La oposición en el Congreso no debe caer en el diálogo irrespetuoso, poco serio y burlesco
Por Fabricio Madrigal Valldeperas
En el 2012, cuando cursaba el tercer grado de la escuela, fui a una gira didáctica a la Asamblea Legislativa. Recuerdo haber recorrido la sala del plenario del antiguo Congreso y quedé impresionado ante la prestancia de aquel salón enmaderado.También por la elocuencia y la diplomacia con las cuales se intercambiaban argumentos, acalorados, naturalmente, pero siempre en el plano intelectual.
Ocho años después, tuve la oportunidad de realizar una pasantía ad honorem en la Asamblea Legislativa, y otra vez me impactó la elegancia, la diplomacia y la educación de muchos congresistas, cuyas discusiones técnicas exhibían altura mientras forjaban una arquitectura fiscal, en ese momento, para blindar al país de un posible cese de pagos, o investigaciones serias en busca de la responsabilidad política en las comisiones investigadoras de la UPAD y del caso Cochinilla.
Como es natural, en toda institución política, sobre todo en un parlamento, la homogeneidad no existe. Habrá congresistas poseedores de habilidades para la elaboración de proyectos de impacto sustantivo; otros, para el control político; otros, con una estrategia localista y alineada a los territorios que representan; y otros, con la habilidad suprema para auditar los expedientes, todos ellos igual de necesarios.
Sin embargo, no faltan quienes hagan el ridículo, esgriman argumentos vacíos y sin sentido. Estos son siempre minorías.
Por eso, con profunda tristeza, observo en la conformación de la Asamblea Legislativa actual una tónica rayana en el ridículo y una minoría en lo productivo.
Empezando por la fracción oficialista, que no tiene la entereza de declararse independiente por mera comodidad administrativa, cuando abiertamente apoya al ya casi difunto partido Aquí Costa Rica Manda, que ha comparado la explosión de la planta nuclear de Chernóbil con un posible incidente similar en las empresas ubicadas alrededor del terreno donde se va a construir el hospital de Cartago.
O la fallida reforma fiscal que proponía “incentivar” a las pymes aumentando los tributos, hasta las bochornosas faltas de respeto y gritos entre la misma fracción, lideradas mayoritariamente por su jefa, Pilar Cisneros. Todo ello que alguna gente aplaude.
¿Cómo es posible que en comisiones en las cuales han estado expertos académicos, autoridades de los supremos poderes o representantes de parlamentos extranjeros comparezcan troles, y más aún, que diputados se sientan orgullosos y tomen con seriedad a una persona con evidentes problemas psicológicos de mitomanía y agresión?
¿Cuándo se ha visto que en una discusión tan seria como la volatilidad del tipo de cambio la línea argumentativa sea exponer los números de teléfonos privados de diputados para que les escriban?
El común denominador de los debates son argumentos ad hominem. Algunas bancadas dicen que la institucionalidad es el obstructor del desarrollo, discurso que también en ocasiones se aplaude; sin embargo, el verdadero obstructor es la falta de conocimiento de la administración institucional y cómo enlazarlas para el bienestar (no confrontarlas).
La oposición no debe caer en el diálogo irrespetuoso, poco serio y burlesco. Más bien, debería aprovechar la trinchera legislativa, edificar formando un frente común, aprobar leyes que auspicien el desarrollo del país.
Es difícil, lógicamente, cuando la relación del Ejecutivo con la Asamblea es poco fluida e irrespetuosa, pero es su oportunidad para construir una buena imagen mediante proyectos de envergadura.
Obviamente, hay una minoría que destaca por su productividad parlamentaria y su estructuración operativa hacia una visión de país, desde el presidente, Rodrigo Arias Sánchez, hasta diputados opositores críticos como Andrea Álvarez y Vanessa Castro, o legisladores técnicos como Gloria Navas, Paulina Ramírez y, hasta su renuncia el mes pasado, Jorge Dengo.
Desafortunadamente, la tendencia y la mayor atención que atrae la Asamblea es por los gritos, las discusiones sin sentido, los espectáculos y los insultos.
Espero un cambio para que cuando un escolar vaya a recorrer el Congreso no regrese al aula con una impresión del Parlamento como centro de intercambio de improperios, sino del seno del debate político de altura en nuestro país.