Cuentos para crecer: Juega con fuego y te quemarás

Juega con fuego y te quemarás

Juega con fuego y te quemarás

En un pueblito de Rusia vivía un campesino llamado Iván. Tenía un buen pasar: era el mejor trabajador del pueblo y sus tres hijos eran fuertes y buenos trabajadores también. Su padre anciano era el único de la familia que no podía hacer nada, pero todos se ocupaban muy bien de él. Tenían lo suficiente para comer y vestir, y habrían sido felices si no fuese por el vecino de Iván, el cojo Gavrilo: Iván y Gavrilo se odiaban.

Otrora habían sido buenos amigos. Pero sucedió algo, ¡algo tan tonto e insignificante! Una vez, la gallina de la hija de Iván puso un huevo en el huerto de Gavrilo. Siempre ponía los huevos en su propio gallinero y cuando la joven la oía cacarear, iba a buscar el huevo. Pero esa vez sus hermanos asustaron a la gallina, que saltó la cerca. La hija de Iván estaba ocupada con otras tareas y sólo fue a buscar el huevo por la tarde. Cuando no lo encontró, los muchachos le dijeron dónde buscarlo. De modo que fue a la casa del vecino, donde la recibió la madre de Gavrilo.
–¿Qué buscas, jovencita?

–Hoy mi gallina ha estado en tu huerto, abuelita. ¿Has visto si puso un huevo?

La anciana pensó que la hija de Iván la acusaba de haberse quedado con el huevo, y respondió con aspereza:

–No, no he visto a tu dichosa gallina. Nosotros tenemos nuestras propias ponedoras y ya hemos recogido nuestros huevos. No necesitamos los huevos de los demás, jovencita, y no nos hace falta ir a los huertos ajenos para cogerlos.

A la hija de Iván la respuesta no le cayó nada bien. Dio una contestación brusca, a la que la madre de Gavrilo dio otra aún más brusca. La esposa de Iván llegaba cargando agua y la mujer de Gavrilo salió a la puerta. Todas hablaban al mismo tiempo, se acusaban e insultaban. Llegaron entonces los hombres para tomar partido por sus mujeres y comenzaron a luchar. Iván, que era el más fuerte, lo hirió al cojo Gavrilo.

Gavrilo llevó la disputa al juzgado del pueblo, porque quería que castigaran a Iván. Cuando el padre de Iván se enteró, habló con firmeza:

–Hijos, estáis haciendo una tontería. ¡Usad la cabeza! Todo comenzó por un huevo. Un huevo no vale tanto. Y hay suficientes para todos. Habéis dicho palabras duras; ahora mostradles que también podéis decir cosas amables. Haced las paces y que el asunto se acabe aquí. Si dejáis que esto continúe, cada vez será peor.

Pero Iván y su familia no le hicieron caso. Pensaron que el anciano decía bobadas. Y en vez de hacer las paces, Iván también fue al juzgado y quiso que Gavrilo fuera castigado por rasgarle la camisa mientras discutían por el huevo.

A partir de entonces, los vecinos discutían todos los días, siempre por cualquier excusa tonta. Fueron tantas veces al juzgado que el juez ya estaba cansado de verlos. Así las cosas se arrastraron seis años.

Cuando la hija de Iván acusó públicamente a Gavrilo de haber robado unos caballos, Gavrilo la golpeó y la muchacha pasó una semana en cama. El asunto se ponía cada vez más serio, por eso cuando Iván llevó el caso al juzgado, el juez ordenó que azotaran a Gavrilo: ésta era la forma, muy dolorosa por cierto, de castigar a los que no obedecían la ley. Cuando Gavrilo supo lo que le esperaba, empalideció y masculló entre dientes con tanta rabia que hasta el juez se alarmó y le rogó a Iván que perdonara a su vecino y retirara la denuncia. Pero Iván no quiso saber nada y volvió a casa a decirle a su padre que Gavrilo sería finalmente castigado.

–Iván -dijo el anciano-, lo que has hecho no está bien. Tú ves la maldad que hay en él, pero no ves la que hay en ti. Jesús nos ha enseñado lo contrario. Si te insultan, calla. Si te abofetean, da la otra mejilla. Haz las paces con él. Todavía no es tarde para anular el castigo, y después invítalo a él y a su familia a cenar con nosotros.

Como Iván no se movía, su padre insistió:

–Ve ahora mismo, Iván. Tu ira es como el fuego. Apágala mientras es pequeña, porque si se aviva demasiado, ya no podrás controlarla.

Iván comenzaba a entender lo que su padre quería decir. Estaba a punto de ir a hacer las paces con Gavrilo, cuando las mujeres entraron diciendo que Gavrilo estaba tan enfadado que había amenazado incendiarles la casa. Iván entonces se puso rojo de furia como si él mismo se estuviera quemando y no quiso anular el castigo de Gavrilo.

Esa noche, Iván recordó lo que Gavrilo había dicho sobre incendiar la casa y tan preocupado estaba que salió a vigilar el huerto. Caminó en silencio a lo largo de la cerca. Al doblar la esquina le pareció que algo se movía del otro lado, algo que se hubiera levantado y vuelto a bajar. Iván se detuvo y esperó sin moverse, aguzando la vista y el oído: no se oía más que el susurro del viento entre las hojas de los sauces y el crujido de la paja. Aunque era noche cerrada, sus ojos pronto se acostumbraron a la oscuridad. Iván miraba, inmóvil, pero no veía a nadie.

–Me habrá parecido -se dijo Iván-, pero por las dudas iré a ver.

Caminaba tan sigilosamente que no oía sus propios pasos. Llegó a la esquina y se detuvo. Delante de sus ojos, alguien con un gorro en la cabeza, acuclillado de espaldas a Iván, le prendía fuego a un montón de paja. Se quedó clavado al piso y pensó: “Ahora no se me escapará. Lo voy a coger con las manos en la masa”.

De repente todo se iluminó. Las llamas bailaron entre la paja del cobertizo y saltaron hasta el techo. Ya no se trataba de un fueguito. Con el resplandor, Iván vio nítidamente a Gavrilo y corrió hacia él, pero Gavrilo logró escaparse y, pese a la pierna coja, corrió como una liebre. Iván sin embargo lo alcanzó y lo agarró del faldón de la chaqueta, pero el faldón se desprendió e Iván cayó y se golpeó la cabeza. Cuando se levantó, Gavrilo había desaparecido. Estaba claro como el día. Iván oyó el rugido del fuego en el cobertizo y vio la paja encendida que volaba hacia la casa.

Iván quería detenerla. “¡Si por lo menos pudiera sacar la paja del cobertizo y apagar el fuego!”, pensó. Pero al principio no podía moverse. Después sus pies se tropezaban uno con otro. La gente vino corriendo, pero ya no se podía hacer nada. Los vecinos sacaron lo que podían de sus casas y se llevaron de allí al ganado. Después de la casa de Iván, se incendió la de Gavrilo. Luego el viento arrastró el fuego al otro lado de la calle. La mitad del pueblo se consumió en las llamas.

Todo lo que se salvó de la casa de Iván fue su viejo padre, que se había refugiado del otro lado del pueblo. Cuando Iván fue a buscarlo, el anciano lo increpó:

–¿Qué fue lo que te dije, Iván? ¿Quién quemó el pueblo?

–Fue él, padre -respondió Iván-. Lo sorprendí en el acto. Si hubiera podido coger la rama encendida y apagarla, esto no habría sucedido.

–Iván -replicó su padre-, ¿de quién es realmente la culpa?

Iván lo miró. Después recordó cómo había ofendido a Gavrilo y cómo se había negado a hacer con él las paces cuando todavía estaba a tiempo.

–La culpa es mía, padre -respondió, y se quedó callado.

Pasado un minuto, el anciano dijo:
–Iván.
–Sí, padre.
–¿Y ahora qué?

–No lo sé, padre. ¿Qué será de mí? Todo lo que tenía se ha quemado.

–Saldrás adelante. Con la ayuda de Dios, saldrás adelante. Pero recuerda, Iván, no debes decirle a nadie que Gavrilo provocó el incendio. Si no lo acusas, Dios os perdonará a los dos.

Iván no dijo nada y nadie llegó a saber cómo había empezado el incendio. Iván empezó incluso a sentir pena de Gavrilo. Y Gavrilo se sorprendió de que Iván no lo denunciara. Al principio sintió miedo de Iván, pero al poco tiempo se acostumbró. Los dos hombres dejaron de discutir, así como sus familias. Mientras reconstruían sus casas, las dos familias vivieron juntas, y cuando el pueblo estuvo otra vez en pie, Iván y Gavrilo siguieron siendo vecinos. Y después fueron siempre amigos.

Iván nunca olvidó lo que su padre le había dicho sobre apagar el fuego en su inicio. Si alguien le levantaba la voz, él respondía afablemente. Entonces la persona se avergonzaba y ya no discutía. Así, Iván fue más feliz que nunca, y nadie en el pueblo tuvo tantos amigos como él.

Leo Tolstoy

Anna Curtis
Lighting candles in the dark
Philadelphia, FGC, 2001

El Proyecto CUENTOS PARA CRECER consiste en la publicación de relatos destinados en especial a niños y adolescentes, así como a todos los que encuentran placer en la lectura.

Debido al tipo de historias ofrecidas, este proyecto permite reflexionar sobre una serie de valores considerados esenciales para el desarrollo del carácter, como la tolerancia, la solidaridad, el espíritu de diálogo y la honradez, proporcionando además un valioso instrumento de aprendizaje.

cuentosn@cuentosparacrecer.com

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