Enrique Obregón Valverde
Nosotros, demócratas, debemos saber que la democracia es un bello y amplio planteamiento teórico, pero ha tenido como consecuencia una decepcionante realidad. Desde hace más de doscientos años, los pueblos levantan orgullosos las banderas de la libertad, igualdad, fraternidad y felicidad.Reyes, emperadores y todo tipo de gobernante despótico han desaparecido casi en su totalidad de los escenarios políticos, pero el sistema no ha podido vencer la camarilla, a la élite, que continúa disfrutando de privilegios sin control. La pobreza aumenta y la concentración del poder económico y del poder político se mantiene en pocas manos.
El planteamiento inicial teórico fue una contrapropuesta a toda forma de gobierno autocrático, prometiendo el estado de bienestar permanente a todos con el objeto de lograr la felicidad. A pesar de la realidad, el político, en la plaza, continúa ofreciendo las propuestas iniciales filosóficas, pero, a la hora de gobernar, se encuentra con el obstáculo real de la élite que continúa manteniendo la mayor parte del poder económico y político fuera de las urnas electorales.
Entonces hemos aprendido que al pasar de la teoría a la práctica la democracia descubre su incapacidad para lograr la mayor parte de lo prometido y que solo puede dar pequeños pasos hacia adelante, sabiendo que es lo único lograble. De esta manera, la democracia moderna se convierte en el gobierno de lo posible, que es lo que se debe prometer al pueblo.
El procedimiento diseñado y aceptado por todas las partes que intervienen en el sistema democrático es el siguiente: el pueblo elige a sus representantes según el criterio de la mayoría. Lo que los representantes de esa mayoría deciden es aceptado por la totalidad, que respeta y acepta las decisiones de los gobernantes y sus leyes, aun cuando no se esté de acuerdo con ellas. Solo el voto popular permite rectificar.
Quien propone gobernar por consenso está proponiendo el gobierno de una sola voluntad, de una sola orientación filosófica y política. El gobierno democrático acepta lo que decidan los diputados en discusión abierta, pública y libre de varias propuestas para un tema determinado. La democracia es controversia y discusión permanente. Quien pide consenso pide la dictadura. La élite financiera quiere consenso para sus intereses económicos y políticos particulares. Rechaza la democracia y suprime la discusión.
Debemos saber que solo existe una democracia y es la real, la que hemos llegado a construir y que lejos está de la ideal democracia de los filósofos. Esta democracia real debe luchar por lograr lo posible, sabiendo que en ninguna etapa histórica se puede alcanzar la totalidad. La democracia real es la que puede avanzar con pasos cortos, manteniendo la institucionalidad democrática que se ha logrado consolidar. Los derechos, los principios y los grandes objetivos siguen siendo una máxima aspiración.
Nos encontramos frente a una paradoja: solo existe la democracia real, la otra es ideal. No obstante, si la real aparta el ideal, si lo desecha, desaparece. Ninguna democracia puede vivir si prescinde de la ilusión.
El líder democrático está obligado a conocer esta realidad y actuar de conformidad con ella. Si continúa ofreciendo el paraíso, engaña al pueblo, le miente y lo defrauda. Es un simple demagogo.
Debemos saber que para los grandes problemas es necesario tener a mano grandes soluciones. Ante la presente crisis, y cuando el Ministro de Salud anuncia la posibilidad de un 60% de la población contagiada a corto plazo, se deben suspender las garantías inmediatamente. El gobierno debe tener a su alcance el poder necesario para el momento en que, de la noche a la mañana, tengamos mil muertos por el contagio viral. Carlos Alvarado merece esa confianza.
Debemos saber también que,cuando aparece una crisis grave, como la que se nos presenta en este momento, la democracia real, no la teórica, muestra su gran debilidad pero también sus posibilidades según la constitución política y las leyes.
Como todo en la vida, las crisis afectan con mayor severidad a los pobres, es decir a los que no tiene defensas particulares, a los que se quedaron sin trabajo, a los miles y miles que no tuvieron ni tienen oportunidad. Para ellos es para los que debe inclinarse la balanza de la justicia social. Si la realidad es injusta y golpea y margina más al pobre, la ley y las disposiciones oficiales deben equilibrar tendiendo la mano a los pobres, a los marginados, a quienes han sido explotados por los siglos de los siglos.
Apreciamos que el gobernante actual que tenemos se desespera por encontrar soluciones, es hombre de buena fe, pero, al parecer, está mal aconsejado. La situación es sumamente grave. La muerte toca diariamente las puertas de todas las casas. Entonces, las resoluciones que se tomen deben corresponder a esa gravedad. No es pagando los miles de millones de colones por intereses de la deuda pública, como prioridad, como lo ha solicitado el Ministro de Hacienda.
Frente a la muerte de cientos de costarricenses que es lo que tenemos como posibilidad cierta en el futuro inmediato, pagar intereses de la deuda sería irónico si no fuera trágico y vergonzoso. El Fondo Monetario Internacional aprovecha el desconcierto actual para obligar a los países pobres a pagar los intereses de las deudas usando todo el poder que ha logrado acaparar, olvidando sus dirigentes que esa institución se creó, cabalmente, para ayudar en época de grandes necesidades, y no para oprimir.
La solución no es rebajando salarios, no es aprobando impuestos indirectos, no es golpeando más a quienes ya no soportan golpes. Dice bien el señor Presidente de la República, que la solidaridad es de todos, pero ha de ser en proporción a la capacidad económica de cada cual. Los empleados públicos no pueden, ellos mismos, soportar la carga. Hay que volver a inclinar la balanza. Tal vez, como lo hizo José Figueres en 1948: un impuesto directo al capital que solucione. O sea, el impuesto Robin Hood, como se ha sugerido en un país europeo.
Debemos saber también que ya era hora de estar sembrando cientos de hectáreas de maíz, frijoles, arroz y hortalizas y comprando miles de cabezas de ganado para regalar comida al pueblo.
Y debemos saber también que ha llegado la hora de declarar una moratoria por lo menos durante cinco años, para el pago de deudas de todos los pobres. Y los bancos nacionales, del Estado, deben inclinar su balanza ayudando VERDADERAMENTE a los pobres. Si son parte del Estado solidario, solidarios deben ser también. Fueron creados para ayudar. Despójense ahora, en emergencia, de su mercantilismo capitalista, de su competencia empresarial y regresen a la solidaridad, a su función original, según los principios filosóficos, democráticos y morales para los que fueron creados: para ayudar al pueblo y no para ser una banca capitalista más. Tal vez a los bancos del Estado se les debe imponer también un impuesto al capital.
Si, debemos saber que, a pesar de la realidad que comento, tenemos que defender apasionadamente nuestra institucionalidad porque representa, a pesar de todos los pesares, un grado de libertad, derechos y garantías como pocos pueblos del mundo han logrado. Esa institucionalidad es lo único que nos permite continuar hacia adelante; el escalón que asegura subir otro escalón más.
Si, debemos saber que la democracia es una lucha sin fin. Eso nos lo enseñó el más demócrata de los gobernantes que hemos tenido en este país.
Finalmente, no olvidar: el gobernante demócrata debe democratizar y democratizar es equilibrar la balanza.