El «camino imposible»: migrar por el Tapón del Darién

Por Fabián Yáñez y Martina Farmbauer (dpa)

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Un migrante lleva bajo intensa lluvia un bidón de agua potable a un depósito que sirve de refugio para migrantes en el Tapón del Darién. Foto: Mauricio Valenzuela/dpa

La humedad del aire es elevada, las montañas son instransitables, los pantanos profundos. Aquí, en la que posiblemente sea la selva más densa del mundo, hay animales salvajes. Y numerosos criminales. Desde siempre, esta zona al borde del Caribe es un lugar de comercio de todo tipo. Un lugar peligroso.

«La frontera de Panamá y Colombia no está diseñada para el tránsito, es una selva muy densa», dice la ministra de Exteriores de Panamá, Erika Mouynes, en una entrevista con el diario «El País».

«Tapón del Darién» le llaman a la zona. Allí se interrumpe la autopista Panamericana. A pesar de todo, cada año, decenas de miles de migrantes intentan cruzar la selva. Esperan conseguir una vida mejor en México o en Estados Unidos.

Mahmoud Assis, de 45 años, atravesó la selva de Darién en dirección al norte y sobrevivió. «Caminé mucho, subí montañas y trepé rocas, atravesé ríos y vi cómo mucha gente moría allí», dice este paquistaní a dpa en una conversación telefónica desde Bajo Chiquito en Panamá.

Assis pidió prestado un teléfono móvil. El suyo, su dinero, todas sus cosas le fueron robados durante un asalto armado en la selva. Los migrantes son víctimas fáciles de las bandas. «¿Qué vas a hacer? No puedes hacer nada». Él no sabía que el camino al norte iba a ser tan difícil. Muchos le dijeron que no lo hiciera, incluso su familia. «¡No vayas por ahí! Es una pésima idea. Es demasiado difícil, demasiado peligroso».

Assis dice que uno de sus amigos ya vive en México. Le contó que trabaja en un restaurante donde se pagan buenos sueldos. Assis quiere llegar allí y ganar dinero como cocinero. Pero hasta allí aún son miles de kilómetros.

La Cruz Roja Internacional describe el «Tapón del Darién» como una de las rutas migratorias más peligrosas del mundo. Quien la recorre muchas veces termina física y mentalmente traumatizado.

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Un colaborador de la Cruz Roja asiste a un migrante que lleva un niño en brazos. La Cruz Roja Internacional describe al Tapón del Darién como una de las rutas migratorias más peligrosas del mundo. Foto: —/Rotes Kreuz/dpa

Marisol Quiceno, responsable de asuntos humanitarios en Médicos sin Fronteras en Colombia, dice: «Muchas de las mujeres que asistimos sufrieron abusos sexuales en el camino». Equipos de Médicos sin Fronteras en Panamá atendieron desde abril a 288 personas que sufrieron violencia sexual.

Los accidentes debido al terreno complicado y la violencia contra los migrantes llevaron a que muchos quedaran en el camino. Muchos no sobrevivieron. Los migrantes relataron a Médicos sin Fronteras que algunas de las personas que se trasladaban con ellos cayeron por acantilados o se ahogaron en ríos y que por todos lados hay cadáveres. Aquellos que lograron pasar muchas veces están deshidratados, tienen diarrea o heridas tan graves que apenas pueden seguir.

Pero este «camino imposible» entre Colombia y Panamá, Sudamérica y Centroamérica, se convirtió en una ruta especialmente frecuentada. En 2016 fueron unas 30.000 las personas que atravesaron la selva hacia Panamá. En el presente año, ya son más de 100.000, según pudo saber dpa de fuentes gubernamentales. Una cifra similar de personas se lanza cada años a cruzar el Mediterráneo rumbo a Europa.

En la selva del Darién también se contabilizaron casi 19.000 niños, según Unicef. «En esta densa selva, las familias de migrantes con niños están especialmente expuestas a la violencia», dice el director regional de Unicef, Jean Gough. «Cada niño que atraviesa el Tapón del Darién es un superviviente».

Mahmoud Assis dejó esposa, madre y hermanos en Pakistán. Quiere enviarles mucho dinero desde otro país y así posibilitarles una buena vida.

También Francis Demakó, de Ghana, quien en África era perseguido y discriminado por homosexual y quiere llegar a Estados Unidos, viaja solo. Esperó con miles de migrantes en el noroeste de Colombia, a donde diariamente llegaban hasta 1.500 personas, sobre todo procedentes de Haití, en su camino hacia el norte.

«Era difícil encontrar un lugar tranquilo en Necoclí, algo para comer y beber. La gente dormía en las calles, con familias, con niños», relata el hombre de 26 años a dpa. «Mi dinero era para llevarme a Panamá».

Ariel Ávila, analista de seguridad y orden público en Colombia, explica a dpa que quienes llevan a los migrantes por la selva del Darién son conocidos como «coyotes», al igual que en la frontera entre México y Estados Unidos. El grupo armado organizado «Clan del Golfo», cuyo jefe «Otoniel» fue detenido hace poco en la región del Urabá, actúa como una especie de regulador.

Los migrantes esperan en Necoclí, el cuello de botella de Sudamérica, a veces días y semanas por un lugar en una embarcación. En ellas son llevados a la frontera. Luego, comienza la ruta por la selva del Darién.

Médicos sin Fronteras y la Cruz Roja reclaman de Colombia, que declaró terminada la crisis migratoria en Necoclí, y Panamá que garanticen el avance seguro de los migrantes.

«Es muy triste ver cómo estas personas arriesgan su vida con la promesa de un futuro mejor que quizá nunca experimenten», dice Diego Piñeros, coordinador de Migración de la Cruz Roja en Colombia.

El sueño americano y las consecuencias de la pandemia de coronavirus llevaron a decenas de miles de personas hacia el norte. Muchos de los migrantes de Haití, pero también de Venezuela, Cuba, África y Asia, en parte ya vivieron antes en países como Brasil o Chile, y ahora, que la situación para ellos se volvió cada vez más difícil allí, partieron.

Su lema es como el de Assis: «Estoy solo y perdido. Solo tengo la esperanza de que todo vaya bien».

dpa

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