Desenmascarando el globalismo costarricense

Mauricio Ramírez Núñez
Andrés Zamora Gutiérrez

Costa Rica atraviesa una coyuntura política compleja. Las elecciones presidenciales del próximo año han despertado una serie de conflictos entre los partidos políticos, por lo que la lucha de ideas se está concentrando a nivel interno. No basta con analizar el problema desde las perspectivas de izquierda/centro/derecha; estamos ante un panorama distinto donde los pragmáticos pugnan contra los ideólogos.

Los pragmáticos pueden ser interpretados como los que implementan un pensamiento social demócrata en lo ideológico, apoyados por las bases económicas de la democracia liberal, por lo que en lo geopolítico aspiran a ver el mundo como una multipolaridad (de oportunidades políticas y abierto a Asia) para la preservación del estado social y democrático de derecho. Los ideólogos son globalistas por excelencia: parten de los postulados posmodernos de izquierda en temas como la ideología de género, la diversidad sexual y los Derechos Humanos, mientras en el plano económico, concentran el poder en las élites empresariales y financieras, dogmatizando la unipolaridad con una lealtad ciega y absoluta a EE. UU. y Occidente, adoptando ciegamente todas sus posturas en lo que a política internacional y demás se refiere. Esto lo convierten en una especie de “razón universal”, aplicando la cultura de la cancelación-exclusión en contra de sus adversarios.

Recientemente los ideólogos globalistas han aprovechado el aumento de casos por Covid 19 para utilizar la cultura de la cancelación en contra de los pragmáticos, específicamente en la última asamblea del Partido Liberación Nacional. El argumento moral para posponer el proceso interno de dicha agrupación radica en defender la salud del pueblo por encima del quehacer político y partidario; pero vale evidenciar el doble rasero de estos argumentos, al no hacerlo con el mismo “humanismo” en lo económico: el bienestar social y la salud de la democracia se derrumba cuando se aprueban reformas fiscales para favorecer a los más poderosos, leyes que avanzan hacia la criminalización de la protesta política y tratados de libre comercio inverosímiles, repercutiendo en la falta de oportunidades reales para las personas socioeconómicamente más afectadas por más de treinta años debido a reformas neoliberales, desigualdad y polarización social, disfrazadas de globalización, libre mercado y su lógica totalitaria.

Esa “sociedad abierta y sus enemigos” popperiana, busca erradicar toda forma moderada de democracia o, en un sentido literal, el patriotismo y el socialismo democrático costarricense del mismo José Figueres Ferrer, fundador de esa agrupación política y bases de su identidad. Pero es algo que no solo sucede en Liberación Nacional, todos los partidos políticos del país sufren del mismo virus ideológico. De esta manera, la sociedad, la comunidad dejan de ser el pilar fundamental para la construcción de la Costa Rica que necesitamos: una fuerte, soberana, unida en la pluralidad y realmente democrática.

El mito de la identidad colectiva globalista no es más que una estructura social llena de individuos separados, atomizados y perdidos en sí mismos, liberados de toda identidad colectiva tradicional; familia, religión, nación (ahora somos “ciudadanos del mundo”), carentes de una idiosincrasia clara y definida, por lo que su supuesta autonomía se basa en la opinión de los medios de comunicación, la posverdad y la manipulación del mercado. Lo anterior es el fundamento ético y las leyes del progreso neoliberal, y esto nunca puede confundirse con las bases de la sociedad ni mucho menos de una democracia robusta y sana. De aquí que afirmemos con contundencia que no se han perdido valores, por el contrario, han sido sustituidos por valores que responden a intereses particulares, enmascarados como “universales”, a los cuales oponerse es hoy sinónimo de herejía.

Si la libertad costarricense ha de convertirse en un principio político, entonces de ahora en adelante debe ser nuestra más importante consigna; libertad para producir y justicia social, como decía el propio Don Pepe: “producir como capitalistas para distribuir como socialistas”. El pensamiento único ha llegado a controlar tanto a la izquierda como la derecha, por eso la discusión sobre ideologías al estilo clásico es estéril en estos tiempos actuales. En Costa Rica es hora de levantar nuevas banderas, banderas populares, con un nacionalismo sano e inclusivo, ese que llenó de coraje la sangre de Juanito Mora y aquellos gallardos costarricenses que lucharon contra el expansionismo esclavista imperial de 1856, el mismo que tenían los grandes de los años cuarenta y que hicieron historia.

Por esas razones, el mundo y, sobre todo, Costa Rica, precisa de un nuevo balance para romper con la contradicción globalista unipolar actual: un modelo de democracia social como lo fue en los años 40 de siglo pasado, partidario de las garantías sociales y el bien vivir; por otro lado, un pragmatismo multipolar que expanda la influencia del país como bastión geopolítico, donde la espiritualidad de la identidad costarricense, una ecología sostenible y un humanismo que respeta la esencia cultural de cada civilización, sean nuestra carta de presentación en ese nuevo mundo. No podemos permitir por más tiempo el totalitarismo globalista, que utiliza la herramienta de la ideología para que el ser humano no se encuentre a sí mismo, salvo en la opinión de la masa, que, en vez de unificar una nación, la divide para vencerla. Hemos visto como el terrorismo de estado, la corrupción, la ingeniería social y la acumulación excesiva de riqueza en pocas manos son parte de las consecuencias más recientes de las democracias “a la occidental”.

La confrontación social interna entre progresistas y conservadores por temas como el reconocimiento de los derechos a las minorías, es parte de la esa lógica globalista para ponernos a pelear a lo interno, distrayéndonos de lo realmente estratégico para la eficiencia del Estado en un mundo cada vez más envuelto por la geopolítica, la guerra por los recursos naturales y el dominio de los mercados. Literalmente, nos dan “pan y circo”, mientras por otro lado, avanzan agendas económicas abiertamente en detrimento de la naturaleza, las personas y la patria. Como ejercicio de sentido común, no apelamos en ningún momento a las alternativas fascistas ni comunistas, totalitarias al igual que las aquí puestas en cuestión: Costa Rica necesita rescatar el modelo auténtico del ser costarricense, a sus raíces, tomando en cuenta cuáles son nuestras obligaciones espirituales y éticas con nuestros compatriotas, la naturaleza y el mundo, así las decisiones tomadas cambiaran el rumbo hacia un nuevo renacer costarricense.

Profesores de Relaciones Internacionales

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