Barquitos de papel
La mañana era hermosa. Había frescura y belleza en los mil colores del jardín de aquel bello parque cantonal. Los tibios rayos del sol tempranero caían cual cascadas de luz sobre las bellas flores. El alma se me llenaba de ilusiones con el espectáculo de los rosales, pues las rosas aún aprisionaban en la delicada cárcel de sus pétalos, cristalinas gotas de rocío. Había un concierto de avecillas y me acariciaban los matices de esplendor y belleza que había en rodos los rincones.
Aquella era una magnífica obra cumbre de la Naturaleza, valía la pena apreciar la escena y penetré por una senda bordeada de violetas. En el final del camino se erguía soberbio, majestuoso, un surtidor vertical de agua, digno de una hermosa pileta que nunca se llegó a construir. El chorro caía libremente cual turbión plateado sobre lajas musgosas, produciendo un cadencioso murmullo y proyectando un arroyuelo. Aquellas aguas cabalgaban hacia la parte más baja del parque, sobre el lomo de pequeñas piedras, que convertían en sinuoso, lo que podría haber sido un tranquilo recorrido.
La cadencia cantarina de aquella cascada de cristal se fundía de vez en cuando con las sonoras risas de unos niños que alegremente flotaban unos barquitos de papel, sobre los rápidos de aquel torrente. Eran tres alegres y precoces chiquillos. Parecían hermanos. Me acerqué para contemplar mejor la diversión:
-¡Memo!-gritó el mayorcillo- vos te encargás de recibirlos allá abajo. El chiquillo corrió unos cuantos metros y se arrodilló sobre el borde del arroyuelo. Los barquitos venían a la deriva. ¡Uno, dos, tres!, pero Memo no los recibía todos…, algunos naufragaban de camino. Cabizbajo Memo regresaba con los que aún quedaban. Estaban empapados, casi destrozados. La acción se repitió varias veces. Por fin, no quedó ninguno útil, la flota había zozobrado.
Muy tristes los chiquillos se reunieron a contemplar los despojos y trataron en vano de reconstruirlos. Fue entonces cuando sentí deseos de ayudarles y les hablé:
-¿Quieren que les ayude? Yo puedo hacerles unos barquitos.
-¡Uh!, ¡qué va!, sólo Miguel sabe hacerlos, es único-contestó el líder muy desilusionado.
-¿Y quién es Miguel? -pregunté con curiosidad.
-¿Qué? ¿Ni siquiera lo conoce? ¿Entonces cómo pretende ayudarnos? Todo el mundo conoce a Miguel…
-Es cierto- terció otro de los muchachos- y aunque él es quien nos hace los barquitos no nos puede acompañar para verlos navegar.
-Miguel es nuestro hermano, es muy inteligente, pero desdichado el pobre. Quiere venir, pero somos tan pobres que mamá no le ha podido comprar su silla de ruedas, agregó el líder en tono lastimero.
Por supuesto que comprendí el infortunio de Miguel y de alguna manera al oír la queja de aquel pequeño, mi dolor se ahondó…
-¡Saben, ya recuerdo a Miguel- les dije fingiendo que conocía al pequeño-lo he visto en… en…
¡Claro!, en el hospital!-interrumpió el muchacho mayor- lo llevan a menudo en ambulancia para que lo vea el doctor.
Acepté. Era una buena ocasión para hacerles creer que conocía al inteligente muchacho y les dije:
-¡Por cierto, fue Miguel quien me enseñó a hacer barquitos de papel…
-¡Ya lo decía yo! Sólo Miguel sabe hacerlos y si por casualidad alguien también los hace, es porque él lo enseñó, presumió el niño.
Una sonrisa muy elocuente recibí de los chicos cuando repetí mi intención de ayudarlos. El matutino que acababa de comprar, plagado de noticias negativas, lo convertí en algo útil: materia prima. Me senté sobre el césped para empezar la infantil tarea. Aquella alfombra de esmeraldas me sirvió de astillero. Mientras forjaba las navecillas, pensaba en Miguel y me preocupaba mi mentira, pero me animaba el hecho de que ayudaría a los menores para que continuaran su diversión. Los niños me rodeaban y contemplaban con gran curiosidad los mil dobleces que ejecutaba con mis manos.
¡Ya había varios!…, Memo rompió el silencio y con gran cordura me invitó para que viniera de nuevo. Me aseguró que ellos apreciaban mucho a los amigos de Miguel. Acepté. Sería una gran ocasión para convertir aquella amistad efímera en algo más formal. Eso me daría la posibilidad de enmendar mi mentirilla piadosa. -¡Claro!, tendré la oportunidad de buscar a Miguel en rehabilitación, haré amistad con el forjador de navecillas y hasta le presentaré a Francisquito, quien necesita amiguitos como él…-me dije en mis adentros.
Los chiquillos empezaban a soltar las amarras de los barquitos que les había construido para que zarparan y los lanzaban sobre el torrente. De súbito se escuchó la voz de la madre de mis amiguitos que los invitaba para que regresaran a su casa.
-¡Hasta mañana y muchos cariños para Miguelito!- Les dije despidiéndome, cuando partieron en carrera, aceptando con mucha disciplina el llamado de su madre.
Al alejarme de aquel encantador sitio, me detuve frente al bullicioso surtidor. Los diáfanos hilos de agua formaban al elevarse un soberbio ramo cristalino que se trocaba en brillante tornasol multicolor. Seguí con la vista el arroyuelo, una flota de papel se alejaba despaciosamente. Pensé de nuevo en Miguel, en su desdicha… ¡En mi propia desdicha!, porque mi hijo Francisquito sufre al igual que él,… ¡también está lisiado!
Juan Ramón Gutiérrez
Barquitos de papel
Edición digital EDEL
El Proyecto CUENTOS PARA CRECER consiste en la publicación de relatos destinados en especial a niños y adolescentes, así como a todos los que encuentran placer en la lectura.
Debido al tipo de historias ofrecidas, este proyecto permite reflexionar sobre una serie de valores considerados esenciales para el desarrollo del carácter, como la tolerancia, la solidaridad, el espíritu de diálogo y la honradez, proporcionando además un valioso instrumento de aprendizaje.
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