El dilema del PLN

Roberto Gallardo

Roberto Gallardo

El próximo 2 de abril el Partido Liberación Nacional tiene una oportunidad de oro para demostrarle a la ciudadanía que escuchó con claridad el mensaje que esta le mandó en abril del 2014. Fue un mensaje contundente, inequívoco, por lo que ignorarlo no es opción para el partido mas grande del país, alrededor del cual se sostiene, precariamente, el sistema de partidos políticos en Costa Rica.

Ciertamente en la estrepitosa derrota electoral del 2014 confluyeron múltiples factores. Pero es innegable que el tema ético tuvo –y sigue teniendo-, una gran importancia. Si bien es cierto hubo cuestionamientos de fondo a las políticas ejecutadas en gobiernos liberacionistas, la crítica principal se centró en aspectos éticos del ejercicio del poder.

Mucho podría decirse del origen de estos cuestionamientos, magnificados por una oposición política ávida de presentar un panorama blanco y negro, groseramente simplificador de la realidad. Baste decir que el sainete que montara el actual gobierno, a los cien días de su gestión, pareció dejar claro la verdadera naturaleza y la falta de fundamento de estas acusaciones. Pero igual la gente situó el tema de la ética en el ejercicio de la función pública en el centro del debate político.

A esto debe responder el Partido Liberación Nacional. Se ha hablado mucho de renovación de liderazgos, de ideario, de militancia. Pero por alguna razón, el tema de la renovación ética ha sido minimizado de manera muy peligrosa. El PLN debe entender que las propuestas no serán de recibo para la ciudadanía, si esta percibe que en el ámbito ético el partido no acometió el proceso de transformación que el electorado le demandó en el 2014.

Hoy por hoy los costarricenses se enfrentan a un dilema particular. Después de haber cifrado su esperanza en la ambigua promesa del “cambio”, el país ha ponderado mejor el valor de la experiencia. Pero al contrario de lo que sucedía en el pasado, un mal gobierno (o uno inexistente como el actual), no significa un traslado automático de apoyos a la oposición. Los estándares han cambiado y la ciudadanía no está dispuesta a hacerse de la vista gorda en ciertos ámbitos.

Y si hay un partido que debería tener esto claro, es precisamente el PLN. Se puede hacer (y hay que hacerlo), un intenso esfuerzo de renovación programática, pero de nada servirá si los electores perciben que no se ha avanzado con igual decisión en el campo ético. No se trata nada mas de un propósito de enmienda, sino de actos concretos que reflejen la voluntad de escuchar a un pueblo temeroso de otorgarle otra oportunidad, pero cada vez mas convencido que siempre ha vivido mejor en sus gobiernos.

Y en este camino, lo primero es la consistencia. No se puede decir que se ha escuchado al pueblo, si se actúa de manera contradictoria. Ni mas ni menos eso es lo que se juega el PLN este dos de abril. Es la oportunidad para mandar una poderosa respuesta, o de proceder de espaldas al sentir popular.

Y no se trata de una reflexión hecha en el aire. Una y otra vez, las encuestas señalan un hecho incontestable: de cara a las elecciones nacionales, las alternativas para el liberacionismo tienen consecuencias claras y radicalmente diferentes. Es darse una oportunidad, con alguien como Antonio Alvarez Desanti, o iniciar un paulatino proceso de desvanecimiento político, con José María Figueres.

Mas allá de las consideraciones particulares, la percepción de la gente termina teniendo consecuencias concretas. Eso pasó en la elección del 2014. Puede argumentarse mucho sobre esa percepción, pero no se puede ignorar. Se trata de ser consistentes con ese propósito de renovación ética que exigió la gente. Este es el dilema que enfrenta el PLN, pero también el país, este 2 de abril.

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