Agosto 4, 2025
Por Andrew Firmin
LONDRES – Las filas para comprar arroz, algo impensable hasta hace poco, comenzaron a aparecer en mayo. A medida que el precio de este alimento básico alcanzaba niveles récord, los consumidores frustrados rompieron un tabú cultural y empezaron a adquirir arroz de Corea del Sur. Fue un símbolo del colapso de la seguridad económica de Japón, que creó un terreno fértil para un cambio político.
Esto se produjo el 20 de julio, cuando Japón se unió a la lista de países en los que los partidos de extrema derecha están ganando terreno. El partido Sanseitō obtuvo 15,7 % de los votos en las elecciones al Senado, mientras que la coalición gobernante formada por el Partido Liberal Democrático (PLD) y el Kōmeitō perdió su mayoría. El resultado augura problemas para la sociedad civil japonesa.
De las teorías conspirativas al Parlamento
Sanseitō, fundado durante la pandemia de covid-19, surgió de un canal de YouTube de extrema derecha. Inicialmente, difundió teorías conspirativas sobre el virus y se opuso a las mascarillas y las vacunas, un terreno que a nivel mundial proporcionó puntos de entrada para la radicalización de la extrema derecha. Desde entonces, ha adoptado una política excluyente.
El líder del partido, Sohei Kamiya, afirma que quiere ser el Donald Trump de Japón. Su programa «Japón primero», acompañado de una abundante retórica xenófoba, aboga por límites estrictos a la inmigración.
Sanseitō muestra una profunda hostilidad hacia los grupos excluidos. Se opone firmemente a los derechos Lgbtiq+, a pesar de que estos son limitados en Japón, y pide la derogación de la Ley de Promoción de la Comprensión Lgbt de 2023.
El partido ultraderechista se opone al matrimonio entre personas del mismo sexo; a pesar de las acciones legales de la sociedad civil que han dado lugar a sentencias judiciales contradictorias, Japón sigue siendo el único miembro del Grupo de los Siete (G7) de grandes países industriales que no reconoce la igualdad matrimonial.
Kamiya ha culpado a las mujeres jóvenes del descenso de la natalidad en Japón, afirmando que están demasiado centradas en su carrera y que deberían quedarse en casa y tener hijos. También ha dicho que apoya las medidas de Trump para eliminar las protecciones climáticas y pide la militarización de Japón, posiciones que suelen adoptar los populistas de derecha en todo el mundo.
Crisis económica y corrupción política
Se avecinan cambios en la política japonesa, hasta ahora estática. El PLD, un partido de derecha de amplio espectro, ha estado en el poder, ya sea en solitario o en coalición con el Kōmeitō, durante casi todo el tiempo desde su fundación en 1955.
Durante mucho tiempo se le atribuyó el mérito de haber reconstruido la economía japonesa, devastada tras la Segunda Guerra Mundial, y de haber restablecido las relaciones internacionales mediante una política exterior fuertemente alineada con Estados Unidos.
Pero su dominio se ha desmoronado bajo el peso del estancamiento económico y los escándalos de corrupción. El PLD perdió la mayoría en la Cámara Baja en las elecciones anticipadas de octubre de 2024, convocadas por el primer ministro Shigeru Ishiba tras asumir el liderazgo tras la dimisión de su predecesor, obligado a dimitir por un escándalo.
En noviembre de 2023, se reveló que se habían ocultado unos cuatro millones de dólares en fondos ilícitos no declarados vinculados a facciones clave del partido. Este escándalo siguió al asesinato en julio de 2022 del ex primer ministro Shinzo Abe, cuyo asesino albergaba rencor contra la Iglesia de la Unificación, un movimiento religioso ampliamente considerado como una secta.
El asesinato puso de relieve los amplios vínculos entre la iglesia y el PLD.
La crisis política coincidió con el malestar económico. La inflación es poco habitual en Japón, pero, al igual que en muchos otros países, los precios de los alimentos se han disparado y los salarios no han seguido el mismo ritmo.
La crisis del arroz, debida en parte a los efectos del cambio climático, fue el símbolo más potente, ya que afectó a un alimento básico profundamente arraigado en la identidad nacional. El gobierno reaccionó a los altos precios liberando parte de sus reservas, pero rechazó las peticiones de reducir el impuesto sobre el consumo de 10 %, que Sanseitō quiere abolir.
Demografía y temores sobre la inmigración
Detrás de estos problemas económicos se encuentra el reto demográfico de Japón. Se estima que 30 % de la población tiene 65 años o más, y alrededor de 10 % tiene más de 80 años. La otra cara de la moneda es la baja tasa de fertilidad: actualmente se prevé que cada mujer tenga 1,2 hijos, muy por debajo de la tasa de 2,1 necesaria para mantener una población estable.
La demografía japonesa amenaza con socavar su base económica, ya que podría no haber suficientes contribuyentes para financiar el gasto en seguridad social. El gobierno, que hasta ahora se había mostrado reacio, se ha visto obligado a suavizar los estrictos controles de inmigración y a atraer a más personas en edad de trabajar.
Los residentes nacidos en el extranjero representan ahora alrededor de 3 % de la población japonesa, una proporción pequeña para la mayoría de las economías del norte del mundo, pero un cambio muy visible en una sociedad que antes era ampliamente homogénea.
Sanseitō ha utilizado este cambio demográfico como arma, desatando una retórica xenófoba para aprovechar la ansiedad por el cambio cultural y culpando a los extranjeros de los problemas internos. La preocupación por la tasa de natalidad también ha proporcionado un amplio terreno para convertir al feminismo y a los movimientos por los derechos Lgbtiq+ en chivos expiatorios.
Desinterés político y divisiones generacionales
El fracaso de la clase política a la hora de conectar con las generaciones más jóvenes también ha creado una peligrosa vulnerabilidad.
Una investigación realizada en 2024 reveló que solo un tercio de los votantes estaba satisfecho con el funcionamiento actual de la democracia japonesa, y más de la mitad no se identificaba con ningún partido político. El desencanto es mayor entre los jóvenes, agravado por el hecho de que los políticos suelen ser una o dos generaciones mayores.
El giro hacia Sanseitō sugiere que al menos algunos de los desencantados con la política establecida han encontrado algo por lo que votar.
El partido cuenta con el apoyo especialmente de los jóvenes, y en particular de los hombres jóvenes. Le ayuda el hecho de tener una presencia mucho más fuerte en las redes sociales que los partidos establecidos, con alrededor de 500 000 seguidores en YouTube, frente a los 140 000 del PLD.
En muchos países, antes se daba por sentado que los jóvenes eran más progresistas que las generaciones mayores, pero cada vez menos es así. En economías en las que los jóvenes tienen dificultades, cualquier cosa que parezca nueva y prometa romper con la política tradicional fallida, incluso si es extremista, puede resultar atractiva.
Inestabilidad y polarización por delante
Sanseitō afirma que no quiere colaborar con ningún partido establecido y, como se ha visto en otros países, podría utilizar su presencia parlamentaria para montar espectáculos y buscar publicidad.
Es poco probable que su apoyo haya alcanzado su punto álgido y, aunque no tiene poder, puede esperar tener influencia: una vez que la retórica de la extrema derecha pasa a la corriente principal, se filtra y cambia el debate político en general.
El giro hacia la derecha de Japón podría extenderse más allá de Sanseitō. El descontento con el PLD ha hecho que otro partido de derecha, el Partido Popular Democrático, gane apoyos. Estos cambios podrían llevar al PLD a responder a sus pérdidas adoptando un rumbo más nacionalista y conservador, asociado a su antiguo líder Abe.
La trayectoria de Japón refleja patrones preocupantes en las democracias del Norte global, como Francia, Alemania, Italia y Portugal, donde los partidos populistas de derecha han ganado protagonismo provocando indignación, sembrando la división y atacando a los grupos excluidos, junto con la sociedad civil que defiende sus derechos.
Todo ello sugiere un peligro para los grupos excluidos y la sociedad civil de Japón. A medida que Japón avanza por este camino preocupante, su sociedad civil debe estar preparada para defender los derechos humanos.
Lo que comenzó como una crisis del arroz se ha convertido en una prueba para determinar si las instituciones democráticas de Japón, incluida su sociedad civil, pueden resistir la tormenta populista que se avecina.
Andrew Firmin es redactor jefe de Civicus, codirector y redactor de Civicus Lens y coautor del Informe sobre el Estado de la Sociedad Civil de la organización.
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