Conversaciones con mis nietos
Arsenio Rodríguez
“El mundo de hoy nos obliga a aceptar, al menos intelectualmente, nuestra unicidad, nuestra interrelación. Si continuamos
viviendo descuidadamente, con indiferencia, enfatizando la ganancia privada y la indulgencia personal, esencialmente
estamos optando por el suicidio de la humanidad. … hay infinitamente más en la vida, y cada ser que se atreve a ir más allá de
lo fragmentario y superficial, y se hace consciente de la unicidad, ayuda a toda la humanidad a percibir lo que es ser
completamente humano.” Vimala Thakar
Sí, hoy tenemos cerca de mil millones de personas al año que viajan de un país a otro, televisión que instantáneamente lleva la misma señal a todo el planeta, con teleaudiencias de cerca de mil millones de personas a la vez, viendo un partido de futbol. Marcas globales de café, cosméticos, perfumes, automóviles, que estimulan el consumo y giran la economía global. Redes sociales de Internet que permiten la transmisión instantánea de persona a persona y a través del planeta, entre miles de millones de personas, en imágenes, videos, conversaciones, música y escritos.
Las redes que nos conectan, como un sistema nervioso de la condición humana superficial, no tienen parangón en la historia. Estamos interconectados como una colmena, como un organismo multicelular. Pero seguimos estando más lejos que nunca. Encerrados en nosotros mismos, en nuestros egos, en nuestras tribus, países, partidos, regiones, clases. Fragmentados en un mundo global unitario, en un continuo de universo y de ser.
Esta conectividad o globalización, característica integral de la modernidad, puede ser un instrumento para hacer llegar experiencias locales a nivel global, para unificar las aldeas dispares del mundo en una comunidad global e integrar las economías nacionales en una economía internacional. Y para hacer que la humanidad un día se de cuenta “de que somos una familia” como decía Desmond Tutu.
La interconexión es el andamiaje para que nos demos cuenta de que estamos en el mismo barco, de que somos un continuo de vida, una manifestación de la existencia. Para que descubramos ese amor por los demás, que nacía en las manos de Francisco de Asís, sanando lobos y ovejas, se derramaba en los trastes de Teresa de Ávila, y se asoma en los versos de Rumi y Hafiz. Ese amor de adentro que nos hermana.
Hoy, sabemos por los medios, de costumbres y culturas allende nuestros barrios, aunque no las apreciamos como a las nuestras. Pero la humanidad está mezclándose a un ritmo como nunca. En el 2022, se estima que había 281 millones de migrantes internacionales, una cifra equivalente al 3,6% de la población mundial. A estas cifras hay que añadir al menos un estimado de 40 millones de migrantes indocumentados.
Las personas que viven entre culturas se sienten más «naturales» en un mundo globalizado, porque refleja la combinación de diferentes culturas, puntos de vista e identificaciones sociales. La interconexión de las personas hoy en día está más allá de todo lo que ha sucedido antes en la historia. Y a esto hay que añadir, los conceptos ecológicos, cosmológicos y de la física moderna, que enfatizan la interconexión del universo en general, y la apreciación de estar, en un universo que es un continuo y en el mismo planeta, nuestra aldea global.
Sin embargo, nuestro egoísmo ofrece una tenaz resistencia a la síntesis global, a ese sentir una sola humanidad. Resistencia, que actúa como una fuerza contraria. Y el “sálvese quien pueda” prevalece sobre la común humanidad. Aunque muchas personas se definen e identifican como ciudadanos globales, las culturas y sociedades en las que viven no aceptan fácilmente su estatus, y constantemente tratan de aislarlos y categorizarlos como ajenos.
A medida que persiste la integración mundial, los atrincheramientos culturales, los grupos étnicos, religiosos y parroquiales resisten, temiendo las fuerzas disolventes de la globalización, manifestando esta resistencia en el fundamentalismo, el nacionalismo, la violencia y las guerras tribales y étnicas.
La cultura y la globalización han llegado a entenderse como mutuamente excluyentes y antitéticas. Lo primero se asocia típicamente con una cultura específica, mientras que lo segundo significa la homogeneización de todas las culturas en una sola. Hay quienes piensan que las tradiciones, ritos y creencias de un grupo humano, evolucionadas en el tiempo en contextos de aislamiento, o impuestos a otros por grupos, durante conquistas y guerras, se debilitan en su esencia por el inevitable descubrimiento, de nuestra condición de unicidad como humanidad, que se ha revelado tanto física como espiritualmente.
Y así, con miedos infundados de que van a disolverse, ante la presencia de otras costumbres y culturas, estas tradiciones se aferran tenaz e irracionalmente a sus autodefiniciones, y levantan murallas, y amenazan a los otros, que ven atentando contra la pureza de sus nichos culturales.
Sin embargo, no hay razón para que la integración de las partes de un todo, en una unidad funcional superior, como ocurre en los organismos vivos, en la naturaleza en general, y aun en sociedades humanas federadas, como por ejemplo el caso de Suiza, le reste valor a la diversidad esencial de las partes. Al contrario, estas se vuelven aun mas importantes al hacerse accesibles a otros puntos de vista y contribuir a la riqueza del tapiz de la humanidad.
El mundo está en medio de una gran transición. Los modelos de negocios prevalecientes no van a funcionar para una sociedad altamente consumista de ocho mil millones. Las autoridades científicas, empresariales y gubernamentales de todo el mundo están de acuerdo en que necesitamos alinear nuestros ciclos de producción y consumo, nuestros mercados, con los ciclos naturales de nuestros sistemas de soporte vital. Y nuestros enfoques fragmentados no son lo suficientemente eficientes o efectivos para lograr esto. Necesitamos una consciencia global para lograr una ciudadanía global.
Para esto necesitamos un cambio de cosmovisión. La sociedad secular moderna se basa en el materialismo. El materialismo es una cosmovisión, basada en que los objetos físicos son la substancia de la creación. Los cuatro problemas más urgentes de la humanidad son la superpoblación, las pandemias, la migración masiva y el cambio climático. Podríamos tener esperanzas de que la ciencia y la tecnología vengan al rescate con el cambio climático y las pandemias, pero las posibilidades son tenues, sin un gran cambio en la forma en que concebimos el mundo.
La ciencia confirma hoy, lo que los grandes maestros espirituales han dicho siempre, el ser, la vida, es una sola continuidad organísmica, todo está íntimamente conectado, como decía el poeta “No se puede perturbar una flor sin molestar a una estrella”. Lo que, si es evidente que está fragmentado, son nuestros egos, nuestros egoísmos, que definen nuestras sociedades y países, nuestra forma de hacer política y de abordar los problemas, no desde el punto de vista de la unicidad, sino del particular interés creado, de nuestra comunidad, nuestra tribu, nuestra familia, nuestro ego.
Negamos nuestra responsabilidad, a problemas que ninguna persona consciente de sí misma toleraría. Una persona consciente de sí misma, no iría a la guerra, no almacenaría armas nucleares, no albergaría prejuicios raciales, no maltrataría y abusaría de las mujeres, ni contaminaría el medio ambiente.
Cualquiera que transforme su percepción del mundo, de una de yo contra «el otro», de «nosotros» contra «ellos», en una percepción unificada que reconozca la interconexión de la vida, comienza a sembrar al movimiento de ciudadanía global. Este surgimiento ya está empezando a ocurrir, a medida que las personas se están volviendo conscientes en muchos niveles, de que el funcionamiento de los sistemas de soporte vital que respaldan el bienestar y la prosperidad de la humanidad está en riesgo.
Las soluciones sostenibles están ahí. Todo lo que necesitamos hacer es ampliar la escala y lograr una aceleración de su implementación. Tenemos un problema de sistemas, por lo que necesitamos una solución sistémica. Solo hay una fuerza en la tierra, lo suficientemente poderosa como para arreglar esto: todos nosotros. Necesitamos colaborar conscientemente en la empresa más grande, que jamás se haya puesto en marcha; una que incluya a todos los demás, una ciudadanía verdaderamente global y para esto necesitamos un cambio cultural masivo en nuestra consciencia y cosmovisión.