Mi nombre es Sara, tengo siete años y soy un poco diferente al resto de los niños; casi se podría decir que camino a cuatro patas: dos son mis piernas y las otras dos, los bastones. A veces cierro los ojos e imagino que soy un perro o un gato, pues ellos sí que andan, de verdad, a cuatro patas. O un canguro, porque apoyada en los bastones puedo saltar a su manera. En realidad, lo que tengo es una discapacidad física, no puedo hacer algunas cosas: correr, subirme a los árboles…, pero sí otras muchas.
Algunas personas me miran cuando voy por la calle, sobre todo los niños y los ancianos, que suelen preguntarme qué es lo que me pasó. Estoy cansada de contar que cuando era muy pequeña tuve una enfermedad y que por eso ahora camino con dos muletas. Así que muchas veces me invento las respuestas:
—Me atropelló un patinete.
—Ensayo para carnaval, éste será mi próximo disfraz.
Cuando contesto esas cosas, se me quedan mirando incrédulos, y se marchan sin decir nada.
En el colegio todos se portan muy bien conmigo me ayudan a poner el mandilón, y si no tengo ganas de bajar al recreo porque está lloviendo, me dejan jugar en la clase junto a una o dos compañeras, con la condición de que no alborotemos demasiado.
Cuando me operaron de la pierna, casi todos los de clase vinieron a verme al hospital, y me trajeron un montón de regalos: peluches, golosinas, libros de cuentos, colonia de violetas, que huele tan bien. Además, tuve la visita de la profe; ella me regaló un estuche de cartón donde venían muchas hojas de colores, y una caja de lápices rojos, verdes, azules y negros para que pudiese escribir cartas a los amigos, pero en realidad los usé para dibujar zapatos. Me gustan mucho los zapatos, sobre todo los de tacón, como los de mi madre, más de una vez me he caído por subirme en ellos.
Diana, mi perrita, también le gusta jugar con zapatos. Con frecuencia tenemos que quitárselos de la boca porque los anda mordisqueando. El otro día me enfadé mucho con ella por comerse uno de mis cuentos favoritos. Trataba de unas botas voladoras que vivían en el escaparate de una tienda. Cuando los niños iban a probárselas escapaban corriendo. Así que, harto de tanta burla, el dueño del comercio las echó de la tienda y desde entonces andan por ahí jugando al fútbol con los chicos.
Los médicos sólo me dejan usar botas para que mis pies vayan sujetos y no se tuerzan. Tengo dos pares, unas negras de invierno y otras blancas para el verano ¡Chulísimas! Cuando me quito, las dejo bien guardadas en la zapatera para que Diana no las muerda; y porque tengo miedo de que se escapen, como las del cuento.
A mí me gustaría jugar al fútbol, como esas botas voladoras, pero como camino con dos bastones, no puedo. Mi equipo favorito es el Sporting. En la habitación tengo posters con las firmas de los jugadores, un banderín, llaveros e insignias y hasta una manta con el escudo. Las amigas encuentran un poco raro que a una chica como yo le guste el fútbol, pero me lo paso muy bien con mis hermanos y mi padre viendo los partidos por la tele y gritando ¡Gooooool! ¡Goooool! ¡Goooool! cuando mi equipo gana.
También soy muy presumida, como casi todas las niñas. Estoy muy contenta porque pronto será mi cumpleaños, vendrá la abuelita de lejos y me traerá un vestido amarillo, que tiene bordados a los siete enanitos. Como si yo fuese Blancanieves…Tengo ganas de que llegue el día para estrenarlo, me pondré a juego un lazo amarillo en el pelo y me pintaré las uñas. Aunque sé que soy mayor, todavía duermo con un osito de peluche. Mamá dice que tengo muchos mimos y que no soy diferente al resto de los niños por el hecho de caminar con dos bastones. Pero para algunas cosas yo creo que la discapacidad sí me hace ser diferente, tengo mis inconvenientes, como por ejemplo, cuando llueve y el suelo está mojado, más de una vez me he caído. Los mayores deberían hacer suelos que no resbalen.
Mama me riñe porque como poco, y porque no me gustan las verduras.
—Para llegar a correr tanto como los otros niños tienes que comer muchas verduras —me insiste.
—¡Qué pesadez!
Me gustaría poder correr y comer más, pero es que no tengo hambre. Así que un día, mamá me llevó al médico para que me diese unas pastillas que me abriesen el apetito. Y comencé a tomarlas…
—¡Están ricas! ¡riquísimas! —me oyó decir en una ocasión mientras ella hacía las camas en uno de los dormitorios.
Como mi voz salía de la cocina, pensó que yo estaba comiendo uvas que había en el frutero.
—Estas pastillas ¡están ricas!, ¡riquísimas! —me oyó decir por segunda vez.
—¿Eh? —pensó— ¿Las pastillas? —y entró corriendo en la cocina. Ya no quedaba casi ninguna en el frasco.
Se asustó mucho y cogiéndome en el cuello, me llevó al médico de urgencias.
—¡Pobre mamá!— pensó que las pastillas iban a hacerme daño en el estómago, pero no fue así. De hecho, desde entonces he comenzado a comer todo lo que me ponen en el plato, a no ser las lentejas. Por algo se dice: «lentejas, si no las quieres las dejas». Aunque mamá, siempre dice que tienen mucho hierro y que por eso dan tanta fuerza, A veces, hace con ellas puré, ¡y bueno!, así están ricas, la verdad.
Tres días a la semana, voy por las tardes a gimnasia y a la piscina; es bueno para mis piernas. Me lo paso muy bien, con otros niños discapacitados, algunos tienen que hacer ejercicios para su espalda, otros para un brazo…, y los hay que como yo caminan con uno o dos bastones. Con éstos echo carreras, a ver quién llega antes. Tiene razón mamá, desde que como mejor, algunas veces gano.
Lo que me resulta más difícil es subir escaleras. Voy despacio, poco a poco y cuando llega el verano, con el calor y el esfuerzo, me cae el sudor por la frente, pero no me importa pues aunque más lenta que los otros niños, llego igual a todos los sitios. Lo de las escaleras es otra cosa que los mayores hacen mal: las ponen por todas partes, nunca piensan en nosotros, los que caminamos con dos bastones. ¿Acaso la ciudad no es para todos?
Pero ser diferente no penséis que es tan malo. Mis bastones, por ejemplo, además de ayudarme a caminar, me sirven también para jugar. Con ellos me imagino que voy esquiando por las aceras. Otras veces se convierten en los palos de un tambor para hacer música. Otras veces hago de malabarista principal del circo, tirando mis bastones de colores a lo alto y volviendo a recogerlos, después de hacer bonitas figuras en el aire.
Aunque lo que más sorprende a mis amigos es que pueda utilizarlos como remos de una canoa y remar y remar muy lejos, mar adentro, agitando los brazos diciendo:
—¡Adiós! ¡Adiós!¡Adioooós!
Y es que estos dos bastones son mis juguetes favoritos.
Ana G. Gago
Camino con dos bastones
Gijón: Llibros del Pexe, 2003
(Adaptado)
El Proyecto CUENTOS PARA CRECER consiste en la publicación de relatos destinados en especial a niños y adolescentes, así como a todos los que encuentran placer en la lectura.
Debido al tipo de historias ofrecidas, este proyecto permite reflexionar sobre una serie de valores considerados esenciales para el desarrollo del carácter, como la tolerancia, la solidaridad, el espíritu de diálogo y la honradez, proporcionando además un valioso instrumento de aprendizaje.
cuentosn@cuentosparacrecer.com