Su rostro reflejaba de forma mecánica las emociones de alegría, tristeza, sorpresa, miedo o enfado. Era un robot de última generación y lo habían programado para reproducir los gestos de la persona que lo mirara. Costaba una fortuna por los complicados circuitos que tenía en su interior. Le pusieron de nombre Metkis*, y sus creadores esperaban probarlo en breve para observar sus reacciones y medir su funcionamiento. Pero ninguno de los que lo fabricaron pensó que algún día Metkis les daría tantas sorpresas.
Te voy a contar la historia desde el principio, tal y como me la contó a mí su protagonista, Mario.
Cuando Metkis salió del laboratorio sus creadores estaban satisfechos de haber hecho un robot que mostrara emociones humanas. En sus ojos había pequeñas cámaras que captaban los movimientos de la cara de la persona que tuviera enfrente y los reproducía con tal perfección que parecía un rostro humano.
Su destino le condujo a la casa de un niño llamado Mario que tenía bastantes problemas, era un niño apático y distante que no sabía hacer amigos.
Sus padres se lo compraron pensando que el robot le haría compañía, pues pasaba bastante tiempo solo.
A partir de ese día la vida de Metkis cambió totalmente. Se encontró de pronto con una cara que al mirarle no reflejaba ninguna emoción y, por eso, su cara tampoco expresaba nada.
Este robot se ha diseñado expresamente para interactuar a nivel social con los humanos: domina las emociones básicas, las reconoce y responde a ellas pudiendo modificar su estado de ánimo dependiendo de la interacción con la persona.
A medida que pasaban los días, empezó a observar que los gestos del muchacho parecían expresar enfado, mucho enfado, de modo que su cara también expresaba enfado, mucho enfado y, para su sorpresa, cuando Mario veía la cara de Metkis, se enfadaba todavía más y le gritaba:
—¿Qué te he hecho yo para que pongas esa cara?
Metkis no sabía qué hacer. Buscó en sus circuitos alguna información que le pudiera ayudar a comprender, pero no la encontró. Sin embargo, algo pasaba en su interior porque empezó a darse cuenta de que hacía mucho, mucho tiempo que no sonreía, ni expresaba miedo, ni tristeza, ni asombro, solo enfado y más enfado. Él estaba programado solamente para responder y, aunque hubiese querido, no podía hacer otra cosa.
Un día sucedió algo terrible para el robot.
Mario, harto de él y de su continua cara de enfado, comenzó a golpearlo con fuerza y, de repente, empezó a llorar. Metkis puso cara de pena, la misma cara que tenía Mario en ese momento, y se dejó golpear porque él era solo un robot.
Pero de tantos golpes que recibió, sus circuitos se bloquearon y empezaron a echar humo y a soltar chispas.
Mario, asustado, dejó de llorar, se acercó a ver lo que pasaba y se encontró a Metkis con cara de susto. Al verlo le entró la risa y Metkis también se rió.
Entonces Mario, viendo que sus golpes le habían afectado, hizo algo que nunca antes había hecho, y lo abrazó mientras le decía:
—Si fueras humano sabrías lo que me pasa, podríamos hablar y entenderías mis problemas, pero solo eres un robot…
Algo pasó en ese momento dentro de los circuitos de Metkis: una corriente eléctrica muy potente corrió por todos sus cables y, por primera vez desde que salió del laboratorio, Metkis cerró los ojos y dejó de funcionar.
Al verlo Mario, se echó a llorar y dijo:
—No, por favor, Metkis, no puedes estropearte ahora, eres mi amigo…, te necesito…
Si los científicos que lo habían creado hubieran podido ver lo que pasó a continuación, seguramente se hubieran quedado de piedra.
Metkis sintió, por primera vez, el cariño de Mario, y sus circuitos comenzaron a funcionar de nuevo, pero de una forma totalmente diferente a como estaban programados.
Estaba todavía inmóvil en los brazos del niño, cuando de repente abrió los ojos y sonrió. Mario entonces le devolvió la sonrisa y se dio cuenta de que Metkis había sonreído primero. ¡Algo mágico estaba pasando!
En ese momento Metkis escuchó a Mario que le decía por primera vez:
—Metkis, por favor, sé mi amigo…
Mario no contó a nadie su secreto, no dijo a nadie que el robot podía expresar emociones por sí mismo porque se hubieran llevado a Metkis para examinarlo en el laboratorio.
Poco a poco, la cara de Mario comenzó a expresar muchas emociones diferentes propias de un chico de su edad. A veces estaba contento, a veces triste, a veces se reía, otras sentía miedo o sorpresa y otras veces se enfadaba.
Sus padres notaron un gran cambio, y en el colegio también, aunque nunca supieron que Mario y Metkis estaban aprendiendo juntos muchas cosas, entre ellas una muy importante: el valor de la amistad.
* Metkis es el anagrama de Kismet, un robot que se ha creado en el MIT (Massachusetts Institute of Technology).
Begoña Ibarrola
Cuentos para sentir: 2 Educar los sentimientos
Ediciones SM, 2003, Madrid
El Proyecto CUENTOS PARA CRECER consiste en la publicación de relatos destinados en especial a niños y adolescentes, así como a todos los que encuentran placer en la lectura.
Debido al tipo de historias ofrecidas, este proyecto permite reflexionar sobre una serie de valores considerados esenciales para el desarrollo del carácter, como la tolerancia, la solidaridad, el espíritu de diálogo y la honradez, proporcionando además un valioso instrumento de aprendizaje.
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