Samuel Farber
El artículo de nuestro compañero Samuel Farber, publicado en la revista Jacobin unos días antes del asalto al Congreso de los Estados Unidos por las hordas trumpianas, es una explicación de las causas históricas, estructurales y coyunturales que explican el trumpismo y por qué seguirá siendo un peligroso fenómeno político y social durante la administración Biden, a pesar del fracaso del intento desesperado de cuestionar la derrota electoral de Trump. Pero también argumenta las razones por las que su marginación definitiva solo puede ser el resultado de políticas de izquierda que reunifiquen las reivindicaciones de unas clases trabajadoras divididas racialmente. Unas políticas que no serán las de la administración Biden. SP
Donald Trump perdió las elecciones de 2020. Pero ha generado un movimiento trumpista que probablemente le sobreviva. Durante sus cuatro años en el poder, Donald Trump introdujo una nueva forma de hacer política de la derecha que ha sido abiertamente autoritaria, racista, xenófoba y anti-ciencia. Esta política ha sido apoyada por una coalición electoral que comprende al menos el 40 por ciento del electorado. Si pudiera mantener este apoyo, podría postularse nuevamente para presidente en 2024 a la edad de setenta y ocho años. Si puede hacerlo dependerá de una serie de factores, incluido si sigue controlando el Partido Republicano.
Cualquier desafío republicano a su control del partido lo tiene difícil, teniendo que superar el hecho de que recibió el 47 por ciento de los votos en unas elecciones con una participación sin precedentes. Y se marcha con un Partido Republicano envalentonado por su presencia reforzada en el poder legislativo como resultado de la reducida mayoría demócrata en la Cámara de Representantes. Aunque los republicanos pierdan el control del Senado después de las elecciones en Georgia en enero, la presencia republicana seguirá siendo bastante fuerte, con la ayuda de demócratas conservadores como Joe Manchin de West Virginia.
Especialmente importante para el partido de Trump es su éxito a la hora de derrotar los intentos de los demócratas de mejorar su posición en las legislaturas de los estados que aprobarán la redistribución de circunscripciones basada en los resultados del censo de 2020. Al poder controlar el rediseño decenal de las circunscripciones electorales legislativas de los estados y del Congreso, los republicanos podrán continuar sus prácticas de manipulación electoral en detrimento no solo del Partido Demócrata sino también de la representación de las poblaciones negras y de otras minorías (con la ayuda, sin duda, de la reciente decisión política de Trump de acortar el tiempo para realizar el censo, que seguramente subestimará a las minorías y a la población urbana, principal bastión del Partido Demócrata).
Para garantizar la permanencia de estas políticas, Trump nombró nuevos jueces federales conservadores para aproximadamente el 25 por ciento de todos los puestos federales vacantes y transformó la Corte Suprema en un sólido bastión conservador, que lo seguirá siendo durante años. Trump ya ha restringido muchos derechos en temas como el aborto, la inmigración y el medio ambiente, medidas que pueden haberle ganado el apoyo de los votantes evangélicos que, aun reconociendo las poco cristianas infidelidades de Trump y su falta de respeto por las mujeres, lo apoyaron masivamente en las elecciones de 2020.
Al final, sin embargo, Trump y su partido terminaron pagando un alto precio por su política y su comportamiento. A diferencia de todos los presidentes recientes, nunca alcanzó una tasa de aprobación del 50 por ciento de los estadounidenses, que otros ex presidentes obtuvieron en el apogeo de su popularidad, y ha provocado la ira y la indignación de decenas de millones de estadounidenses, lo que finalmente condujo a su derrota.
Trump y el trumpismo
La vulgaridad, las mentiras descaradas, el narcisismo descontrolado, el racismo explícito, la misoginia y la actitud antiinmigrante de Trump han jugado un papel importante en la construcción de su imagen como alguien externo en el pantano corrupto de la élite política. H sido una pantalla eficaz para ocultar su agenda política y económica conservadora y sus vínculos con sectores importantes del gran capital.
Ni Trump ni la mayoría de los partidarios de Trump son fascistas. Pero una importante similitud entre el trumpismo y el fascismo alemán, cuya demagogia, antisemitismo y brutalidad nacionalsocialistas buscaban ostensiblemente defender los intereses del Volk alemán ,es que ambos han tratado de ocultar en la medida de lo posible sus fuertes vínculos conservadores con el gran capital. (No fue casualidad que el ala del Partido Nazi que se tomaba en serio sus pretensiones «socialistas» terminara siendo sangrientamente purgada por Adolf Hitler un año después de que asumiera el poder en la infame Noche de los Cuchillos Largos, del 30 de junio al 2 de julio de 1934). El estilo político de Trump ha evitado los tópicos republicanos sobre el libre mercado y el libre comercio que no movilizaban un apoyo político masivo. Esta es una de las razones por las que el trumpismo puede ser más duradero que el movimiento Tea Party de hace una década, que se centró en los temas más tradicionales de la derecha de oposición a los impuestos y al «gran gobierno».
Así fue como Trump pudo aplicar una estricta línea neoliberal en aspectos clave de la economía, con la excepción de su defensa del proteccionismo, que junto a sus políticas regulatorias en las áreas de política laboral y laboral, salud, educación, medio ambiente, y protección de los consumidores claramente han afectado negativamente a muchos de sus seguidores, en su mayoría blancos, de clase media y trabajadora. También ha obviado cualquier noción ética de conflicto de intereses al nombrar a empresarios y lobistas para dirigir las agencias públicas que se supone que deben supervisar y vigilar las empresas privadas de las que provienen.
El caso del Departamento de Educación con Betsy DeVos es particularmente ilustrativo. Todas sus políticas han buscado beneficiar a intereses inconfesables, como las escuelas profesionales privadas disfrazadas de colegios y universidades que dependen totalmente del dinero del gobierno y tienen resultados escandalosos de abandono académico y de acceso de sus graduados a trabajos en el mercado laboral.
La administración Trump también ha promovido a elementos lumpen-capitalistas involucrados de manera descarada en actividades comerciales que de hecho han puesto en peligro la vida de personas. Mike Davis ha señalado el caso de Forrest L.Preston, un seguidor incondicional de Trump, propietario de la cadena de residencias de ancianos Life Care, en la que numerosos pacientes y trabajadores han muerto como resultado de la malversación con fines de lucro de sus propietarios y gerentes durante la pandemia de Covid-19. La administración Trump y los gobiernos estatales republicanos han protegido por todos los medios a la cadena Life Care para evitar que sea llevada ante los tribunales, y el líder republicano del Senado, Mitch McConnell, ha insistido en que cualquier proyecto de ley de estímulo económico relacionado con COVID-19 debe proporcionar inmunidad legal general a las cadenas de residencias de ancianos.
Pero las violaciones de Trump de las normas establecidas no han afectado directamente al funcionamiento del capital estadounidense, sino que han estado dirigidas a las convenciones culturales que gobiernan el funcionamiento del «pantano» del establishment político, en particular las que refuerzan la legitimidad ideológica y la estabilidad del sistema político. Lo que es especialmente importante en relación con las convenciones del sistema no solo para asegurar una transición pacífica del poder político, sino para indicarle al pueblo que debe aceptar pacíficamente esa transición.
Basta comprar su negativa a aceptar la victoria de Biden con la decisión de Al Gore de no continuar su legítima disputa contra George W. Bush sobre las votaciones de Florida en las elecciones de 2000, y admitir y felicitar a Bush por su elección. La decisión de Gore se basó en su decisión política de no desestabilizar el sistema. A Trump no le importar en absoluto. Su incitación a sus partidarios para que gritaran «encerrarla» a Hillary Clinton y su público escarnio de los funcionarios del gobierno, desde el ex fiscal general Jeff Sessions hasta el Dr. Anthony Fauci, son ejemplos de su absoluta falta de preocupación por la legitimidad de las instituciones públicas y los funcionarios.
Cualquiera que sea el destino de Donald Trump en los próximos años, es probable que el trumpismo, como estado de ánimo político y mental, e incluso como movimiento, perdure más allá del propio Trump. El trumpismo tiene una base social real. Sus seguidores son una parte importante del 47 por ciento de los votantes que en las elecciones de 2020 votaron por él.
Las encuestas a boca de urna mostraron que cerca de la mitad de las personas blancas con educación universitaria votaron por Trump en 2020; lo mismo ocurrió con el 63 por ciento de los blancos «sin educación universitaria». Dado que esta última categoría representa el 41 por ciento del total de votos, ese 63 por ciento que votó por él representa aproximadamente veintisiete millones de votantes (aunque una proporción significativa de ellos no eran necesariamente trumpistas sino personas desesperadas por volver a trabajar tras ser despedidas por el COVID -19, despidos a los que Trump afirmó oponerse).
Las encuestas de opinión pública y los medios de comunicación han asumido que la falta de educación universitaria es un indicador del estatus de clase trabajadora. De hecho, aproximadamente la mitad de las personas que carecen de educación universitaria no son miembros de la clase trabajadora, sino comerciantes, vendedores independientes, supervisores y gerentes inferiores en sectores como el comercio minorista. Una parte importante de la base de Trump involucra a sectores de la clase trabajadora blanca (menos de lo que comúnmente se supone, pero sin embargo en números preocupantes) y sectores de la clase media blanca. Aunque concentrado en la categoría “sin educación universitaria”, el apoyo de Trump también proviene de grupos que se encuentran más arriba en la escala socioeconómica, ya que también obtuvo grandes contribuciones para su campaña de sectores importantes de la clase capitalista.
Quizás la forma más útil de entender el trumpismo es como una respuesta de la derecha a las condiciones objetivas de decadencia económica y a la sensación de decadencia moral en sectores importantes de la clase trabajadora blanca y la clase media junto con con las iglesias evangélicas predominantemente blancas y con los tradicionales conservadores blancos anti-gobierno.
Sin embargo, el trumpismo fue moldeado en gran medida por la política personal de Trump. No es el típico conservador. Por ejemplo, apoyó el derecho al aborto durante mucho tiempo antes de considerar presentarse a la presidencia. Pero lo que siempre fue central en su discurso fueron las políticas superpuestas del racismo y la xenofobia.
Trump es único entre los recientes presidentes estadounidenses que ha estado directamente involucrado en notorios incidentes racistas antes de su elección de 2016. En 1973, él y su padre fueron demandados por el Departamento de Justicia de Nixon por discriminar a los negros en los edificios de apartamentos que poseían y operaban en Queens. En 1989, Trump exigió, en anuncios pagados en periódicos, la pena de muerte para cinco jóvenes negros falsamente acusados de atacar a una mujer blanca de veintiocho años en Central Park, reavivando el viejo estereotipo del hombre negro que ataca a mujeres blancas. Los cinco hombres pasaron años en prisión hasta que el verdadero culpable confesó su crimen. Y, durante años, dirigió la campaña «birther», que aseguraba que Barack Obama no ha nacido en los Estados Unidos sino en Kenia.
Es cierto que Trump ha intentado de vez en cuando parecer inclusivo, como en la Convención Nacional del Partido Republicano de 2020, muy probablemente bajo presión de los líderes del Partido Republicano para atraer a votantes independientes. Pero estos gestos simbólicos no alteraron su atractivo para los grupos supremacistas blancos (pidiendo a la banda de extrema derecha “Proud Boys” estar “preparados para todo”) ni su manipulación de los prejuicios raciales. Un ejemplo reciente y transparente fue su reciente compromiso público en julio de 2020 de proteger a los habitantes de los suburbios de clase media de la construcción de viviendas para personas de bajos ingresos en sus vecindarios, con el argumento de que se verían asediados por una ola criminal. Los ex candidatos republicanos a la presidencia también han recurrido a los miedos raciales como táctica electoral. Pero Trump lo ha llevado a un nivel cualitativamente diferente al explotar sistemáticamente esos temores para movilizar el apoyo blanco.
La política de Trump encontró un fuerte eco en la política de resentimiento blanco resultado de la absoluta falta de empatía, una actitud personalizada y legitimada por el propio Trump, que muchos estadounidenses blancos tienen por aquellos con quienes comparten la falta de atención médica y el desempleo, pero a quien definen como diferente. En las entrevistas de la socióloga Arlie Hochschild con personas blancas al borde de la pobreza en su libro Strangers in Their Own Land, descubrió que los entrevistados consideraban que los programas de acción afirmativa permitían a los negros y otras minorías salir adelante al “saltarse” injustamente la cola en la ellos, los estadounidenses blancos, habían estado esperando su turno. Este es un resentimiento totalmente impermeable al hecho de que esos negros y latinos han estado “haciendo cola” durante siglos, marginados por una discriminación racial sistemática.
Incapaces o no dispuestos a empatizar con las quejas de estas minorías, los trumpistas blancos ignoran sus protestas y luchas públicas considerándolas egoístas e ilegítimas y consideran que están favorecidos por los principales medios «falsos» de comunicación. Su resentimiento se extiende también a las luchas de otros trabajadores blancos que intentan defender sus derechos y beneficios en el trabajo.
Esta política de resentimiento está asociada con un profundo sentido de impotencia y es hostil a la lucha colectiva de los trabajadores y los grupos oprimidos, porque esas luchas socavan la auto-justificación del status quo. Este resentimiento se dirige a quienes se encuentran en una situación similar en la escala socioeconómica y a quienes se encuentran por debajo de ellos.
Gran parte de la fuerza política de Trump proviene de su reconocimiento de este resentimiento, de su manipulación y magnificación, y de haberlo articulado y dado una proyección pública. Ha explotado hábilmente su imagen de astuto multimillonario, que demostraría que esta dotado de los conocimientos necesarios para guiar con éxito la economía del país. La suya ha sido una hazaña notable, especialmente si se considera su historial como «capitalista lumpen», endeudado, con frecuencia en quiebra, sin escrúpulos en sus negocios e involucrado en tratos inconfesables con abogados corruptos como Michael Cohen y Roy Cohn, su mentor, y estafadores convictos como Roger Stone.
El surgimiento de Trump y el trumpismo
Hubo varios factores asociados con las elecciones presidenciales de 2016 que permitieron el ascenso al poder de Trump. Además de haber ganado, por márgenes muy estrechos, los estados clave de Pensilvania, Michigan y Wisconsin, lo que le dio la ventaja ganadora en el número de compromisarios electorales, le benefició enormemente tener como oponente a una débil Hillary Clinton. El establishment de derecha y sus partidarios la odiaban con pasión, al igual que muchos votantes de izquierda o incluso buena parte de los independientes. A Trump también le ayudó el hecho crucial de que, si bien los candidatos en las primarias demócratas seleccionaban delegados a la convención de su partido en proporción a sus votos, ese no fue el caso en general en las primarias republicanas, lo que le permitió a Trump ganar las primarias republicanas con una menor proporción de votos de lo que hubiera sido el caso en las primarias demócratas.
Además de esos factores inmediatos, hubo una serie de cambios estructurales a largo plazo en la sociedad estadounidense que crearon espacio para su ascenso al poder y un movimiento trumpiano de derecha . Estos incluyeron la reacción de los blancos contra los movimientos por los derechos civiles y el poder negro de los sesenta y setenta, la politización de los evangélicos blancos como respuesta a la revolución cultural de los sesenta y a la decisión de la Corte Suprema sobre Roe v. Wade en 1973 sobre el aborto, y la política nativista y una reacción nativista y racista a los cambios demográficos que se han producido desde los años sesenta, que han reducido significativamente el tamaño de la mayoría blanca.
Todos estos procesos sociales y políticos convergieron y se reforzaron entre sí en el contexto del relativo declive de la economía estadounidense desde los años setenta. Y estuvieron acompañados por una reestructuración económica que afectó en gran medida a los trabajadores al reducir los salarios reales y la densidad de afiliación sindical, así como la reducción de empleos industriales que, gracias a la sindicalización, eran una importante vía de movilidad social para las familias de clase trabajadora negra y blanca.
La creciente competencia internacional que se hizo evidente en la década de 1960 con países como Japón y Alemania puso fin a la supremacía indiscutible del capitalismo estadounidense de posguerra y a la abundante prosperidad que había creado. Como parte de ese auge, el mayor en la historia de Estados Unidos, los trabajadores estadounidenses experimentaron aumentos sustanciales en los salarios reales. Eso incluía a los trabajadores negros, cuyos ingresos aumentaron durante ese período en términos absolutos (aunque sus salarios nunca alcanzaron la paridad con sus contrapartes blancas). Ese auge también permitió una extensión del estado de bienestar estadounidense con el establecimiento de Medicare y los cupones de alimentos. Fue la respuesta a las grandes rebeliones de esa década, dominadas por los movimientos de derechos civiles y de “poder negro” y por el activo movimiento de masas contra la guerra de Vietnam. Esos movimientos alimentaron a su vez otros, como los movimientos por los derechos de las mujeres y los homosexuales.
En ese momento, sin embargo, la economía de EEUU se estaba desacelerando y entró en un período de reestructuración. Como señaló Kim Moody en An Injury to All, durante la segunda mitad de la década de 1960, la clase capitalista estadounidense comenzó a experimentar una disminución en la tasa de ganancia y las tasas medias de crecimiento anual comenzaron a disminuir. En este nuevo clima económico, los capitalistas se opusieron a otorgar aumentos y mejoras en los salarios y las condiciones laborales para la clase trabajadora. Los sindicatos estadounidenses burocratizados no lograron organizarse una respuesta al endurecimiento del capitalismo estadounidense, sindicalizar los sectores de servicios en expansión y responder al crecimiento de los sectores no sindicalizados dentro de los baluartes sindicales tradicionales como la industria cárnica y la del automóvil. En 1979, la era de las cesiones y derrotas sindicales comenzó en Chrysler y pronto se extendió por toda la economía.
Mientras tanto, se desencadenó un proceso de desindustrialización, en gran medida, por el crecimiento sustancial de la productividad industrial (se necesitaban menos trabajadores para producir la misma cantidad de bienes en menos fábricas), particularmente en la industria pesada como el acero y el automóvil. Parte de esta desindustrialización implicó la subcontratación en el exterior de la producción de bienes, como en el caso de la confección y la electrónica. A mediados de los setenta, lo que los franceses llaman los “treinta años gloriosos” había llegado a su fin en Estados Unidos. Los salarios reales se congelaron y permanecieron así, excepto por un breve período en los noventa.
Desde entonces, la mayoría de los trabajadores estadounidenses pudieron mantener más o menos su nivel de vida gracias a la incorporación masiva de las mujeres a la fuerza laboral asalariada. Las familias de clase trabajadora tuvieron que trabajar muchas más horas para mantener y actualizar su nivel de vida. La producción masiva de productos básicos de bajo precio en Asia que comenzó en los años ochenta también contribuyó a mantener el nivel de vida estadounidense.
Aun así, la reestructuración de la economía estadounidense, junto con la osificación de la burocracia sindical estadounidense, llevó a una disminución continua en la proporción de trabajadores organizados en sindicatos, que actualmente representan un magro 6.2 por ciento de los trabajadores del sector privado y un 33.6 por ciento en el sector público, mucho más pequeño. En lugar de los trabajadores industriales como antaño, los sectores más militantes de la clase trabajadora son los maestros de escuelas públicas y los trabajadores de las industrias de servicios «esenciales», como el transporte y la distribución.
Al mismo tiempo, hay una enorme clase trabajadora multirracial desorganizada, que trabaja sin ningún tipo de protección en el trabajo o está desempleada. Estos sectores han sido virtualmente abandonados por el Partido Demócrata, orientado a construir su base electoral entre los profesionales educados de clase media y los empresarios. Como lo expresó claramente el líder demócrata del Senado Charles Schumer en 2016: “Por cada obrero demócrata que perdamos en el oeste de Pensilvania, ganamos a dos republicanos moderados en los suburbios de Filadelfia, y eso se puede repetir en Ohio, Illinois y Wisconsin”. La erosión del poder sindical en los Estados Unidos es paralela en algunos aspectos importantes al declive de los partidos socialdemócratas y comunistas en Europa, que ha producido un peligroso vacío social y político que, como Marine Le Pen en Francia, está ahora siendo ocupado en los Estados Unidos por demagogos de derecha como Trump.
Contragolpe de la derecha
A finales de los sesenta, se comenzó a producir una contra-reacción blanca en respuesta a la revuelta negra, más particularmente contra la acción afirmativa. Pero la reacción mejor organizada de la derecha provino de la politización y organización de las conservadoras iglesias evangélicas estadounidenses blancas.
Los evangélicos, que no habían participado en política antes, entraron en la escena política en reacción a lo que consideraban la inmoralidad de la cultura de los sesenta y la legalización del aborto. Sobre esa base, se unieron al Partido Republicano en una alianza electoral implícita con los principales sectores de las grandes empresas que perseguían su propia agenda conservadora para responder al nuevo orden económico de competencia internacional y su reestructuración. A cambio de su apoyo, los evangélicos buscaron y lograron imponer medidas legislativas, como limitar el derecho al aborto y aumentar el apoyo del gobierno a la educación religiosa.
Pero esta coalición ha sufrido fricciones. Si bien los evangélicos apoyan abrumadoramente a Trump, sus aliados corporativos republicanos se han divididos y vuelto mas ambivalentes en relación son su respaldo a Trump. Aunque han obtenido recortes fiscales sustanciales y reducciones significativas en las regulaciones gubernamentales (dos de sus objetivos a largo plazo), muchos de los ejecutivos de negocios, especialmente los más previsores y con conciencia de clase, están inquietos y preocupados por la conducta políticamente impredecible y poco confiable de Trump. Así como sus lazos con la extrema derecha. Un sector importante también se opone a las políticas de inmigración de Trump, en especial en relación con los trabajadores altamente cualificados en Silicon Valley y la industria farmacéutica y los trabajadores poco cualificados en los cultivos agrícolas intensivos en mano de obra.
Un reflejo de las fuerzas en conflicto que afectan el comportamiento político de los capitalistas es su división a la hora de apoyar a los candidatos republicanos y demócratas. Mientras que en 2016, la mayoría de los capitalistas apoyaron a Hillary Clinton, el control de la administración y la situación económica relativamente buena antes del COVID-19 beneficiaron a Trump. Sin embargo, la mayoría de las contribuciones del gran capital en la campaña presidencial de 2020 fueron para Biden.
Los capitalistas que apoyaban a Biden provenían de las finanzas, los seguros, el sector inmobiliario, las comunicaciones y la electrónica, y defensa. Las contribuciones provenientes de los sectores de energía, agroindustria, transporte y construcción prefirieron a Trump. Otra evidencia de la división de la clase capitalista es que un número significativo de capitalistas se abstuvieron, según informes de los medios sobre Trump y la campaña presidencial, y decidieron, en cambio, canalizar sus contribuciones financieras a los candidatos republicanos al Senado, lo que puede ayudar a explicar por qué los republicanos obtuvieron en ellas mejores resultados de lo esperado.
Cambios demográficos y trumpismo
Otro cambio estructural a largo plazo que ha allanado el camino del trumpismo ha sido el creciente peso de la política anti-inmigranción. A pesar de ser una característica de larga data en la historia de Estados Unidos, comenzó a adquirir una nueva importancia como respuesta a una serie de cambios iniciados en los años sesenta. La Ley de Inmigración y Naturalización de 1965 abolió el antiguo sistema de cuotas establecido en 1924 que discriminaba a los inmigrantes no provenientes del norte de Europa. Esto condujo a una inmigración sustancial desde países de Europa del Sur y Oriental y la mayor parte de Asia a los Estados Unidos.
Más importante fue la creciente ola de inmigración desde México, particularmente evidente desde la década de 1980, como resultado del desplazamiento masivo de trabajadores agrícolas con la introducción de una agricultura capitalista menos intensiva en mano de obra (a veces con inversión estadounidense) en ese país. La inmigración mexicana, inicialmente concentrada en las ciudades del suroeste y las regiones agrícolas de California y otros estados occidentales, se expandió a las grandes ciudades de todo Estados Unidos en busca de empleo, incluidas áreas remotas lejos de los centros metropolitanos.
Durante varias décadas, el número de inmigrantes mexicanos y otros latinoamericanos, en su mayoría indocumentados, siguió creciendo. Sin embargo, ello cambió cuando la tasa de natalidad de los hispanos en los Estados Unidos cayó el 31 por ciento entre 2007 y 2017. En los últimos años, la inmigración mexicana y latinoamericana a los Estados Unidos ha sido superada por la inmigración asiática.
Estas oleadas de migración de los últimos cincuenta años han dado lugar a una serie de cambios demográficos que muestran, según los Current Population Reports de la Oficina del Censo de EEUU, que la proporción de no blancos comenzó a aumentar en 1970, y que en 1990 casi una de cada cinco personas no era blanca. La proporción siguió aumentando a una de cada cuatro personas durante las siguientes décadas. El mismo informe ha proyectado que la proporción de personas no blancas crecerá aún más: uno de cada tres estadounidenses pertenecerán a un grupo racial no blanco en 2060.
Este es el trasfondo del aumento del sentimiento anti-inmigrante, que culpa a los inmigrantes, particularmente a los inmigrantes pobres de color, de muchos de los problemas actuales de la economía estadounidense, como la escasez de empleos, que es el resultado en gran parte de una desindustrialización de la que no son responsables. Este sentimiento antiinmigrante, junto con los permanentes esfuerzos para reducir el número de votantes negros por parte de Trump y de las administraciones republicanas anteriores, ha jugado un papel clave en la manipulación de las circunscripciones electorales del congreso, estatales y locales, con el fin de evitar que los afroamericanos y los inmigrantes naturalizados voten a los demócratas. Ese ha sido el motivo de la manipulación descarada que se ha llevado a cabo en particular en los estados de Carolina del Norte, Michigan, Pensilvania y Wisconsin.
Ese mismo motivo anima la politización del censo por parte de Trump para evitar un conteo preciso de inmigrantes y minorías raciales y para excluir, en violación de la Constitución, a los inmigrantes indocumentados del conteo del censo. La misma política racista y anti-inmigrante anima los repetidos y flagrantes esfuerzos de las administraciones republicanas actuales y pasadas para excluir, o al menos hacer más difícil que los afroamericanos y los inmigrantes pobres de color voten. Esto fue expresado claramente por Donald Trump en el programa Fox & Friends en marzo de 2020, cuando acusó a los demócratas de querer un “volumen de votación que, si alguna vez se aceptaba, nunca permitiría volver a elegir a un republicano en este país».
El trumpismo y la desaceleración del crecimiento económico en Estados Unidos
Esencialmente, el trumpismo es una respuesta conservadora autoritaria al continuo abandono del Partido Demócrata de las quejas legítimas de grandes sectores de los votantes blancos que terminaron apoyando a Trump. Al hacerlo, estos votantes blancos esperaban que Trump revertiría la decadencia socioeconómica y política resultante de las políticas neoliberales que los propios demócratas aplicaron con Clinton y Obama, y muy probablemente continuarán con Biden.
Es cierto que la economía de los Estados Unidos sigue dando pasos importantes en campos como la alta tecnología, las comunicaciones, la ciencia médica y el entretenimiento. Pero, en términos generales, este progreso material no es tan grande ni está distribuido uniformemente como en períodos históricos anteriores. Como ha defendido el economista de la Northwestern University, Robert J. Gordon en dos influyentes artículos publicados en 2000 y 2018, desde principios de los años setenta, la economía estadounidense ha experimentado una disminución continua en la tasa de crecimiento de la productividad, excepto un resurgimiento temporal de 1996 a 2006, que ha reducido la tasa de crecimiento económico. Según Gordon, el mayor crecimiento de la productividad en los Estados Unidos ocurrió en el medio siglo entre la Primera Guerra Mundial y principios de los setenta.
Para Gordon, ese período de constante crecimiento de la productividad ha terminado. La disminución de la tasa de crecimiento de la productividad ha tenido un efecto negativo en la tasa de ganancia, lo que ha contribuido a los esfuerzos de los capitalistas por extraer una mayor producción de los trabajadores y otros ataques a las reivindicaciones de los trabajadores. También puede ser una razón clave que entre 1980 y 2020, el crecimiento del PIB real por persona de los Estados Unidos ha sido menos del 3 por ciento anual y se ha desacelerado continuamente.
El ataque capitalista a las reivindicaciones de los trabajadores ha aumentado la distribución desigual y sesgada de la riqueza y ha fortalecido la oposición capitalista a los impuestos necesarios para una mejora sustancial para el acceso a servicios como educación y atención médica. La educación de la mayoría de las personas ha seguido deteriorándose y, a pesar de los avances en la ciencia médica, también lo ha hecho la atención sanitaria. Junto con la respuesta totalmente inadecuada a la pandemia de COVID-19 y la destrucción del medio ambiente de las administraciones tanto republicanas como demócratas, todo ello es expresión de la decadencia capitalista. Revelan la incapacidad sistémica de un sistema social para asegurar su supervivencia a largo plazo, para proporcionar una alternativa real y una solución a las crisis ecológicas, económicas y sociales que aumentan considerablemente la probabilidad de pandemias y para aplicar una respuesta de salud pública eficaz e igualitaria ante estas pandemias.
Abandonada a su destino de desindustrialización y desempleo estructural, la América blanca sigue sufriendo los efectos de la desesperación, hundida en el consumo generalizado de opioides y el aumento de las tasas de suicidio. Los afroamericanos continúan siendo víctimas de la brutalidad policial y un mercado laboral y de vivienda altamente inestable que ha aumentado la precariedad de su nueva clase media en expansión, mientras que la mayoría negra sigue siendo pobre a pesar de que una minoría negra asciende a los rangos gerenciales y ejecutivos. En la última década, la deuda de los estudiantes se ha convertido en una carga cada vez mayor para los estudiantes universitarios que, al igual que sus compañeros no universitarios, no esperan vivir como la generación de sus padres. El creciente número de jóvenes que tienen que trabajar en McDonald’s y sus equivalentes minoristas no pueden sentirse optimistas sobre su futuro cuando sufren no solo bajos salarios, sino que están obligados a cambios repentinos de horarios de trabajo que causan estragos en sus vidas, especialmente si tienen niños pequeños. Estas son las expresiones concretas del prolongado aumento de la desigualdad en los Estados Unidos, el país con la distribución más desigual tanto de riqueza como de ingresos per capita entre las economías del G7.
La prosperidad material ha sido indispensable para el mantenimiento de la cohesión social y la paz en una sociedad estadounidense altamente individualista, donde históricamente la solidaridad basada en lazos de clase y comunidad ha sido comparativamente débil. A medida que esta prosperidad retrocede, queda la gran pregunta: Qué fuerzas sociales surgirán para luchar por una alternativa progresista, democrática y socialista desde abajo a la reacción de la derecha, sea trumpiana o no?
Samuel Farber nació en Marianao, Cuba. Profesor emérito de Ciencia Política en el Brooklyn College, New York. Entre otros muchos libros, recientemente ha publicado The Politics of Che Guevara (Haymarket Books, 2016) y una nueva edición del fundamental libro Before Stalinism. The Rise and Fall of Soviet Democracy (Verso, 1990, 2018).
Fuente: https://www.jacobinmag.com/2021/01/donald-trump-white-working-class-trumpism
Traducción: Enrique García para sinpermiso.info
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