Democracia y socialdemocracia

Francisco Antonio Pacheco

Pacheco

La característica más llamativa de la socialdemocracia es la vocación de cambio con vistas en la solidaridad y en la profundización de la igualdad de la calidad de vida de los seres humanos. La incesante lucha por convertir en realidad esos ideales, solo puede darse con éxito dentro de la vida democrática.

Por el contrario, frente a la democracia se alza encrespada la posición opuesta, la que propicia el fin de toda interrogación. En ella se agrupan los coleccionistas de verdades inconmovibles, incapaces de adaptarse a los cambios de la realidad. Viven seguros, llenos de certidumbres, en su dogmatismo.

La libertad es siempre generadora de dudas. Y la democracia, inseparable de ella, lleva implícito el riesgo consciente de error y el miedo a cometerlo. Sí, así es. La democracia y la vida libre producen sentimientos de inseguridad. Inseguridad en cuanto a los resultados; vacilaciones en lo que atañe a la interpretación de los principios, aunque los esenciales sean permanentes; dudas en cuanto a la propia conducta, que nos parecerá, a menudo, ineficaz, quizá insuficientemente solidaria. Nadie escapa de ello, ni quienes actúan ni quienes se abstienen de hacerlo, no se extrañe nadie, entonces, de que en medio de la vigencia de los más sólidos principios democráticos, subyaga, como respuesta al temor que ofrece la libertad, cierta añoranza por la dictadura. Un porcentaje de personas prefiere darle la espalda a la vida cívica, a los principios de solidaridad y a la libertad y dormir su consciencia en el dogmatismo.

Los demócratas socialistas vivimos el sentido del riesgo y aceptamos el reto de poner en tela de duda buena parte de nuestras convicciones. Carecemos de la certeza que da la fe en el mercado, no disponemos de un deus ex machina que supuestamente sea sabio y capaz de corregir las imperfecciones de la vida social. Estamos obligados a corregirlas, bajo nuestra responsabilidad. Los demócratas, libres y solidarios, disfrutamos del gusto por transformar la vida social y asumimos los riegos derivados de nuestra actitud.

La única manera de defender los valores fundamentales consiste en cambiar la manera de luchar por ellos, cuando las circunstancias lo exijan. Perseguimos, permanentemente, el mayor beneficio para el mayor número, como quería Figueres. Pero, aceptar que hemos de orientarnos por este ideal, no acabará con la discusión sobre la forma de lograrlo. Y en esos afanes, enfrentaremos, de buena fe, el riesgo de fallar, de caer, incluso. Ello nos abrirá la posibilidad de levantamos.

Abogado
Doctor en Filosofía
Ex rector de la Universidad Estatal a Distancia

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