¿De quién es la tierra donada por Lorne Ross?

Catalina Obregón López

Lorne Ross

¡Es del Mi-na-e!”, reitera, desde su podio, doña Pilar Cisneros alzando la voz. “¡No es de los santaneños!”. Como si pronunciarlo en voz alta le otorgara un significado distinto, como si con esa afirmación pudiera borrar generaciones enteras de vida compartida, de historia común, de arraigo al paisaje donde hemos vivido durante tanto tiempo.

La diputada olvida que el territorio sí importa. Ese lugar donde nacimos o al que migramos por elección es nuestro hogar; amarlo y defenderlo es, además, algo instintivo. Es un llamado biológico a proteger y hacer respetar nuestro espacio vital.

Como ciudadanos, podemos defenderlo con acciones concretas, promoviendo políticas y leyes. Somos los habitantes los llamados a resguardar el patrimonio territorial, pero hay otros habitantes que también dependen de este espacio: aquellos que necesitan el corredor biológico para sobrevivir, aquellos que no distinguen entre divisiones ni cercas porque entienden que la tierra es suya para moverse, vivir y habitarla sin restricciones.

Ellos necesitan nuestra ayuda. Son muchos: 23 especies de anfibios, 58 especies de reptiles, 130 especies de aves y 16 especies de mamíferos, además de la riqueza ecológica de los ecosistemas que los albergan.

Santa Ana decidió hace mucho tiempo su destino, cuando luchamos para evitar que se instalara un basurero en nuestro cantón. También, cuando defendimos estos terrenos de aquellos que pretendían establecer el Proyecto Gol. Ya elegimos que nuestra verdadera riqueza es despertar con el sonido de las chicharras y los yigüirros; que nos encanta ver a los coyotes bajar los cerros por las quebradas y a los mapaches asomarse a nuestras ventanas. Nos emociona que ahora, en el barrio, nos visiten perezosos y tucanes.

Para Santa Ana, no es mejor un parque de cemento con fuentes artificiales en un espacio que ya es, en sí mismo, un homenaje al agua, con sus lagunas, humedales, cañones y cataratas. Ninguna estructura humana supera la belleza que nos ofrece este entorno natural y su vida silvestre.

La decisión sobre el destino de estas 53 hectáreas en el corazón de nuestra ciudad es tan importante hoy como lo fue, en su momento, rechazar el basurero. Tenemos la oportunidad de decir sí a un parque donde, además de preservar la naturaleza, tal vez podamos recuperar valores como la filantropía de un ciudadano que vio en su tierra un tesoro más grande que el monetario, como el respeto a los muertos y el deber moral de cumplir su voluntad. Como lo es también la protección de la vida que hoy convive con nosotros.

Hay causas por las que vale la pena unirse, como el Parque Natural Urbano Lorne Ross, que nos brinda de nuevo la posibilidad de decidir cómo queremos vivir y con quiénes compartir nuestro territorio. Nos lo agradecerán nuestros hijos y nietos, pero también la rana de ojos dorados, que ha encontrado en nuestros “charrales” una pequeña isla donde evadir, al menos por ahora, su extinción. Por si aún tenían dudas, esta tierra es de ella, porque un hombre y su esposa decidieron hace 48 años dejarles en herencia la finca de sus ancestros.

Expresidenta del Concejo Municipal de Santa Ana.

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