Especial para Cambio Político
San José, 1957. La noticia sacudió a América Latina, el dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo había intentado asesinar al presidente José Figueres Ferrer. El fallido complot no solo confirmó los alcances del autoritarismo caribeño, sino que puso a Costa Rica en el centro de la defensa continental por la democracia.
Don Pepe no era un líder cualquiera. Jefe de Estado entre 1948 y 1949 al frente de la Junta Fundadora de la Segunda República, y presidente constitucional en dos periodos (1953–1958 y 1970–1974), su figura representaba una excepción en un continente plagado de cuartelazos y gobiernos de facto. Con un discurso democrático, reformista y firmemente anticomunista, Figueres irritaba tanto a los autoritarios de izquierda como de derecha. Pero nadie lo odiaba tanto como Rafael Leónidas Trujillo, el caudillo omnipresente que gobernaba República Dominicana con puño de hierro desde 1930.
Trujillo, cuyo régimen se caracterizó por asesinatos políticos, censura, represión brutal y culto a la personalidad, veía en Figueres una amenaza directa. En su paranoia, cualquier voz que apoyara la autodeterminación de los pueblos podía convertirse en un enemigo mortal.
El 17 de mayo de 1957, durante su primer mandato presidencial constitucional, Figueres fue blanco de un plan de asesinato orquestado desde Santo Domingo. Según reportes de inteligencia y documentos diplomáticos de la época, agentes dominicanos habían entrado a Costa Rica con la misión de ejecutar un atentado directo contra el mandatario. El plan, según se supo, contemplaba atacar al mandatario en un evento público o incluso mediante envenenamiento. Sin embargo, las autoridades costarricenses descubrieron la operación antes de que se consumara.
Las autoridades costarricenses detuvieron en San José a los sicarios cubanos Jesús González Cartas, alias El Extraño (hombre violento que después moriría acribillado en Miami), Herminio Díaz García (después sería guardaespaldas del gánster Santos Trafficante) y un tercer individuo apodado El Francesito. Este último podría ser Ernesto Puigvert Thron, de padres franceses. Era un individuo aventurero, agente político internacional de Trujillo quien anteriormente había sido oficial del ejército francés. Estaba casado con una dominicana y estaba internamente muy relacionado con el régimen.
El gobierno de Figueres acusó públicamente a Trujillo de estar detrás del intento de magnicidio. La denuncia provocó un amplio respaldo a Figueres en círculos democráticos de América Latina y Europa. Varios gobiernos, intelectuales y organizaciones internacionales expresaron su preocupación por el alcance transnacional del terrorismo político practicado por Trujillo.
Lejos de amedrentarse, Figueres reforzó su respaldo a los movimientos democráticos del Caribe. En los años siguientes, Costa Rica se convirtió en un santuario para líderes exiliados como Juan Bosch, opositor dominicano que más tarde llegaría a la presidencia tras la caída de Trujillo en 1961.
El gobierno de Costa Rica, fiel a su vocación democrática, rompió relaciones diplomáticas con República Dominicana como señal de repudio. El gesto fue valiente y excepcional en un contexto en que muchos países del hemisferio preferían guardar silencio frente a los excesos del régimen trujillista.
La Costa Rica de Figueres ofreció recursos, contactos internacionales y protección a los perseguidos de las dictaduras caribeñas. Años después, varios de ellos —como Bosch y Rómulo Betancourt en Venezuela— jugarían papeles claves en la democratización de sus países.
El fallido atentado de Trujillo no fue el único caso de intervención autoritaria contra Figueres. Pero sí fue uno de los más emblemáticos. Enfrentarse a uno de los dictadores más temidos del continente y salir ileso fortaleció la imagen internacional de “don Pepe” como paladín de la democracia latinoamericana.
Internacional de las Espadas
En las décadas de los años cincuenta y sesenta del siglo pasado, cuando una buena parte de América Latina, con la anuencia explícita del Pentágono, se hallaba secuestrada por dictaduras militares, existía la Internacional de las Espadas. Don Pepe fue uno de sus más odiados adversarios.
Era una especie de fraternidad, sin declaratoria oficial, que ofrecía ayuda mutua al círculo de dictadores de turno para frenar los avances de los movimientos que intentaban reponer las democracias. Del selecto club formaron parte en algún momento Duvalier en Haití, Somoza en Nicaragua, Pérez Jiménez en Venezuela, Rojas Pinilla en Colombia, Trujillo en República Dominicana, Stroessner en Paraguay, Fulgencio Batista en Cuba y Manuel Odría en Perú.
Fue esta internacional la que se encargó a través de la mano Trujillo, el dictador sangriento y lascivo protagonista de La fiesta del chivo de Vargas Llosa, de preparar los fallidos atentados contra José Figueres y Rómulo Betancourt, presidentes demócratas que le resultaban muy incómodos, porque habían erigido como doctrina internacional la negativa de mantener relaciones diplomáticas con gobiernos totalitarios, actuaran estos en nombre del comunismo, como el caso de Castro o “del orden, el progreso y el capital”, como el del matón dominicano.
El tirano venezolano Pérez Jiménez cayó en 1958, y la principal radio clandestina del movimiento insurreccional funcionó en “La Lucha”.
Este grupo intervino directamente en Costa Rica, ayudando a Calderón Guardia con soldados, armas y aviones, para la invasión al país de enero de 1955, conocida como la “Invasión del 55”.
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