Rafael Gamboa Montero
Hace algunos años hicieron una película intitulada “la tormenta perfecta”; en ella se plantea que un desafortunado grupo de pescadores, enfrenta una colosal tormenta, producto de la confluencia simultánea de una serie de variables atmosféricas poco comunes.En otras palabras, tuvieron una suerte tan requete mala, que todo lo que podía salir mal les salió mal y todas esas circunstancias sucedieron justo cuando ellos estaban “en el lugar equivocado y en el momento equivocado”.
La pandemia del COVIT-19 que azota a la humanidad, es también el resultado de una “tormenta perfecta”, de la confluencia de una serie de circunstancias que no solo posibilitaron el surgimiento y la expansión mundial de esta terrible plaga, sino que la hicieron esperable y hasta inevitable…
Y digo “esperable”, porque aún recuerdo los gestos como de vergüenza o extrañeza de muchos epidemiólogos, cuando la tan anunciada plaga mundial no sucedía, aun cuando la venían vaticinando por muchos años…
Pues bien: ya llegó y con toda la furia y el poder de otras grandes plagas de la humanidad.
Pero el gran problema que muchos aún no visualizan, es que –a diferencia de la película– esos factores no son circunstanciales o coyunturales, sino que siguen ahí y mientras no las modifiquemos pueden –y de fijo que lo harán– generar otras grandes plagas en cualquier momento o, aún peor, éstas ya se están “incubando” y es solo cosa de tiempo para que se hagan sentir…
Muchas cosas o factores deben confluir para generar una mega plaga de escala planetaria, pero dos sobresalen y resultan determinantes: A) Alta densidad poblacional (excesiva concentración de personas en las ciudades) y B) Facilidad y rapidez del transporte mundial.
A estas podríamos agregarle la destrucción progresiva de los bosques, el calentamiento global, la pobreza extrema de millones, la creciente desigualdad entre ricos y pobres, la proliferación de tugurios y varias más, pero esas dos son de especial importancia epidemiológica.
Nunca antes en la historia humana, fue posible que un individuo estuviera en un momento dado en China o en Calcuta y al día siguiente caminara por las calles de Nueva York, México o San José, tosiendo a los desprevenidos transeúntes, millones de pequeños y “malvados” virucitos… Antes eso tomaba meses, pero no horas como sucede ahora.
Esto hace posible que una enfermedad altamente contagiosa, se expanda por todo el mundo aún antes de que sepamos que existe, e incluso antes de que el “paciente uno” presente los primeros síntomas… ¿Cómo prevenir algo que no se sabe que existe y que no muestra aún ningún síntoma?
Pero la velocidad de movilización mundial requiere luego de otro factor crucial: abundancia de huéspedes para recibir el nefasto regalito, pues si el susodicho portador de la letal enfermedad viaja a una playa solitaria, a un desierto o a una jungla, “allí murió” el problema como dicen –y el portador también, claro– pues no se habría logrado una transmisión importante del patógeno.
Pero qué distinta resulta la situación, cuando nos imaginamos al infectado en un aeropuerto, en restaurantes abarrotados, en las terminales de trenes… lugares donde potencialmente puede compartir su carga letal con cientos y hasta miles de personas en cosa de pocos minutos…
Concentrar a millones de seres humanos en los pocos kilómetros cuadrados de una gran ciudad, es una pésima idea, un error de cálculo que puede y debe revertirse, o muy pronto pagaremos el precio que conlleva…
En América del Norte el 82% de la gente vive en áreas urbanas; en América Latina el 81%, en Europa el 74% y en Oceanía el 68%, en Asia el 50% y en África el 43%.
Solo en la ciudad de México viven 21 millones de personas, en Tokio 37, Nueva Delhi 29, Shanghai 26 y en Sao Paulo 21.6… Tierra fértil esperando que la siembren con letales y contagiosos microbios…
¿Tan pronto se olvidó la humanidad de la Peste Bubónica que eliminó a uno de cada tres humanos en la Edad Media? Miren como pululan las ratas durante la noche…
¿Se nos olvidó que aún existe la difteria que mataba a 5 de cada 10 niños hace poco más de 100 años? ¿La polio que dejaba paralizados a miles cada año? ¿El sarampión que recién acabó con la vida de 6,000 niños en el Congo? ¿La tuberculosis que mandaba a hombres sanos y fuertes al descanso eterno en cosa de 4 días? La viruela, el dengue, el paludismo, la leptospirosis, el cólera… Todas ellas y muchas más, están esperando que se agregue el último factor a la receta, para desencadenar la tormenta perfecta…
Algunos ven a las grandes ciudades como un “destino inevitable”, como un “mal necesario”, pero la verdad esto no tiene por qué ser así… hay opciones mucho mejores que vivir como sardinas enlatadas…
Desde hace varios años, hemos propuesto la creación de una Red de Ciudades Ecológicas, como una alternativa para el desarrollo económico a gran escala de nuestro país.
Un megaproyecto que combina el desarrollo económico, social y ecológico de Costa Rica, pero que además representa una solución integral para la pobreza, la educación, vivienda, criminalidad y la salud.
El corazón de la propuesta es CAMBIAR EL MODELO DE DESARROLLO CONCENTRADO EN EL VALLE CENTRAL, y llevarlo a las zonas rurales, a una serie de ciudades ultra modernas pero ecológicas (“state of the art” como dicen los amigos del norte) donde la baja densidad poblacional y otras diversas características, hace improbable que se junten los factores predisponentes para una plaga como la del COVID-19.