Discurso 200 años Asamblea Legislativa

Discurso Rodrigo Arias Sánchez, Presidente Asamblea Legislativa
Conmemoración 200 años de la Asamblea Legislativa
Plenario Legislativo

Señor Presidente de la República, Rodrigo Chaves Robles.
Señor Presidente de la Corte Suprema de Justicia, Magistrado Orlando Aguirre Gómez.
Señora Presidenta del Tribunal Supremo de Elecciones, Magistrada Eugenia María Zamora Chavarría.
Señor Vicepresidente de la República
Señores ex Presidentes de la República
Señoras y señores miembros de los Supremos Poderes
Excelentísimas señoras y excelentísimos señores miembros del Cuerpo Diplomático.
Señores ex Presidentes de la Asamblea Legislativa
Distinguidas y distinguidos jerarcas de las instituciones del Estado
Invitados especiales

RAS

Señoras y señores:

Hace pocas semanas, nos encontrábamos en esta misma sala conmemorando y celebrando el setenta y cinco aniversario de nuestra Constitución Política.

Ha querido la providencia que nos reunamos nuevamente en otra ocasión de gran trascendencia histórica:
la conmemoración del bicentenario de nuestro Poder Legislativo, paradigma cardinal de nuestro Estado de Derecho y baluarte de la democracia costarricense.

La celebración de esta efeméride nos retrotrae a las páginas más emblemáticas de la formación patria anclada en el diálogo, el respeto, la tolerancia y la creación de consensos.

Porque esa es nuestra esencia, nuestro sentido de vocación cívica, donde la palabra sustituye a la espada y la concordia supera los enfrentamientos.

No es cualquier pueblo el que puede ostentar esas banderas de civismo y convivencia pacífica que encontraron su asiento en la formación de sus leyes.

Y es bajo ese estandarte que una generación tras otra ha podido salvar a nuestro pueblo de las experiencias trágicas que han dejado cicatrices dolorosas en nuestro mismo entorno latinoamericano.

A lo largo de doscientos años, el Parlamento ha sido escenario donde se han gestado las conquistas más decisivas de nuestra vida republicana.

En recintos parlamentarios se eliminó la pena de muerte y se abolió el ejército. Aquí se instituyó la obligatoriedad de la educación, el voto directo y secreto, el sufragio femenino, las garantías sociales e individuales que nos cobijan desde la Constitución Política de 1949.

En la labor legislativa nacieron el aguinaldo, el sistema de parques nacionales, la universalización de la salud, la igualdad real para las mujeres, el Código del Trabajo y la protección al trabajador, la garantía de un mínimo de fondos para la educación y el Poder Judicial. Se creó la Sala Constitucional, la Contraloría y las garantías electorales, solo por citar algunos.

Estas conquistas se defienden por sí solas y no se ven afectadas por las voces que las quiere desacreditar.
Cada uno de estos cuerpos jurídicos reflejan el esfuerzo de centenares de legisladores comprometidos con el bienestar común y la construcción de una sociedad más justa y equitativa.

Si como colonia española Costa Rica fue provincia olvidada por la corona, como nación republicana nuestra patria ha sabido granjearse un lugar de honor en el concierto de las naciones.

Nuestros avances sociales y nuestra convivencia pacífica y nuestro respeto a la naturaleza han posicionado con distinción a Costa Rica.

En esa construcción ha sido consustancial el esfuerzo visionario de un debate legislativo consciente de las diferencias ideológicas y abierto siempre a construir puntos de encuentro para propiciar el cambio.

Es toda una tradición venerable que, sin embargo, no está escrita en piedra sino en corazones muchas veces volubles. Somos humanos, demasiado humanos, como decía Nietzsche, y por eso mismo vulnerables.
Es así que esta fecha de honor a quienes nos precedieron en la noble tarea de legislar, también es un momento para otear los vientos huracanados que se advierten en el horizonte cada vez más agitado del debate público.
Nuestra sociedad enfrenta desafíos que deben ser atendidos con urgencia y resolverlos exige una democracia funcional y sólida.

Porque los éxitos de nuestro pasado no nos librarán por si solos de la crisis democrática que se extiende por el mundo, con amagos de peste autoritaria y populista.

Países hermanos conocen del deterioro de sus libertades fundamentales y del desmantelamiento de sus instituciones, bajo la seductora y peligrosa promesa de soluciones rápidas y simplistas.

La historia es siempre la misma, el desenlace es siempre desgarrador: la gente termina viviendo en la zozobra de dictaduras, huyendo de su tierra y, en muchos casos, en la miseria.

¡Costa Rica no puede permitirse transitar por ese camino! No podemos permitir que el desencanto que lentamente se ha ido apropiando del corazón de nuestro pueblo, se convierta en el campo donde germine el autoritarismo y que con ello llegue la desdicha.

Debemos de reconocer que la democracia no se defiende solo con palabras, sino atendiendo los abandonos que reciente nuestra gente.

Si debilitamos la educación, fragilizamos la salud, dejamos en el olvido nuestros campos, permitimos que aumente la pobreza y la desigualdad y que el narcotráfico se convierta en instrumento de movilidad social para los jóvenes de nuestro país, nunca seremos capaces de detener la desilusión ciudadana y el deterioro democrático.

No podemos, ni debemos dejar de identificar estas y otras falencias que tiene nuestro sistema y que subsisten hasta hoy.

El interés nacional demanda ver la crudeza de los flagelos que nos embaten para enfrentarlos, así como denunciar el discurso divisivo y altanero que se aprovecha del comprensible malestar social, para menoscabar nuestro pasado e infundir miedo sobre nuestro futuro.

Digámoslo como es: Vivimos tiempos de voces insidiosas y estridentes que siembran dudas y desalientos, se alimentan de la discordia y no tienen en su haber soluciones.

Una semana sí y otra también, se denigran los logros y se fomenta el descrédito en detrimento de la fortaleza de nuestras instituciones públicas.

Afirmo con contundencia que nuestros problemas solo se podrán corregir cuando tengamos la humildad de reconocerlos y de sentarnos para hacer uso del instrumento más poderoso que tiene la democracia: el diálogo.

Por ello, hoy, más que nunca, debemos reafirmar que el Poder Legislativo es un espacio de encuentro, un espacio donde las diferencias no son obstáculos, sino herramientas para construir acuerdos.

Pero esos acuerdos deben resultar en soluciones para el pueblo que lo demanda y a quien nos debemos.

Señoras y señores:

La democracia no es un destino garantizado, es un camino que debemos recorrer día a día con esfuerzo, compromiso y responsabilidad. Comenzando por aceptar las duras realidades que generan descontento y logrando soluciones.
En este bicentenario del Poder Legislativo, reafirmemos nuestra fe democrática más allá de las palabras.

Hagámoslo con acciones que devuelvan la confianza del pueblo en sus instituciones.

Sobre el futuro de esta Asamblea Legislativa, hago mío el noble sentimiento de nuestro prócer, Ricardo Jiménez Oreamuno, quien, durante su primer mandato como Presidente de la República, dirigiéndose con enorme respeto al congreso nacional, dijo un 1 de mayo de 1912:

“Sean mis últimas palabras, señores Diputados, para expresaros la extrema complacencia con que veo vuestra reunión. Ella constituye el signo más visible de que vivimos vida republicana.

La composición misma de vuestra Asamblea lo está pregonando. (…)Vuestro poder es mucho; pero son mayores vuestra prudencia y vuestro patriotismo…”

Procuremos, entre todas y todos, recuperar ese señorío, consideración y cortesía que reinaba entre los Poderes de la República.

Esas son virtudes cívicas que, junto al diálogo y la paz, han estado presentes en una población noble y educada como la costarricense; que debemos rescatar con diligencia, pues han sido la clave de nuestro éxito colectivo.

Que este bicentenario sirva para una renovación del compromiso con el diálogo respetuoso y constructivo en busca urgente, apremiante diría yo, de respuestas valientes y audaces frente a los desafíos que nos acechan. Renovemos nuestra empatía con el sufrimiento de nuestros conciudadanos.

Abracemos con fuerza nuestra democracia y no la dejemos ir, pues con ello, tendremos la certeza, guiada por la esperanza, de que dentro de dos siglos nuestros sucesores seguirán honrando la institución parlamentaria con la misma determinación y dedicación como lo hacemos hoy.

Costa Rica nos necesita unidos. Nos necesita valientes, decididos a defender lo que tanto costó construir.

Muchas gracias.

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