Carlota García Fernández
Ficha técnica
Dirección Werner Herzog
Música Popol Vuh
Sonido Herbert Prasch
Fotografía Thomas Mauch
Montaje Beate Mainka-Jellinghaus
Efectos especiales Juvenal Herrera / Miguel Vázquez
Protagonistas Klaus Kinski, Ruy Guerra, Peter Berling, Helena Rojo
Análisis
“Aguirre, la ira de Dios” (en Latinoamérica) o “Aguirre, la cólera de Dios” (en España) es sin duda una de las obras más controvertidas del séptimo arte, de las que amas u odias y a la que recomiendo enfrentarse con cierto conocimiento previo.
Werner Herzog, director de la misma, es uno de esos personajes que entran a formar parte de la Historia del Cine, digamos casi por casualidad. Vivió una infancia casi eremítica en medio de las montañas de Baviera, de las que descendió para realizar estudios en Munich, lugar en el que conocerá al actor Klaus Kinski. Ambas experiencias, como veremos a posteriori, serán de vital importancia en su obra. Pese haber cursado estudios en teatro y varios seminarios sobre cine, su formación cinematográfica será sin embargo fruto de la experimentación realizada en sus primeros cortometrajes, hasta que en 1972 estrenará esta película que le lanzará a la fama internacional.
En 1561 una expedición liderada por Gonzalo Pizarro, se adentra en la selva amazónica de Perú en busca de El Dorado, la mítica tierra rebosante de oro. La dificultad de avanzar por la selva hace que el grupo envíe una avanzadilla capitaneada por Pedro de Ursúa, en la que se encuentra Lope de Aguirre , pero ésta se verá igualmente incapaz de continuar, tomando Ursúa la decisión de regresar con el resto. Será entonces cuando Aguirre, movido por la sed de conquista, se levantará contra éste, protagonizando una rebelión que les llevará hacia la fatalidad.
Para protagonizar la misma, contará con su antiguo compañero de residencia Klaus Kinski. Ésta será la primera de una lista de colaboraciones y de una relación de amor-odio como pocas. Herzog conocía de antemano el carácter iracundo y violento del actor, motivo por el que ofreció el papel de Aguirre, que éste no dudó en aceptar. Si bien es cierto que la interpretación del personaje, a la que se une su indómito físico, resulta sobrecogedora, en todo momento no podemos evitar preguntarnos si realmente Kinski está interpretando al personaje o dando rienda suelta a su locura. Son muchas las anécdotas que circulan en torno al rodaje, entre ellas se dice que el fuerte temperamento de Herzog y Kinski les conducía a constantes enfrentamientos donde los gritos, insultos, golpes e incluso amenazas pistola en mano formaban parte del día a día del rodaje.
A Kinski le acompañan Helena Rojo como Inez, el también director Ruy Guerra como Don Pedro de Ursúa, Peter Berling como Don Fernando de Guzmán o Del Negro como el hermano Gaspar de Carvajal.
Al inicio de la película podemos ver cómo el cortejo de conquistadores españoles acompañados de indígenas esclavizados desciende por la ladera de una montaña. Cuando la cámara se va acercando vemos que soldados y esclavos portan numerosos enseres entre los que se incluyen una jaula con gallinas. En principio, esto pasaría por una simple anécdota, de no ser porque Herzog siente una curiosa fascinación por las aves y un visceral odio por las gallinas. Su aparición en sus películas es metáfora de la estupidez, según sus propias palabras. Tal vez con esta presencia, ya desde el inicio del film, el director nos esté hablando de lo ridículo de toda la empresa que se dispone a mostrarnos. Y es que el film describe cómo la ambición de seguir los pasos de Hernán Cortés hace que el ser humano sea conducido a la locura y la enajenación al adentrarse en un paraje inhóspito lleno de peligros.
Si dejamos a un lado la veracidad histórica, la epopeya está basada en el testimonio que se constata en el diario del fraile Gaspar de Carvajal en el que se describen las duras condiciones con las que hubieron de lidiar quienes acometieron la conquista del Amazonas.
Un rimo lento pero suficientemente fluido, en el que se mezcla el documental y la teatralidad casi shakespeareiana, hace que durante sus noventa minutos el espectador se sumerja en la angustia y desesperación de estar perdidos en medio de lo desconocido, sin rumbo, sin comida y sin esperanzas.
Con un escaso guión, la película se va abriendo paso a trompicones casi como los personajes en el interior de la selva. La dureza del rodaje en plana selva hizo que el equipo formado por ocho personas, tuviese que hacer frente a numerosas dificultades y percances, lo cual hizo de la improvisación una constante en el arriesgado rodaje. Así, la cámara sigue la aventura de los expedicionarios mostrándonos unas imágenes que hablan por sí mismas. La película irradia una extraña belleza que envuelve según avanza, con cámaras omnipresentes que presenta unos planos y movimientos brillantes dotados además de una magnífica fotografía que nos muestra el entorno selvático.
La hipnótica música original, una curiosa creación a base de melotrón y guitarra eléctrica, es obra de la banda de rock progresivo alemán Popol Vuh y que junto a los naturales sonidos de la selva, contribuye a transmitir la opresión en la que los personajes están sumidos. Además, a esto se une el silencio reinante, dada la falta de diálogo, determinada por la amenaza indígena a la que están sometidos y a la desesperación de la que son presa.
Situaciones surrealistas como en la que la cabeza decapitada continúa hablando o aquella extraña declamación que rezaba “Las lanzas largas están de moda”, incrementan el carácter extraño de esta magnífica obra cuya influencia visual le llegó al propio Coppola al dirigir su obra maestra “Apocalypse now” (1979).
Además la película hace hincapié y se pronuncia sobre otros temas como son la esclavitud de los indígenas y el maltrato que éstos recibían y cómo con el fin de conquistar nuevas tierras para explotar sus riquezas todo era válido, por supuesto, siendo todo ello en nombre de Dios, mostrándonos la permisividad de la Iglesia ante los abusos cometidos.
“Ya sabes que para mayor gloria de nuestro señor, Dios siempre estuvo del lado de los fuertes”.
Una película que en mi opinión, pese a su rareza, ha resistido bien el paso del tiempo. Narrada desde el punto de vista del siglo XVI en 1972, en pleno 2013 nos deja ver claramente que ha sido poco lo que el hombre ha evolucionado desde entonces, estando los temas que retrata de plena actualidad, tan sólo hemos de cambiar oro por coltán o petróleo y “voilá”.