Tibilí es un hombrecito de seis años que se ríe de la mañana a la noche.
Y seguiría riéndose en la cama si no se cayera de sueño de tanto correr y jugar todo el día.
Solo deja de reírse para comer, o para hacer las trencitas de su hermana Kablé.
Él tiene unos dedos muy hábiles y su hermana Kablé es muy presumida.
Un día, sin embargo, Tibilí deja de reírse: Su mamá acaba de decirle que pronto tendrá que ir a la escuela.
Tibilí no quiere ir a la escuela.
No quiere estar encerrado en una clase, frente a una pizarra triste, triste como el aburrimiento.
Tibilí no necesita saber leer ni saber escribir.
Prefiere leer como su abuelo, no sobre el papel, sino en el cielo, donde, de día, canta el sol y, de noche, baila la luna.
Prefiere leer sobre la tierra roja del camino, donde miles de animales de todos los colores van y vienen, arriba y abajo, sin que nadie los obligue a ir a la escuela.
Prefiere estar en la playa soñando que pesca una barracuda (así de grande), que monta una gacela en plena carrera, o que se mece con los monos colgado de las lianas de la selva.
Tibilí no quiere cambiar su ropa roja tan bonita y tan alegre por un uniforme de un color tan soso que, si se sentara en la playa, lo podrían confundir con la arena y lo podrían pisar.
Por eso Tibilí está triste, triste como los búfalos flacos que su tribu conduce al campo.
¿Qué puede hacer? Pero ¿qué puede hacer para no tener que ir a la escuela?
Las lunas suceden a las lunas, y la escuela va a empezar pronto.
Le pregunta a Píu, el lagarto:
—¿Podrías decirme qué tengo que hacer para no ir a la escuela?
—Sólo veo una solución —contesta Píu—. Escóndete en el agujero del baobab. El hueco es lo bastante grande para que quepas cómodamente.
Tibilí piensa que estaría bien un ratito, ¡pero no todos los días!
Le pregunta a Kumi, el murciélago, que medita colgado en su rama.
Kuini le responde:
—Cuando llegue el día de ir a escuela, te acuestas y te retuerces, y dices que te duele la barriga.
Tibilí piensa que no podría fingir que tiene dolor de barriga todos los días.
Además, a Tibilí no le gusta decir mentiras a su mamá.
Interroga a la araña Crope, que siempre lo sabe todo.
Crope le dice:
—Sólo veo una solución: ve a buscar el cofre de la sabiduría. Está enterrado cerca del río, entre el papayo y el tamarindo. Verás una gran piedra roja, apártala, escarba el suelo, hasta que encuentres un objeto muy duro: es el cofre de la sabiduría. Sácalo con precaución, ábrelo y encontrarás lo que buscas.
Tibilí va corriendo hasta el río, escarba el suelo entre el papayo y el tamarindo.
Nota un objeto muy duro y lo saca.
Es un cofre. Intenta abrirlo, pero no lo consigue.
Ku-kut, la pintada, le grita:
—¿Qué haces, Tibilí?
—Intento abrir el cofre de la sabiduría.
—Es muy fácil. Sólo tienes que leer la placa que está debajo del cofre. Allí lo explica todo.
Tibilí le da la vuelta al cofre, baja la cabeza tristemente, y no dice nada.
—¿Y ahora qué pasa? —dice la pintada.
—No sé leer.
—¿No sabes leer? ¡JA! ¡JA! ¡JA!
¡NO SABE LEER!, grita para que lo oiga todo el mundo.
¡NO SABE LEER!, repiten las pintadas.
¡NO SABE LEER!, responde el eco.
Tibilí vuelve a dejar el cofre en su escondite, lo cubre con tierra, vuelve a poner la piedra roja y se va.
Cuando cree que las pintadas ya no lo pueden ver, echa a correr hasta llegar a su casa y le pregunta a su mamá:
—¿Falta mucho para que empiece la escuela?
Marie Léonard
Tibilí, el niño que no quería ir a la escuela
Barcelona, Editorial Juventud, 2001
El Proyecto CUENTOS PARA CRECER consiste en la publicación de relatos destinados en especial a niños y adolescentes, así como a todos los que encuentran placer en la lectura.
Debido al tipo de historias ofrecidas, este proyecto permite reflexionar sobre una serie de valores considerados esenciales para el desarrollo del carácter, como la tolerancia, la solidaridad, el espíritu de diálogo y la honradez, proporcionando además un valioso instrumento de aprendizaje.
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