El incendio del Reichstag, un misterio sin resolver 90 años después

Por Verena Schmitt-Roschmann (dpa)

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El holandés Marinus van der Lubbe (tercero por la derecha) en una foto sin datar de su juicio como acusado de incendiar el edificio del Reichstag el 27 de febrero de 1933. Foto: picture-alliance / dpa

Berlín, 25 feb (dpa) – Poco después de las 21:00 horas de ese lunes por la noche, un peatón que pasaba por el Reichstag (Parlamento) de Berlín dio la alarma al policía Karl Buwert. El testigo dijo que escuchó un sonido de cristales rotos y que había visto luces en el edificio del Parlamento.

El policía Buwert decidió echar un vistazo y afirmó haber visto personas con antorchas dentro del Parlamento. Hacia las 21:15, llegaron los bomberos. A las 21:27 horas se vino abajo el techo de cristal del edificio y las llamas se elevaron hacia el cielo berlinés. Casi al mismo tiempo, la policía detenía a un joven con el torso desnudo, al que acusó de haber iniciado el fuego: se trataba de Marinus van der Lubbe, de los Países Bajos.

Estos hechos aislados de las actas de investigación sobre el incendio en el Reichstag del 27 de febrero de 1933 son quizá lo único sobre lo que sigue habiendo consenso hasta la fecha, 90 años después.

En retrospectiva también queda claro que este incendio se produjo cuatro semanas después de que Adolf Hitler asumiera el poder el 30 de enero de 1933 y que el suceso le vino de perlas a la nueva dictadura nacionalsocialista. Hasta hoy en día, este hecho sigue siendo objeto de un debate encendido entre los historiadores. Y también un misterio.

Apenas una hora después del primer indicio de fuego, llegaron al lugar el nuevo canciller Hitler, su ministro de Propaganda Joseph Goebbels y el presidente del Reichstag, Hermann Göring. Para ellos, los culpables estaban claros.

«¡Este es el principio de la rebelión comunista, comenzarán con su ataque ahora!», dijo al parecer Göring. «Todo funcionario comunista será fusilado donde sea encontrado. Los representantes comunistas deben ser colgados esta misma noche», afirmó Hitler.

Lubbe, detenido en el lugar, tenía una historia previa con la organización juvenil del Partido Comunista de los Países Bajos. De acuerdo con los investigadores, no solo reconoció el acto, sino también su motivación política.

«Quería mostrarles a los trabajadores alemanes, darles un ejemplo, también puede ser una señal; debían ser alentados a luchar de una vez por sus derechos», dijo de acuerdo con el protocolo del interrogatorio que se encuentra actualmente en el Archivo Federal de Alemania.

Por otro lado, Van der Lubbe afirmó haber actuado solo. Los investigadores, en cambio, consideraron que tuvieron que haber participado varias personas, al menos siguiendo la hipótesis política del complot comunista.

Horas después del incendio, comenzó una ola de detenciones sin precedentes contra comunistas y socialdemócratas. Al otro día, el presidente del Reich, Paul von Hindenburg, dejó sin vigor derechos básicos como la libertad de opinión, de prensa y de reunión mediante un decreto. Un recorte importante de derechos poco antes de las elecciones al Reichstag fijadas para el 5 de marzo y que tenían como fin afianzar el poder de Hitler.

Para el historiador Martin Sabrow, el incendio del Reichstag es en el recorrido de la dictadura «el punto de quiebre decisivo tras el cual ya no hubo vuelta a la democracia». Cree que Hitler y sus ayudantes ya habían empezado a tomar algunas decisiones clave, como la transformación de las SA en policía auxiliar del Estado. Pero considera que el incendio aceleró el proceso.

Los nazis se beneficiaron con este incendio. Sin embargo, nunca pudieron demostrar su tesis de una conspiración comunista. El jefe de la fracción del Partido Comunista de Alemania (KPD), Ernst Torgler, así como los tres comunistas búlgaros Georgi Dimitrov, Vasil Tanev y Blagoi Popov fueron absueltos en el juicio de fines de 1933. Solo fue condenado Van der Lubbe.

Esto levantó la sospecha de que en realidad las cosas fueron muy distintas y de que fueron los nazis quieren estuvieron tras este ataque incendiario contra la democracia. Esta tesis fue mencionada de inmediato por los opositores y fue central en un proceso contrario en Londres en el verano (europeo) de 1933. Desde entonces, la discusión continúa.

Hace poco, el historiador Uwe Soukup le dedicó un nuevo libro a esta teoría, titulado «Die Brandstiftung» («Incendio intencional»). Cree que Van der Lubbe no puede haber actuado solo, ya que hubo muchos focos de incendio en poco tiempo; que su versión fue poco creíble, sobre todo la forma en la que dijo haber ingresado al edificio, y considera que si bien afirmó que usó solo un mechero de carbón, se tiene que haber empleado también un líquido que acelerara las llamas.

La «tesis del autor único» sigue teniendo defensores y detractores. Aclarar este punto en retrospectiva es difícil dado que las investigaciones originales dejaron preguntas cruciales sin respuesta y algunos testigos de la época persiguieron una agenda política, tanto de derecha como de izquierda.

Van der Lubbe, por su parte, sigue siendo una figura rodeada de misterio. Tras sus confesiones iniciales, el joven neerlandés evitó cooperar durante la investigación.

En el juicio ante el tribunal de Leipzig, el antaño enérgico activista de 24 años se sentó profundamente encorvado en el banquillo de los acusados. Parecía apenas reactivo y con un problemas mentales, como si estuviera drogado.

Pocos días después de su condena a muerte, fue ejecutado el 10 de enero de 1934. Ahora, 90 años después, la Sociedad Paul Bennhof de Leipzig examinará sus restos para ver si encuentra indicios de envenenamiento. Entre otras cosas, buscarán restos de bromo, lo que podría explicar su deterioro físico y mental.

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