* Don Importante *
Guille ya no es ningún pequeñín y ha empezado hace poco a ir al colegio. Sin embargo, se comporta más bien como un bebé que imita o repite todo lo que hacen los demás niños o mayores.
Un día en que todos los niños están jugando en el patio del colegio, una niña grita una palabra a un chico mayor que ella. El muchacho se enfada, los demás niños no pueden contener la risa y el profesor, que ha oído la palabra por casualidad, está horrorizado. Guille no tiene ni idea de lo que significa realmente esa palabra. Sólo se da cuenta de que tiene que tratarse de una palabra importante y eso le gusta. Él también quiere aprender muchas de esas palabras para confundir a niños y mayores.
Desde entonces, Guille presta mucha atención cuando se encuentra en algún sitio donde haya muchos niños o en la calle, para aprender esas palabras tan interesantes y repetirlas después.
Una vez, tiene que esperar en un cruce. De repente, un peatón cruza la calle sin mirar si vienen coches. Un conductor se ve obligado a dar un violento frenazo para no atropellarle. Baja la ventanilla y grita al peatón la misma palabra que Guille aprendió hace poco en el patio del colegio. La gente que está presente reacciona igual que el profesor del colegio. «El conductor se podía haber ahorrado la palabrota, aunque el peatón se haya comportado mal», comenta la gente, moviendo la cabeza.
«Esta palabra tiene un efecto increíble. Me gustan las palabrotas. Con ellas se puede escandalizar a la gente y hacerse el importante. Es un juego muy divertido. También yo voy a intentarlo enseguida», se dice el inconsciente de Guille sin pensar bien en lo que hace. Cuando llega a casa, lo prueba inmediatamente. «¡Dios mío! —exclama la madre—. ¿De dónde has sacado tú esas expresiones? Aquí en casa no, desde luego. No quiero volver a oír nunca más una palabra de ésas.» El padre está muy enfadado: «¡Lo que aprenden los niños hoy en día en los colegios! La culpa la tienes tú, mamá. Le dejas hacer lo que le da la gana y ahí lo tienes. Tu hijo trata con chicos indecentes».
Guille tiene que ir a comprar leche. En la tienda, tiene que esperar mucho, pues los mayores le pasan por alto. Así que Guille grita su «palabra mágica». Los mayores se vuelven hacia él enfadados: « ¡Pero qué barbaridad! ¿Cómo es posible? ¡Qué chico tan descarado, diciendo palabrotas! Deberías avergonzarte. Dile a tus padres que aprendan a educarte un poco mejor.»
Guille no entiende por qué debe avergonzarse o lo que sus padres tienen que ver con esto. No piensa en lo que le dicen los adultos, sino que disfruta siendo el centro de atención y observando que todos los mayores, el profesor, la gente en el cruce y sus propios padres reaccionan igual de horrorizados.
Satisfecho, va a casa de su abuela. «Abuela, he aprendido una palabra importante», dice Guille, orgulloso.
«¿De verdad? —pregunta la abuela con dulzura—. Venga, dime cuál es.» Cuando Guille pronuncia la palabra, su abuela está igual de horrorizada que el profesor, la gente en el cruce, sus padres y la gente de la tienda. «Nene, eso no se dice. Un chico bueno no usa esas palabras. No la vuelvas a decir nunca más», le reprende la abuela.
Guille se retira a su cuarto. «¿Por qué no puedo volver a decir esa palabra? Otros también la dicen y, además, tiene que ser una palabra muy importante cuando todos se ponen así al oírla. Así que tengo una palabra mágica. ¡Es estupendo, soy importante, muy importante!», piensa, contento.
De pronto, entra don Importante en la habitación de Guille. Don Importante se parece a un duendecillo, pero es muchísimo más feo, malvado y muy engreído. Don Importante cree ser el más importante del mundo. Cuando un niño empieza a creerse importante, entra rápidamente en acción para demostrarle que sólo puede haber una persona importante en el mundo y ha resultado ser él, don Importante.
«¡Eh, tú! —llama don Importante muy enfadado, con su voz chillona, pellizcando los pantalones de Guille—. ¿Qué es lo que te has creído? Sólo porque hayas dicho una palabrota no quiere decir que seas importante. Las palabrotas las puede decir hasta el tonto más grande del mundo, no tienen nada de especial. Ahora todavía te gusta porque, con tu palabrota, eres capaz de desconcertar a la gente, pero pronto se acostumbrarán y no verán en ti más que a un niño desagradable. ¡Olvídate de que vas a ser alguien importante!»
«No te creo ni una palabra —responde Guille, cabezota—. Lo que pasa es que estás celoso porque voy a ser a alguien importante.»
«Bueno, como quieras, ya veremos quién de los dos tiene razón. ¡Vamos a apostar! — propone don Importante—. Te voy a enseñar todas las palabrotas que existen y tú las vas a usar siempre, delante de todo el mundo. Si te das cuenta de que no te conviertes en alguien importante, has perdido y no puedes volver a decir una palabrota nunca más. Y yo sigo siendo la persona más importante del mundo. Dentro de un mes, nos volvemos a encontrar y a ver cuál de los dos es el vencedor.»
«¡De acuerdo!», exclama Guille, y don Importante desaparece como por arte de magia. Cuando Guille se despierta a la mañana siguiente tiene en la mente un montón de palabrotas nuevas que don Importante le ha metido en la cabeza por arte de magia antes de despedirse. Guille está muy contento: «¡Voy a ganar! Ahora ya puedo confundir a niños y mayores. No habrá nadie en el mundo más importante que yo».
Y, como ese día no tiene colegio, se marcha a jugar al parque. Allí ve a un grupo de niños jugando sobre la arena y, sin querer, se le escapa una palabrota, así sin más. Los pequeñines le miran asustados y sin comprenderle. Guille escucha cómo las madres les dicen: «¡No le miréis siquiera, es un chico malo!».
Después pasa Guille junto a unos chicos más mayores que están jugando al fútbol. Los mayores siempre le han causado mucho respeto, así que quiere pasar de largo cuanto antes. Pero, como si estuviera embrujado, vuelve a escapársele una palabrota. Los muchachos están furiosos con el pequeño caradura y uno de los más fuertes le propina un buen puñetazo. « ¡No se te ocurra volver a venir por aquí!», le amenazan.
Guille está totalmente aturdido. Hoy no le parece todo tan divertido como ayer y, sin embargo, no puede parar. Está como embrujado. Un mes entero tiene Guille que estar diciendo palabrotas. Pero como quiere ganar la apuesta, se arma de valor para continuar.
Ya no tiene más ganas de seguir en el parque y se dirige a su casa lentamente por las estrechas callejuelas. Se tropieza con una amable vecina que a menudo le obsequia con golosinas. Guille quiere saludarla cariñosamente pero, en lugar de un amable saludo, vuelve a soltar una palabrota. La vecina pasa de largo sin dirigirle ni una sola mirada. Estaba seria, no horrorizada como el profesor, la gente en el cruce, sus padres, las personas de la tienda o su misma abuela. Esta vez, Guille está avergonzado y no se siente importante en absoluto.
Durante los días siguientes pasan cosas parecidas. Cada vez le hace menos gracia soltar a los demás tales palabrotas y, como había predicho don Importante, la gente se ha ido acostumbrando a la idea de que Guille no es más que un niño descarado y desagradable. Nadie le mira a la cara y los padres prohíben a sus hijos que jueguen con él. De esta forma, se va quedando cada vez más solo. Sus compañeros de clase ya no se ríen cuando Guille dice una palabrota porque, con el tiempo, les resulta aburrido.
Tampoco Guille soporta más este eterno decir palabrotas y aguarda con ansiedad el día en que don Importante gane la apuesta. Guille no encuentra nada especial en el hecho de decir palabrotas y se da cuenta, por fin, de que sólo los niños tontos las siguen utilizando voluntariamente.
A partir de ahora, intenta siempre taparse la boca con la mano y evitar así que se le escapen las palabrotas.
«¡Eres un cer…!» Plaff, Guille se da un manotazo en la boca para no seguir hablando.
«¡Eres un imbé…!» ¡Plaff! Otro manotazo. Y así sucesivamente. Guille tiene los labios totalmente hinchados y morados de tanto cerrarse la boca.
¡Por fin llegó el día! Hoy volverá a aparecer don Importante para ver quién de los dos ha ganado la apuesta. Y como no es un don Importante amable, sino un malvado don Importante, se alegra muchísimo cuando encuentra a Guille triste y decaído. «¡Ja, ja, ja! — se alegra con malicia—. ¡He ganado! ¡Ja, ja, soy y seguiré siendo siempre el don Importante más importante del mundo! Como veo, se te han quitado las ganas de decir palabrotas. La gente ya no te quiere. Te lo tienes merecido. ¡Cómo se puede ser tan tonto y creer que con las palabrotas se puede ser alguien especial! ¡Ja, ja, tonto más que tonto, qué tonto eres, Guille!», se burlaba don Importante. Después, desaparece tan rápido como había venido.
A Guille no le importa nada haber perdido la apuesta. Está contento y respira con alivio porque puede volver a ser un niño cariñoso y amable, y se esfuerza especialmente en serlo con todo el que se tropieza.
Y mira por donde, al cabo de un tiempo, niños y mayores vuelven a tenerle cariño. La vecina le obsequia con más dulces que nunca. Guille no se da cuenta de que su amabilidad con los demás le ha convertido en una persona importante de verdad. Todos sus compañeros de clase quieren tenerle como amigo, el profesor le encomienda tareas de honor y los mayores le invitan a hacer divertidas excursiones. Resumiendo, todos quieren disfrutar de su compañía.
Guille ha perdido la apuesta pero, a pesar de todo, ha ganado al arrogante don Importante, que está furiosísimo y ha tenido que marcharse a un país muy muy lejano. Y ojalá que no regrese nunca porque, en realidad, aquí ya nadie le necesita. Nadie en absoluto, ¿verdad?
Gerlinde Ortner
Cuentos que ayudan a los niños
Málaga, Editorial Sirio, 2007
El Proyecto CUENTOS PARA CRECER consiste en la publicación de relatos destinados en especial a niños y adolescentes, así como a todos los que encuentran placer en la lectura.
Debido al tipo de historias ofrecidas, este proyecto permite reflexionar sobre una serie de valores considerados esenciales para el desarrollo del carácter, como la tolerancia, la solidaridad, el espíritu de diálogo y la honradez, proporcionando además un valioso instrumento de aprendizaje.
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