Cuando aprendamos a ver con los ojos del alma

Óscar Arias Sánchez

Oscar Arias

Mañana, 3 de diciembre, Día Internacional de las Personas con Discapacidad, espero que la fecha nos sirva para reflexionar sobre la responsabilidad que tenemos en la concientización de los derechos de las personas con alguna capacidad diferente.

Mi interés en luchar por los derechos de estas personas data de muchos años atrás. En 1993 la gran soprano afroestadounidense Jessye Norman vino a Costa Rica a dar un recital en el Teatro Melico Salazar.

Jessye y yo habíamos participado juntos en varias actividades y la invité a que visitara Costa Rica y nos donara un concierto. Ella aceptó gustosa y fijamos el 2 de febrero de ese año para su presentación.

El recital fue un rotundo éxito y el dinero recaudado lo entregamos a dos organizaciones no gubernamentales que luchan por los derechos humanos de las personas en condición de discapacidad.

Hace unos días hice algo que no había hecho desde que se inició la pandemia de covid-19. Recibí en mi casa a un joven que quería conocerme y que le contara algunas cosas sobre el proceso de pacificación en Centroamérica.

Mi mayor alegría fue comprobar que quien salió ganando de este encuentro fui yo. Me maravilló ver el esfuerzo y dedicación que Julián pone en todas las cosas que emprende. El muchacho me mostró con su ejemplo que la imposibilidad de ver con los ojos del cuerpo no significa imposibilidad para ver con los ojos del alma.

Un mundo más justo y solidario. Bien sabía Antoine de Saint-Exupéry que lo esencial es invisible a los ojos. No importa la distancia a la que puedan ver nuestros ojos, será nuestra capacidad de ver hacia dentro de nuestro corazón y descifrar las secretas claves de nuestro espíritu lo que nos permitirá la construcción de un mundo más justo y solidario.

Por eso, para observar esa construcción, hemos de cerrar los ojos del cuerpo y abrir los del alma. Integrarnos, aunque sea momentáneamente, a ese grupo de nuestra sociedad que tanto nos ha enseñado: las personas invidentes.

No es con los ojos del cuerpo con los que podremos ver la forma en que el mundo, lentamente, silenciosamente, debe convertirse en un escenario de mayor hermandad.

No es con los ojos del cuerpo con los que podremos ver la manera en que Costa Rica debe volverse cada día más sensible, cada día más generosa, cada día más capaz de abrazar las más hermosas causas de la humanidad.

No es con los ojos del cuerpo con los que habremos de ver que nuestros jóvenes sean más respetuosos, que nuestras parejas sean más armoniosas, que nuestros niños sean más educados, que nuestros artistas sean más admirados.

Será cuando aprendamos a ver con los ojos del alma que podremos avanzar en la construcción de ese mundo más justo y solidario y, aunque no podamos verlo, ese día diremos, como Debravo, el amor bajo el hombre está creciendo.

Desafiar los oscuros vaticinios. Cuando aprendamos a ver con los ojos del alma podremos desafiar los oscuros vaticinios de aquellos que proclaman con prepotencia la muerte de Dios, la muerte del amor, la muerte de la verdad, la muerte de todo lo que es bueno y noble en esta tierra.

Ese día será una negativa rotunda para los pesimistas, será una negativa rotunda para aquellos cuyo afán por ver las sombras les impide ver la luz que hemos avivado en medio de nosotros: la enorme hoguera de ayuda generosa que da calor a nuestro hogar planetario.

Ese día veremos con nuestra alma cómo se derriban las paredes ideológicas y las paredes que ocasionan la discriminación a las personas en condición de discapacidad.

Existe una estrecha vinculación entre la ciencia y la tecnología y la integración social de este grupo de la población en condición de discapacidad.

Esta no es una relación única o novedosa. Desde el primer bastón que se diseñó, los primeros anteojos, las primeras sillas de ruedas, los primeros zapatos ortopédicos, la ciencia y la tecnología fueron puestas al servicio de quienes, por alguna razón u otra, gozan de capacidades físicas distintas a las de la mayoría.

Las grandes enciclopedias dirán que el cohete espacial es uno de los inventos más importantes del mundo, y tal vez tengan razón. Pero yo me atrevería a decir que también la andadera. Dirán que la clave morse significó un hito histórico en materia de comunicación, pero también el braille.

La unión entre la ciencia, la tecnología y la eliminación de toda forma de discriminación a las personas en condición de discapacidad puede producir resultados maravillosos, si existe esfuerzo y voluntad detrás de ellos.
El ingenio de Bell. Una anécdota me servirá para ilustrar este punto. En 1887, un capitán del Ejército estadounidense, preocupado por los problemas que tenía su hija para comunicarse, se puso en contacto con un célebre inventor: Alexander Graham Bell.

Bell es conocido internacionalmente por ser el primero en patentar el teléfono y el creador de muchos otros artefactos de telecomunicaciones, pero lo que pocos saben es que era un gran logopeda, un experto en enseñar fonética a quienes tienen dificultades para hablar.

Bell le recomendó al capitán llevar a la niña al Instituto Perkins para Ciegos, en Massachusetts. En ese instituto, la niña ciega y sordomuda conoció a la maestra que habría de enseñarle a leer, a escribir y a comunicarse con el resto del mundo.

Esa maestra era Anne Sullivan y la niña, Helen Keller, una de las mujeres más fascinantes que han ocupado las páginas de la historia, y cuya inteligencia, perseverancia y tenacidad nunca han dejado de impresionarme.

Alexander Graham Bell y Helen Keller siguieron siendo amigos durante toda su vida. Gracias a un famoso tecnólogo, una famosa persona ciega y sordomuda pudo asistir a la universidad, escribir varios libros, publicar cientos de artículos y convertirse en una gran activista política y defensora de los derechos humanos de los trabajadores en todo el mundo.

La unión entre la ciencia, la tecnología y la eliminación de toda forma de discriminación a las personas en condición de discapacidad puede producir resultados maravillosos, si existe esfuerzo y voluntad detrás de ellos.

Personas especiales. Homero y Borges fueron ciegos, Beethoven y Goya fueron sordos, Alexander Pope medía 1,37 metros de estatura, Demóstenes era tartamudo.

Estas personas especiales no solo fueron importantes en la historia de la humanidad. También fueron esenciales. A ellas les debemos muchos de los grandes adelantos de nuestras civilizaciones.

Asegurar que estas personas en condición de discapacidad disfruten de mayores espacios para aprender, para expresarse y para brindar su colaboración a nuestra sociedad no solo es nuestra obligación moral, debe ser también nuestro interés como personas y nuestro compromiso con el espíritu humano, con los valores y los principios que mueven el mundo, aunque no puedan ser percibidos por los sentidos.

No es con los ojos del cuerpo con los que podremos ver la forma en que el mundo, lentamente, silenciosamente, debe convertirse en un escenario de mayor hermandad.
Hago mías unas bellas palabras de Helen Keller que, hoy más que nunca, debemos recordar: «Todo pesimista hará que el mundo siga siendo como es. Las consecuencias del pesimismo en la vida de una nación son idénticas a las consecuencias en la vida de un individuo. El pesimismo mata el instinto que nos mueve a luchar contra la pobreza, contra la ignorancia y contra el crimen, y hace que se sequen todas las fuentes de donde brota la alegría en el mundo».

No permitamos que se seque nunca la fuente de nuestro optimismo y de nuestra solidaridad, porque de ella brotará mucho más que nuestra alegría: brotará un futuro más justo para la humanidad.

Expresidente de la República.

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