Conozcamos nuestro verdadero enemigo
Eduardo Robert Ureña
Iniciar teniendo claro las definiciones lingüísticas es relevante para el diagnostico de lo que ocurre actualmente en la era de la posverdad; donde, no interesa mucho la veracidad de los hechos sino el efecto manipulador, que genera apoyo de una posición previamente establecida y, por tanto, que es favorable a las creencias previas; construyendo una “verdad”, a la medida de los intereses de un grupo.
La Posverdad es, por tanto, una forma de argumentación que apela más a la emoción que al razonamiento; siendo un componente clave de esta, las noticias falsas o fakenews, que, aunque no son nuevas, hoy por medio de las redes sociales se difunden rápidamente. Su intencionalidad es el desinformar, engañar y agredir.
La pérdida de la centralidad de la fuente informativa en las redes sociales, permite que cualquier persona replique información y produzca contenido, sin tener que hacerse responsable, pues incluso muchas veces se hace desde perfiles falsos a lo que se denomina troles. Lo que provoca qué, cuando una publicación apoya un debate en curso, rápidamente es replicado, produciendo una expansión en cadena, conocido como, viralización. Siendo esta viralización el fundamento de las fakenews. Esto, además, se sustenta en la preconfiguración de los algoritmos que nos permite acceder a una información pre escogida, lo que aumenta el sesgo. Catalizado a su vez, por otro elemento; las teorías conspirativas que, interpretan los hechos de la realidad con una lógica cognitiva, en donde, los hechos y la historia, responden al choque del bien y el mal, construyendo mitos movilizantes, sobre los males que se ciernen sobre la humanidad, siendo justamente ahí, donde aparecen los discursos de odio. Mismos que además son utilizados hoy en día como herramienta política para dividir, fragmentar o polarizar, a países, electores y opinión pública.
Adama Dieng, ex asesor en prevención de genocidio de las Naciones Unidas en relación a los discursos de odio, opina que: “las grandes masacres empiezan siempre con palabras y actos pequeños, nadie debe olvidar que el holocausto en la Alemania nazi, estuvo precedido de discursos de odio, legitimados por Adolf Hitler”.
Los discursos de odio e insultos en línea (transmitidos por redes sociales), preceden actos de violencia física que, incluso llevan a homicidios o guerras, como ya sucedió en Sudán del Sur.
La línea entre libertad de expresión y los discursos de odio, no puede ser legal, según afirma la abogada Nadine Strossen, quién por más de 20 años presidió la Unión Estadounidense por las Libertades Civiles. Para ella, el término discurso de odio, “hace referencia a una emoción que es inminentemente subjetiva. En consecuencia, todas las definiciones que han formulado abogados y legisladores, terminan siendo vagas y sujetas de quien ostenta el poder para aplicarlas”.
Los discursos de odio, son una práctica de comunicación que propone una creencia dogmática injuriante sobre algún grupo, con el objetivo de:
- Romper el debate, ósea, terminar con el intercambio de ideas.
- Imponer una autocensura disciplinadora, que no da cabida a posiciones intermedias o conciliadoras, sino más bien, orientando al extremismo.
- Motiva a otros al odio, promoviendo el rechazo o repugnancia radical, contra quienes va dirigido o quienes le adversan.
- Imponer una agenda, establece dictatorialmente una interpretación sesgada de interés para quién utiliza los discursos de odio, sobre un hecho de la realidad o sobre un debate en curso.
Como ya lo hemos argumentado, los discursos de odio, generan un clima cultural y social que habilita actos de discriminación e inclusive materializa violencia que puede llegar hasta asesinatos. Se ligan a los que se le conoce como pensamiento autoritario, siendo el autoritarismo una variable de diversas formas de prejuicio e intolerancia.
Debemos promover el pensamiento crítico, el respeto a cada individuo, la tolerancia, el pluralismo, la empatía y la no discriminación; para contrarrestar esta narrativa que incita al odio.