ARGENPRESS CULTURAL
La historia que nos narra esta película es una historia que a mi entender es atemporal, ya que si bien nos hace vislumbrar una época en particular, ella trasciende los años 70; entrar a la dimensión de esta película es ver una analogía contra el sistema, contra una sociedad que oprime, en este caso representada por un genial Jack Nicholson como McMurphy, personaje principal de esta adaptación de la obra de Ken Kesey, enfrentado a la enfermera Ratched, símbolo de autoridad interpretada de forma magistral por Louise Fletcher. El orden y las restricciones que operan en el hospital nos recuerdan las líneas de muchas sociedades. La individualidad de cada “enfermo” se vuelve conjunta y representa a aquella que busca por momentos adaptarse y sentirse parte de la sociedad y que por otros momentos se resiste y solo pide tolerancia. A través de los pasillos de un hospital psiquiátrico esta película cuestiona el sistema psiquiátrico norteamericano en tiempos donde los derechos humanos eran invisibles ante el avance tecnológico de los nuevos aparatos neurológicos.
Randall McMurphy cometió ciertos delitos por los que fue enviado a prisión. Una vez dentro, y a través de un comportamiento fuera de lo normal, consigue a cambio que lo envíen por un tiempo a un manicomio. McMurphy sospechaba que un encierro en un loquero sería más leve que el que podría sufrir en la cárcel. Sin embargo, no hay peor prisión que aquella que limita la capacidad de soñar. Su contagioso sentido anárquico pone en peligro la rutina del lugar y les da a los pacientes una bocanada de libertad. Se transforma en una especie de antihéroe que integra a los enfermos mentales y logra que el grupo comparta una causa, más allá de que cada uno parezca perdido bailando en su propio mundo.
La película tiene bastante que ver con la psiquiatría o más bien con el movimiento que surgió en Inglaterra, en manos del Dr. Cooper, llamado: la anti psiquiatría, la cual quiere romper con el statu quo de los enfermos mentales y, así mismo, con las atrocidades que suceden en los hospitales. Podemos definir la anti psiquiatría como un movimiento que se cuestiona las prácticas psiquiátricas tradicionales y la noción de enfermedad mental que se apoya desde mediados del siglo XIX. La anti psiquiatría es subversiva con respecto al represivo orden social burgués. Quienes se encuentran en este movimiento consideran que la enfermedad mental tiene una génesis fundamentalmente social y que la psiquiatría tradicional ha sido la culpable, a través de su doctrina y de sus actuaciones prácticas, de la perpetuación de un estado de represión ante el paciente psíquico. Una pieza clave en el desarrollo de este movimiento es la publicación en 1961 de Historia de la locura en la época clásica, de M. Foucault. Historia de la locura es una fuerte y desmitificadora obra contra la psicología y psiquiatría hegemónicas, pero su crítica transciende esta esfera: es un ataque a la racionalidad occidental.
Todas las autoridades de la sociedad, comenzaron a predicar desde finales de siglo 19 entorno a nuevos dioses: trabajo, ahorro, disciplina, puntualidad, orden, y salud e higiene del cuerpo. A la vez fueron diabolizados el ocio, el lujo, el juego, la suciedad y la casi ingobernable sexualidad.
El trabajo era el único medio de enriquecerse, todo se mide por la fuerza del mismo, había que honrarlo y era considerado la ley de la humanidad en aquella época. En una de las primeras escenas, se nos muestra la llegada de McMurphy al hospital en el que en primer lugar tiene una reunión con el Director del lugar. Allí comienzan a dialogar acerca de los motivos por los que McMurphy fue llevado al hospital. Entre lo mencionado, vale destacar que uno de los indicadores que podría ser síntoma de su locura es que se lo acusa de vago, esto se corresponde con parte del discurso civilizado de la época que consideraba que no había cosa más miserable que un hombre holgazán. Otros de los motivos por los cuales McMurphy iba a ser diagnosticado era porque se peleaba, dicho de otra forma: irrumpía contra el orden. En esta misma charla con el Director, mientras que conversaban acerca de la relación que McMurphy había entablado con una menor, en un tono de broma, el protagonista le pregunta “¿hay que ser piedra para no ser loco?”, lo curioso es que considero que esta frase, que en cuanto la escuché me hizo esbozar una sonrisa, es la clave de toda la película y de la lógica burguesa. Esta última impulsó la necesidad de una redefinición jurídica del loco para poder justificar su internamiento en un régimen que había proclamado la Declaración de los Derechos del Hombre. Y el discurso médico-psiquiátrico constituye esta justificación, que consiste en decir que se recluye a los locos no como una forma de impedir sus desórdenes y mantener la paz social sino por su propio bien, esto es, como una medida terapéutica indispensable. La medicina aparece en la película como la solucionadora de los problemas bajo un tratamiento de la enfermedad con mucha cientificidad y estructuración, en vez de permitir que los pacientes hagan lo que les hace feliz. De hecho en un momento dado de la película, cuando un personaje se encuentra muy inquieto una enfermera le dice:”se trata sólo de medicina, te va a hacer bien”, esta afirmación evidentemente responde a una realidad en la que prima la lógica positivista como forma de entender al mundo, aquello que postula el discurso medicinal se adopta como las normas válidas ya que es la episteme, la opinión hegemónica existente. Pero McMurphy no estaba loco y los doctores eran conscientes de ello pero no hacían nada al respecto. Por el contrario, cada vez que desobedecía las reglas le aplicaban técnicas médicas en contra de su voluntad.
La subjetivación es el proceso por el que, mediante los discursos institucionalizados, se determina lo que debe ser el sujeto, a qué condiciones está sometido, qué estatuto debe tener, qué posición debe ocupar en el complejo de relaciones de poder para llegar a ser sujeto legítimo de algún conocimiento. Es el proceso por el que se determinan las formas aceptadas de entenderse a uno mismo y al mundo, las formas legítimas de conciencia. En la episteme de esta época se cataloga de enfermo a aquello que al sistema le sirve para preservar el orden. A la vez que se construye la subjetivación del individuo también se califica la anormalidad y se trata de que ella sea visible, ya que si uno sabe que es lo que no debe ser, está más cerca de saber qué es lo que debe ser. Esta visibilidad también va a ser discursiva, el criminal es objeto de debate y será la ciencia la que establecerá un rol fundamental en la construcción del yo normal y el otro anormal: se va a comenzar a medicalizar lo funcional y lo disfuncional. La medicina va a ser aliada del poder, buscando cuestiones fisiológicas para justificar cuestiones sociales, convirtiendo de esa forma al cuerpo como una cuestión que no es inocente. Es así que se entiende al criminal como algo patológico, como que está loco, enfermo y que hay que ayudarlo; como éste se sale de la norma se prefiere creer que está loco antes que aceptar que hay gente que escapa de la norma.
Si bien la primera imagen que se nos muestra del hospital es hombres de tez negra limpiando, lo cual es una típica construcción social que dictamina que aquellos que son distintos son inferiores, a lo largo de la película vamos a dar cuenta que serán ellos junto con medicas y enfermeras mujeres los cuales van a ejercer autoridad en los pacientes. Considero que este hecho no es menor, lamentablemente las mujeres y las personas de piel oscura han sido colocados socialmente en términos de desprivilegio… y el hecho de que sean ellos quienes ejercen poder sobre los “enfermos” connota el grado de importancia social tan pequeño que se les da a aquellos que están encerrados en aquel hospital.
Según la cultura griega, el ámbito privado es aquel en que los individuos viven juntos llevados por sus necesidades y exigencias. Consideraban que los hombres debían controlar las necesidades vitales en el ámbito privado para luego poder adquirir la libertad en el espacio público. Por tanto, “ser pobre o estar enfermo significaba verse sometido a la necesidad física” (Arendt, La condición humana, p.44), lo que justificaría este recluimiento que sufren estos “enfermos” en el hospital. Respetando todos los clichés del modelo panóptico de control del que nos habla Foucault, la institución donde se encuentran internados mantiene la rigidez de las normas con precisión. El hospital en su funcionamiento puede resultar similar a una cárcel, el hecho de que haya rejas significa que hay una clara limitación de la libertad. Se busca mantenerlos adentro ya que el interior es un lugar de protección y seguridad, mientras que el afuera podría ser un lugar de amenaza.
La enfermera Ratched representa a la médica y a la psicóloga a la vez, posee una mente cristiana y puritana y no permite excesos en su pabellón. Propone como método de redención la terapia de grupo; “el examen de conciencia y la confesión se presentan como las dos condiciones capitales de la salvación” (Aries, Philippe y Duby, Georges. Historia de la vida privada. “Sociedad burguesa: aspectos concretos de la vida privada”. p.205), pero si prestamos atención en este mecanismo, habiendo estudiado las críticas que Foucault lanza hacia el psicoanálisis podemos deducir que al exteriorizar sus sentimientos uno los estructura a través del lenguaje por lo tanto es una forma de controlarlos; más aún cuando la terapia es en grupo, estás ante la mirada de TODOS, te están monitoreando y ante esa presión uno culmina por auto disciplinarse. No es solo el control que el otro ejerce sobre uno sino el control que uno ejerce sobre sí mismo por reflejo de las voces ajenas. En la terapia ellos se confiesan pero al enunciarlo lo visualizan y se castigan a sí mismos. Arendt entiende que no todo puede ser visto u oído por todos: hacerse público; hay cosas que no deben ser domesticas por el discurso ya que al ser propias del instinto deben quedar en el ámbito privado de cada uno.
En la primera oportunidad que la película nos muestra a los personajes haciendo terapia en grupo vemos la resistencia que ellos ponen en hablar, algunos incluso se esfuerzan por hacerlo pero culminan por desistir. El único que sí lo hace es Harding, el paciente que a lo largo de la película se nos muestra como más estructurado, en busca de responder a los parámetros que impone la sociedad, y el menos querido por sus compañeros. Al expresarse lo hace con un discurso muy rebuscado, discursivisado, repleto de palabras complejas que parecen embellecer su discurso pero lo único que generan es el rechazo de sus compañeros que no logran captar lo que éste quiere decir. El empleo de palabras sofisticadas por parte de éste puede deberse ya sea a: mostrar superioridad ante sus compañeros o, por el contrario o a consecuencia, a no querer asumir que al igual que ellos él tampoco quiere hablar y esconde detrás de las bellas palabras lo que realmente siente porque una parte de sí mismo no está tan segura de querer hacerlo.
En la terapia la enfermera Ratched propone hablar desde el corazón, estimula a los pacientes a que racionalicen todo aquello que sienten, sin comprender, como bien dice la banda argentina La Renga en su canción: El final es donde partí, “el corazón tiene razones que la propia razón nunca entenderá”; quizás no tiene sentido controlar lo irracional a través del discurso porque la propia persona prefiere permanecer con ello en su interior. De hecho un “enfermo” resulta mucho más coherente que la propia doctora cuando al ver que uno de sus compañeros se encontraba muy incomodo ante las preguntas que ella le lanzaba le pregunta “¿por qué hay que forzarlo a hablar?”. Pero ésta no es la única vez en que un “enfermo” parece reaccionar de forma más cuerda que la propia doctora; es memorable el momento en que uno de los pacientes reacciona ante la doctora y le cuestiona: “¿es de enfermo querer estar solo?”… por supuesto que no, el problema consiste en que la privacidad carece de visibilidad, por tanto al estar solo uno se podría librar del control. Como se puede apreciar en la película, el hospital no da cabida a la individualidad, todos los espacios allí son compartidos y de veras dudo mucho que ello sea algo inocente. Con respecto a esto, podemos deducir que tampoco los pacientes tienen la oportunidad de experimentar el placer solitario. Tanto Echeverría como Roman Gubern dan cuenta que cada vez resulta más irreal pensar al espacio privado y al público en términos oposicionales ya que discursos tales como el tecnológico son territorios públicos que comienzan a inmiscuirse en la esfera privada. Por tanto, el hospital es un espacio con grandes referencias públicas y privadas a la vez, ya que a la vez que desde ese espacio se los mantiene aislados de la sociedad, también son privados de su intimidad que es uno de los atributos por excelencia del espacio privado.
Henry Bergson considera que en el siglo 19 se la espacialización o geografización del tiempo: el reloj se relaciona con la visibilidad y nos disciplina ya que al ocupar un espacio y poder ser mirado nos volvemos objeto de él. A lo largo de la película se puede apreciar la estructuración horaria que hay dentro del hospital. La vida allí es una rutina con horarios que deben ser respetados a rajatablas, esto lo podemos apreciar desde un principio cuando marcan la hora de tomar la medicina. Aún así será en las reuniones de terapia cuando la obsesión por el horario va a quedar más traslucida; la enfermera Ratched va a hacer especial hincapié en ello: cuando McMurphy propone hacer un cambio en los horarios para poder ver un partido deportivo en la televisión, la enfermera Ratched se muestra muy resistente porque ello desordenaría los horarios ya establecidos. Así es que los pacientes impulsados por McMurphy comienzan a revelarse con argumentos validos que la enfermera hubiera preferido no escuchar: un poco de cambio no le hace mal a nadie. Finalmente la enfermera Ratched accederá a la posibilidad de cambio, pero no de otra forma que a través de una votación “democrática”. Finalmente, tras diversas trabas que la enfermera intenta ponerle a McMurphy, éste logra conseguir los votos necesarios, pero aún así la enfermera Ratched se excusará de permitirlo al argumentar que lo consiguió fuera del horario de la reunión (la reunión había terminado hacía segundos). El hecho de que la enfermera se muestre tan insistente en no permitir que los pacientes miren la televisión responde claramente al rol que Echeverría halla en medios tecnológicos, tales como la televisión: “se está produciendo una revolución doméstica (…) ello da lugar a que los hogares se conviertan en ámbitos de representación de la actividad pública, por una parte, pero también en focos de acción social” (Echeverría, Cosmopolitas Domésticos, p.62). Este hospital era el hogar de sus pacientes a los que básicamente se los tenía recluidos allí sin tener la menor conexión con el exterior para tenerlos absolutamente controlados, abcentos de cualquier tipo de libertad, ya que como manifiesta Hannah Arendt, basándose en la sociedad griega, es el espacio público en donde el individuo puede ser libre y encontrar la eudaimonia (felicidad) ya que allí, entre otras cosas, uno no está bajo el mando ni manda a nadie… contrariamente a lo que ocurría en el hospital. La televisión por tanto es un vinculo con el afuera que es reprimido.
Ya que no los dejan hacer lo que quieren ellos van a hacerlo a través de su imaginación; así será que McMurphy reproducirá un relato de un partido televisivo imaginario que les da una cuota de alegría a todos. ¿Se puede juzgar esto como anormal? Quizás son aquellos que no creen en los sueños los que no son realistas. McMurphy al tener una experiencia cercana con los “enfermos”, compartir con ellos, adentrarse a su mundo y ver qué es lo que reciben desde las autoridades del hospital, comprende que no se trata de enfermos ni de locos, simplemente de personas… ya que de cerca nadie es normal y desde lejos (como era el tratamiento que se les proporcionaba: frío y desarraigado) no se ve. Es así que en un momento dado de una terapia en grupo el protagonista le dice a sus compañeros: “¡No están más locos que cualquier imbécil que camina por la calle!”
La salida que McMurphy improvisa a los barcos nos hace constatar que ese era realmente el primer día libre que habían tenido sus compañeros. Hasta entonces, sus días libres respondían a la lógica de disciplinamiento: se planificaban, se estructuraban en horarios y los limitaban como personas. McMurphy aparece en esta escena como aquel que le da una dosis de emoción, aventura y credibilidad en sus capacidades a aquellos que siempre eran tratados como incapaces.
“El jefe”, un verdadero indígena nativo –cliché de la sociedad norteamericana-, se hace pasar por mudo, hace décadas que no emite palabra alguna y aparece como un personaje que se encuentra de cierta forma aislado del resto de los compañeros. Considero que el jefe tomó una decisión muy sabia.
Para Foucault el discurso existe para establecer control en la sociedad, en la medida en que uno empieza a hablar de cosas, las convierte en objeto de debate que es controlable. Quizás para resistir al control es conveniente resistir a la visibilidad por lo asociados que están estos conceptos. Cuando algo aparece visible la cultura lo captura por lo que hay poder en el anonimato, si uno se visibiliza su identidad pasa a ser un objeto más del mundo capitalista. Nosotros tendemos a creer que al hablar de nuestros problemas estamos evolucionando pero en realidad el hablar tanto culmina por reprimirnos.
La enfermedad y la suciedad se incluyeron en la esfera del “mal”. La sensibilidad “civilizada” se horrorizó ante la suciedad corporal y endiosó a la higiene y a la salud. La “higiene” fue mostrada por la ideologizada Medicina como la condición previa de la salud. La higiene física aparece en esta época como una metáfora de la higiene social: el que es sucio corporalmente, lo es también moralmente. Con limpieza del cuerpo me refiero tanto a los rituales de limpieza personal, como también a la limpieza del cuerpo a través de la actividad física y la relación con el placer sanitario. Una de las primeras imágenes que McMurphy ve cuando entra en contacto con sus compañeros del hospital es a los mismos imitando a la dura enfermera hacer gimnasia y disciplinar su respiración.
El hospital se presenta a lo largo de toda la película como un lugar pulcro, absolutamente limpio, prolijo, blanco. Sin embargo este orden queda desvanecido cuando McMurphy invita a sus dos amigas que vienen acompañadas de bebidas alcohólicas. Las amigas de McMurphy no representan el modelo de mujer proclamado por la burguesía ya que no eran recatadas ni obedientes, por el contrario representaban lo que ellos asocian con las prostitutas: solo cuerpo. En pocos segundos, los “prisioneros” al poder liberarse y excederse, convirtieron el lugar en un caos. Al otro día cuando la enfermera Ratched aparece y da cuenta de lo que ocurrió la noche anterior, simultáneamente las cámaras nos muestran su gorra de enfermera en el suelo pisoteado y sucio, símbolo que explica que fue lo que sucedió la noche anterior: se revelaron a la ley, a la autoridad, al disciplinamiento, al orden, a lo moderado.
Por más de que las leyes que operan en el hospital son exitosas porque aparecen naturalizadas, debemos dar cuenta que ellas son absolutamente construidas y forzadas, la demostración de ello queda constatada en la imagen del hombre de seguridad que estaba supuestamente controlando el orden del hospital la noche en que McMurphy lo torno en un boliche. Allí vemos como no se puede ser juez y parte, este hombre no se pudo mantener al margen de sus tentaciones (ni sexuales, ni con la bebida), y por ello tiro todo el orden por la borda.
McMurphy parece muy sorprendido al enterarse que la mayoría de sus compañeros están allí encerrados por propia voluntad. Pero si lo analizamos lentamente y pensamos en la presentación que nos hace la película de los personajes ello no resulta tan descabellado. Tomemos el caso del personaje de Billy Bibbit, todo indicaría que este joven muchacho optó por estar en el hospital para no ser visible ante su madre y de esa forma evitar su control. Tras haber desobedecido la norma y, en aquella noche de descontrol, tener sexo con aquella mujer que le resultaba tan atractiva, Billy se sentía muy feliz. Sin embargo, abruptamente esa satisfacción desapareció, la amenaza antipedagógica que le hizo la enfermera Ratched acerca de contarle el episodio a su mama va producir en Billy una vuelta a la norma. Pero la conciencia es aquello que duele cuando todas las otras partes de tu cuerpo se sienten muy bien; Billy no soportó esa carga, si lo que había vivido con esa mujer aquella noche era un sueño, no quería que nadie lo volviera a despertar, así que optó por el suicidio. El centro no hace más que omitir su función: ayudarlos a progresar. En las instituciones psiquiátricas clásicas como lo es esta, el sujeto internado es concebido siempre como “objeto” y no como “sujeto activo”.
El grado de racionalidad de la enfermera Ratched es tan extremo que llega a la irracionalidad misma. Parece increíble que tras el suicidio de Billy y el clima emocionalmente tenso que había en el hospital lo único que se dignara a decir fue: “que los hombres estén limpios y listos para la jornada; lo mejor que podemos hacer es seguir con la rutina normal”. Me pregunto qué se entiende por normal en este punto, qué se entiende por locura. La película nos permite cuestionarnos realmente qué es lo normal y qué es lo anormal a tal punto que cuando el Jefe mata a McMurphy, lo cual descontextualizadamente podría resultar terrorífico, nos da la sensación de que le está haciendo un favor, le agradecemos internamente por liberarlo de ese mundo.
“One flew over the cuckoo’s nest” es el verdadero título de esta gran película de Milos Forman que significa algo así como “Alguien voló sobre el nido del cuco”, frase que solo comprenderemos al ver el final de esta película. Cuando el Jefe se escapa lo hace arrancando el bebedero del suelo, lo cual parecía prácticamente imposible; el salir de ese lugar en donde parecía atrapado sin salida queda simbolizado con ese suceso. Cuando lo hace, empieza a correr fuertemente un volcán de agua el cual representa claramente la libertad, finalmente podría escapar de ese encierro, finalmente podría vivir con sus propias reglas. Con todo ese ímpetu el Jefe atravesó esa ventana hacia el exterior que en realidad era una vuelta hacia sí mismo.
Más que mostrar la locura mental de las personas, ésta película nos permite percibir la normalidad de ellas… considero que nadie es muy diferente a otro, ninguno está enfermo, simplemente no responden modelo de cordura creado por la cultura hegemónica de la época.
Comentario de Evelyn Einhorn (CINEFILOS Y CINEFILAS)
Referencias:
Arendt, Hannah. (1998). La condición humana. Editorial: Paidós. Barcelona, BS.AS, México.
Aries, Philippe y Duby, Georges. (1990). Historia de la vida privada. “Sociedad burguesa: aspectos concretos de la vida privada”. Editorial: Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara, S.A. BS. AS.
Echeverría, Javier. (1995). Cosmopolitas Domésticos. Editorial: Anagrama.
Forman, Milos. (1975). Atrapado sin salida.
Foucault, Michel. (1961). Historia de la locura en la época clásica.
Gubern, Román. (1987). El simio informatizado. “Claustrofilia versus agorafilia en la sociedad postindstrial”. Editorial: Fundesco, Madrid.