EEUU: Que se haga pedazos el Partido Republicano. Dossier

Eugene Robinson Harold Meyerson

Partido Republicano

Para que resurja de sus cenizas, el Partido Republicano tiene que arder primero

Eugene Robinson

Antes de que un partido cuerdo y responsable pueda resurgir como el Fénix de las cenizas de un Partido Republicano peligrosamente desquiciado, tiene que haber cenizas de las que resurgir. El país va a tener que destruir el Partido Republicano para poder salvarlo.

Los partidos se reforman y reconstruyen después de sufrir derrotar ingentes, de tierra quemada. Desde que los republicanos decidieron seguir a Donald Trump y Fox News en el distópico paisaje infernal del supremacismo blanco, la teoría conspirativa paranoide y el ignorante rechazo de la ciencia, han perdido el control de ambas cámaras en el Congreso y la Casa Blanca. Pero se ha vuelto evidente que esas derrotas no son suficientes.

Podríamos podría pensar que la violenta y mortífera insurrección del 6 de enero en el Capitolio — un ataque sin precedentes a nuestra democracia, incitado por la Gran Mentira de fraude electoral de Trump — devolvería a la realidad al Partido Republicano. Increíblemente, sin embargo, nos equivocaríamos.

Si acaso, el Partido se está internando más profundamente en la espesura. Véase cómo se comportaron la semana pasada los dos republicanos más poderosos que quedaban en Washington. El líder de la minoría en la Cámara de Representantes, Kevin McCarthy (California) fue en peregrinaje a Mar-a-Lago a doblar la rodilla ante Trump. Y el líder de la minoría en el Senado, Mitch McConnell (Kentucky) votó a favor de cuestionar que el inminente “impeachment” de Trump sea siquiera constitucional.

Lo que había parecido anteriormente un destello de sensatez, cuando declaró McCarthy que Trump, entre otros, tenía cierta «responsabilidad» por los disturbios del Capitolio y afirmó McConnell que Trump los «provocó», no fue más que un espejismo. Y quienquiera que espere que haya 17 votos republicanos en el Senado para condenar a Trump, no importa lo irrecusables que sean las pruebas, se verá casi a buen seguro decepcionado.

A nadie debería caberle duda: el Partido Republicano no guarda ninguna semejanza con el partido de Abraham Lincoln. Hoy es el partido de la representante Marjorie Taylor Greene (republicana por Georgia), que cree en las teorías conspirativas alucinatorias de QAnon, ha sugerido que Hillary Clinton, la exsecretaria de Estado, es una asesina de niños y que los incendios descontrolados de 2018 en California pueden haber sido provocados por un láser gigante ubicado en el espacio y controlado de algún modo por los judíos. Y además, también de alguna forma está implicado el ferrocarril de alta velocidad.

¿Se creen esas sandeces los republicanos convencionales como McCarthy y McConnell? No, pero con sólo 10 votos de diferencia en la Cámara y un Senado empatado, creen de veras que tienen a tiro recobrar el control tanto de la Cámara como del Senado en las elecciones de mitad de mandato del año próximo, y están escogiendo el poder — o la perspectiva de conseguirlo — por encima de los principios.

Por el bien de su partido y del país, esas esperanzas deben quedar totalmente frustradas. Las elecciones de mitad de mandato de 2022 tienen que parecerse más a 2002, durante el primer mandato del presidente George W. Bush, cuando su partido ganó escaños tanto en el Senado como en la Cámara. Ese insólito resultado se atribuyó de modo general a una oleada de solidaridad tras los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001. Pero hoy el país debería sentirse igualmente traumatizado. En enero, los EE.UU. perdieron a más de 95.000 personas a causa de la Covid-19, el equivalente en muertes de un 11 de septiembre un día sí y otro también. Hace sólo unas semanas, vimos el Capitolio saqueado por vez primera desde 1814. Y una mayoría de las bases republicanas se agarra a la mentira de que de algún modo las elecciones se las robaron a Trump.

Los miembros republicanos de la Cámara que tuvieron la integridad de votar a favor del “impeachment”, tales como Liz Cheney, de Wyoming y Tom Rice, de Carolina del Sur of South Carolina, han sufrido ataques fulminantes de sus compañeros republicanos. La advertencia a los senadores republicanos es explícita: si votais a favor de condenar a Trump — y lo purgáis efectivamente del Partido — ya podéis ateneros a las consecuencias.

El Partido Republicano no se reformará o no puede reformarse. De modo que debemos ayudar al Partido machacándolo. El hecho de que docenas de grandes empresas importantes, como Walmart, Google y AT&T hayan anunciado que no harán donaciones en campaña a los republicanos que votaron por negar la confirmación de los resultados de las elecciones supone un comienzo. Pero nosotros los consumidores tenemos que exigir que la Norteamérica empresarial vaya más allá, insistiendo en que las agrupaciones empresariales sigan su ejemplo y en que las empresas pidan por lo menos a sus ejecutivos que se abstengan de hacer donaciones a los “Super PACs” [comités de acción política para recaudar fondos] republicanos, dominio de obscuros dineros en el que las donaciones no se rigen reglamentariamente por estrechos límites.

Hemos visto de qué modo los votantes de Georgia han reculado en relación al “trumpismo”, desalojando a dos senadores republicanos y eligiendo a dos demócratas, uno negro y otro judío, en su lugar…y eso fue antes de los disturbios del Capitolio. La ruina necesaria del Partido Republicano dista de ser misión imposible.

Fueron los votantes republicanos de Georgia quienes nos trajeron a Greene, identificada con suma precisión como republicana de QAnon (R-QAnon), y que debería convertirse en rostro del Partido. La elección es binaria y escueta: si no crees en los láseres espaciales judíos, no puedes votar a los republicanos. Y si a usted le gustaba el viejo Partido Republicano, no lo va a poder tener de vuelta hasta que no haga trizas al Partido Republicano de hoy en día.

Fuente: The Washington Post, 1 de febrero de 2021

Cómo dejaron los republicanos de ser un partido y se convirtieron en una secta

Harold Meyerson

Todas las familias infelices son infelices cada una a su modo, según es fama que advirtió Tolstoi, y los republicanos están trazando sin duda nuevo rumbo para el suyo propio. La grieta entre el bando de Trump y el bando no tan de Trump resulta notable para un partido político, pues no se refiere a política o ideología o intereses económicos rivales, ni a ninguna de las cosas que habitualmente dividen a los partidos políticos.

Desde luego, no se refiere a seguir la línea de partido en política alguna. Algunos de los dirigentes del Partido que son más acérrimos conservadores, como Patrick Toomey, senador por Pensilvania, y Liz Cheney, congresista de la Cámara por Wyoming, han sido censurados por diversos comités del Partido al haberse negado a afirmar la inocencia de Donald Trump en el asunto de la insurrección del 6 de enero.

Esto no guarda semejanza con las anteriores divisiones que han desgarrado, o casi desgarrado, nuestros partidos políticos. Los “whigs” se vinieron abajo debido a que sus alas nordista y sudista discreparon sobre la cuestión de la expansión de la esclavitud. Otro tanto, por la misma razón, le sucedió a los demócratas de 1860, que presentaron dos candidatos, uno del Norte y otro del Sur, a presidente (lo que le permitió al republicano Abraham Lincoln llegar a la Casa Blanca). Por haber asistido a la Convención Demócrata de 1968 como asistente más novicio del mundo, yo mismo fui testigo de cómo el Partido se hizo trizas a si mismo debido a la guerra de Vietnam.

El mismo hecho de que ninguna cuestión salvo Trump mismo divida hoy a los republicanos refleja un hecho mayor, el hecho de que no hay cuestiones que tengan apenas importancia para el Partido Republicano de hoy en día. Los medios han pasado en buena medida por encima sobre el asombroso hecho de que el Partido descuidara proponer o incluso redactar un programa electoral en 2020. Todo lo que importaba era confirmar a Trump, lo que significaba básicamente ratificar la continuación de las constantes calumnias y denigración que lanzaba sobre todo lo que despreciaba. Sus odios se vieron alimentados por su racismo, sexismo, nativismo y homofobia, pero el racismo, el sexismo, el nativismo y la homofobia no fueron en sí mismos los que provocaron que algunos republicanos rompieran con Trump. Los republicanos llevaban mucho tiempo apoyando la supresión del voto sobre una base racial, la deportación de inmigrantes indocumentados, la negación de la autonomía física a las mujeres, y así sucesivamente, sólo que de modo más suave.

Trump subió la apuesta en todas estas cosas, pero la esencia de su presidencia consistió en su propia gesticulación llena de rabia en esos asuntos, subsumiéndolas en su imagen pública como airado-hombre-blanco-en-jefe. Lo que le ponía en un lugar aparte no era su compromiso con esas medidas políticas sino el constante vitriolo y la violación constante de las normas cívicas con que lo expresaba y lo personalizaba. Eso se convirtió en la prueba de fuego que definía a los verdaderos creyentes trumpianos: o ratificabas (y en realidad te regodeabas en ello) las violaciones de las normas por parte de Trump y su abierto desdén por «el otro» como base de tu identidad política o no eras un verdadero republicano. Por extensión, o creías en la Gran Mentira de Trump y su multitud de mentirijillas, o no eras un republicano de verdad.

Los cargos electos republicanos todavía capaces de aprehender periódicamente la realidad han tenido que seguirles el juego a estas mentiras por temor a su extinción. Los que han tratado de partir la diferencia —a ti te estoy mirando, Mitch McConnell— han cosechado una tempestad que tiene todavía que remitir.

Lo cual constituye la razón por la que son infelices los republicanos a su manera. Una manera que resulta única para un partido político, pero bastante común para aquello en lo que el Partido Republicano se ha convertido: una secta.

Fuente: The American Prospect, 18 de febrero de 2021

Eugene Robinson es comentarista político de televisión y periodista desde 1980 del diario norteamericano The Washington Post, en el que desde 2005 escribe una columna de opinión por la que ganó el Premio Pulitzer en 2008 cubriendo la campaña presidencial. Afroamericano nacido en Carolina del Sur, entre sus libros se cuenta Coal to Cream: A Black Man’s Journey Beyond Color to an Affirmation of Race [De carbón a crema: el viaje de un hombre negro más allá del color hacia la afirmación de la raza] (1999) Disintegration: The Splintering of Black America [Desintegración: el astillamiento de la Norteamérica negra] (2010) y un volumen sobre Cuba Last Dance in Havana: The Final Days of Fidel and the Start of the New Cuban Revolution [Último baile en La Habana: los últimos días de Fidel y el inicio de la nueva revolución cubana] (2004)
Harold Meyerson Harold Meyerson ha sido columnista del diario The Washington Post y editor general de la revista The American Prospect. Considerado por la revista The Atlantic Monthly como uno de los cincuenta columnistas más influyentes de Norteamérica, Meyerson es además vicepresidente del Comité Político Nacional de los Democratic Socialists of America.

Fuente: Varias

Traducción: Lucas Antón para sinpermiso.info

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