Chile: ¿un nuevo espejismo?

Enrique Gomáriz Moraga

Enrique Gomariz

Tras la clara victoria del candidato de la coalición Apruebo Dignidad, Gabriel Boric, en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, con el 56% de los votos frente al 44% de su oponente, el derechista José Antonio Kast, ha surgido una interpretación de los resultados electorales que apunta convertirse en un nuevo espejismo de la realidad social chilena. Ese resultado sería la consecuencia de una enorme marea electoral que recoge intacto el espíritu de las protestas de 2019 (“no hay muro que detenga la crecida”), sobre la base de unas generaciones más jóvenes que superan las aspiraciones de la Concertación y forman una enorme base social sobre la que podrá apoyarse el presidente más joven de la región. Chile sería así, de nuevo, un ejemplo para la izquierda en la región.

Desde luego, no es la primera vez que el caso chileno aparece como ejemplo regional. Unas veces desde la izquierda y otras veces desde su versión opuesta. De hecho, durante más de treinta años, el “milagro económico chileno” se ofreció como modelo a seguir. Algo que fue aceptado en buena medida por los gobiernos de la Concertación. Sin embargo, el Chile que salió de más de quince años de la dictadura de Pinochet tenía mucho de espejismo, tanto en el plano sociopolítico como en el económico.

Sólo un año después de haber ganado el referéndum contra el dictador, varias entidades que habían promovido la cultura democrática en Chile, fueron conscientes de que el país que salía de la dictadura lo hacía con una ciudadanía donde se apreciaba un peso importante de personas no se interesaban en la política o bien la rechazaban, como lo hacía la retórica pinochetista. Eso se pondría a debate y aludiría al tema de la obligatoriedad del voto; finalmente se decidió descorrer el velo de la obligatoriedad para ver que había detrás. Y lo que se evidenció fue terrible: de un país donde votaba mas de los tres cuartos del electorado, cuando era obligatorio, se fue pasando progresivamente a la situación que se evidenció en 2020, donde la participación se situaba en el 40%, lo que significaba que las autoridades eran elegidas por menos del 20% de la población. Ello motivó el debate sobre el regreso al voto obligatorio, algo que el propio Boric aceptaba: “El voto obligatorio -afirmó- es un mínimo exigible en un largo camino de tareas, como la paridad y educación cívica. Reponer este voto obligatorio es un mínimo y no la solución”.

Pues bien, ese gran problema no se ha resuelto en estas elecciones. De hecho, el crecimiento de la participación apenas ha superado la mitad del electorado (un 55%), con lo que se evidencia la permanencia de enormes bolsones de población que se desinteresan de la política en democracia. Un abstencionismo electoral que se manifiesta en todos los sectores sociales, pero sobre todo en los más pobres. Un asunto que se relaciona con el de la amplitud de la base social del nuevo gobernante, que, vista como apoyo electoral, significa el 55% del 56% que ha votado, es decir, en torno al 27% del universo electoral. Buena parte del cual es un voto condicionado, como se verá más adelante.

Pero si en el plano sociopolítico Chile no era, en realidad, ejemplo de participación democrática, algo todavía más irreal era su éxito en el plano económico. El milagro chileno no era otra cosa que un gran espejismo. Recuerdo una conversación en el Santiago de 1992, cuando estaba trabajando en FLACSO Chile, con el agregado laboral de España en ese país, donde intercambiamos cifras sobre el abanico salarial chileno y coincidimos en que era de espanto: componía el abanico más abierto de las Américas, ejecutivos con sueldos de Nueva York y trabajadores con salarios de Guatemala. No había duda de que el milagro económico se basaba en una contención severa de los costes de producción. Nuestra conversación concluyó interrogándonos hasta cuándo podría durar ese modelo. Y lo cierto es que duró bastante mas de lo que preveíamos. Pues bien, este problema tampoco se ha resuelto con las pasadas elecciones. Y el aldabonazo que ha dado la caída de la bolsa de Santiago no ofrece buenos augurios.

Es decir, los grandes problemas que recibe Boric, tanto en el plano sociopolítico como en el socioeconómico, siguen constituyendo retos estratégicos. Y no es cierto que pueda enfrentarlos con una enorme base social de apoyo. Su caudal electoral, que apenas supera ese 27%, no es producto de un avance sustantivo entre la población ajena a la política. En realidad, el aumento de su apoyo refiere principalmente a un voto condicionado, cuando no prestado. Cierto, la victoria de Boric refleja ambas cosas: un incremento del voto que no había participado en la primera vuelta, y la captación del voto que antes había votado por otros partidos y principalmente de la Concertación. Pero los datos muestran que ha sido mucho más importante lo segundo que lo primero.

El estudio realizado tras las elecciones por la empresa Unholster, que ha desarrollado un algoritmo que procesa la información de las mesas que entrega el servicio electoral chileno (SERVEL), muestra que los 2.805.850 votos nuevos que ha recibido Boric en la segunda vuelta, han procedido sólo en un 28% de nuevos votantes que abandonaron la abstención, mientras más del 70% restante proviene de quienes votaron por otras fuerzas políticas, principalmente de la Concertación (un 42%) y un 26% (sorpresa) procedente del voto al candidato Parisi, además de un 5% que ha logrado atraer de quienes votaron a Kast en la primera vuelta.

Así, considerar que la ampliación del voto a Boric proporciona una amplia base de apoyo social al nuevo presidente resulta una distorsión. Como se ha visto, la disminución de la abstención sólo aporta un incremento reducido a su caudal electoral, mientras que su principal fuente proviene del voto a otros partidos en la primera vuelta. Y supone un desconocimiento de la dinámica política chilena, pensar que esos votos van a quedarse en el apoyo al nuevo presidente; lo más probable es que, tras la disyuntiva forzada de tener que elegir entre dos candidatos que no son de su preferencia, esos votos vuelvan a sus cabañas políticas tradicionales. Sobre todo, teniendo en cuenta que la correlación de fuerzas en el poder legislativo no es favorable a Boric.

Cuando se hace la pregunta: ¿Qué ha cambiado en este mes entre la primera y la segunda vuelta?, la respuesta guarda relación con los retos que ambos candidatos tenían en esta campaña: atraer a nuevos votantes, aumentando la participación electoral, y ganar el apoyo de las otras fuerzas políticas en liza. Ha existido el consenso entre los observadores de que ambos candidatos tendrían que competir por el voto moderado y todo indica ha sido Boric quien ha logrado tal objetivo. Algo que muestra una cintura política mucho más flexible que la de su oponente.

Ahora bien, ¿dónde se han producido los mayores desplazamientos tanto del voto de otros partidos como de los nuevos votos? Cuando se observa ese trasiego por edad y sexo, se aprecia que los deslizamientos mayores se producen entre las mujeres y los menores de 30 años. De hecho, la estructura etaria del voto en la segunda vuelta es ilustrativa: las mujeres y los jóvenes (hasta 30) apoyan a Boric en torno al 70%, ese apoyo entre los adultos (31 a 70) se reduce al 58% y en los mayores de 70 años gana Kast por una cifra similar (60%).

Tras el desvanecimiento de los anteriores espejismos (alta cultura política en democracia y milagro económico sostenible), quizás sea posible evitar uno nuevo consistente en imaginar un apoyo masivo al nuevo presidente (que sólo ha obtenido el voto de algo más de un cuarto del electorado) procedente del espíritu directo de las protestas de 2019 (cuando mas bien ha estado presente el temor a que se repitan) y basado únicamente en el apoyo de sus propias fuerzas (cuando la negociación con las fuerzas de la Concertación seguirá siendo decisiva). Ojalá las muestras de serenidad que ha dado Boric en sus primeros discursos respondan a una comprensión efectiva del escenario político real, evitando así dejarse atraer por ese nuevo espejismo que hoy promueve buena parte de la izquierda radical del continente.

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