo más secreto de nuestras vidas, que no es la conquista del entorno con la razón y la tecnología, sino con el aliento de esa dulzura imperecedera que se cultiva en los corazones, y es la fuente de la compasión el amor y la sabiduría.

Hay infinitamente más en la vida que una amalgama de razonamientos y condicionamientos. Casa vez que alguien se atreve a explorar más allá de lo fragmentario y lo superficial, ayuda a toda la humanidad a percibir lo que es ser plenamente humano. La nueva transformación de la humanidad implica experimentar con este conocimiento. Y cada vez que un individuo da un paso en la dirección de lo nuevo, de lo imposible, de ese ser que vive adentro, toda la raza humana adelantará.

O como decía don Ernesto Sábato, cuando asumamos la responsabilidad del dolor del otro, nuestro compromiso nos dará un sentido que nos colocará por encima de la fatalidad de la historia.

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