Paul Walder
El movimiento popular que recorre Chile desde el estallido social del 18 de octubre se desplaza como una entidad con vida propia. En este proceso ha podido recogerse, ampliarse, ocultarse y abrirse hacia nuevas expresiones. Desde hace ya casi dos meses, el movimiento no ha dado tregua.
Sin partidos ni líderes, sin conducción visible, avanza y crece. El viernes pasado nuevamente la Plaza de la Dignidad recibió a medio millón de personas, una deriva esta vez reforzada por los cantos y la música. Las expresiones artísticas, como también las millares de convocatorias desde colectivos y movimientos populares, moldean desde abajo otro país. La fuerza que emerge desde las bases, que ha reconocido a un país como nunca en treinta años, tiene aterrorizada y cada día más arrinconada a las elites.
Desde hace dos meses Chile ha liberado sus dolores y frustraciones. Nos hemos puesto de cabeza en un movimiento que nos ha revelado y transparentado como personas. Porque aquellas frustraciones y dolores no son individuales, sino comunes. No son el error, el fracaso individual, sino el sometimiento, la esclavitud colectiva. En dos meses hemos aprendido más política, de la verdadera política y no de los consensos parlamentarios, que en los últimos treinta años. Un país que hace pocos meses solo hablaba de consumo y deudas hoy discute sobre asamblea constituyente y sobre cómo levantar una sociedad más justa e igualitaria.
El movimiento 18-O no da tregua porque la contraparte, que no solo es el gobierno, sino el mercado y el Estado, no tiene respuesta. La gran defensa del modelo neoliberal y de sus representantes políticos, ha caído derrotada porque no tiene propuestas. La economía de mercado, imbricada con todas las instituciones, las normas y el Estado mismo bajo la constitución neoliberal, no podrá satisfacer jamás las demandas de la población. No lo hará porque su diseño y objetivo no es ese sino el lucro y la máxima rentabilidad de sus inversiones.
Lo que vale para las pensiones de miseria vale también para los recursos naturales, el ambiente, las ciudades y los territorios. Del mismo modo como el modelo de mercado globalizado se ufanó de haber llegado a todos los rincones del planeta y convertir en consumidores y deudores a todos sus habitantes, hoy, tras los efectos de esta delirante y perversa codicia, recibe el repudio desde todos aquellos espacios presentes. Sin respuestas reales, la ira de la población levantará tremendas y crecientes tempestades.
El pueblo movilizado apunta y denuncia a un régimen, que representa en estos momentos Sebastián Piñera. El millonario y apostador en grandes mercados, ha hecho lo único que sabe hacer: especular, que es también mentir, manipular los tiempos, las comunicaciones y las emociones. Y en este proceso, que tiene como fin primordial y último el rescate del orden de mercado tal como ha existido durante las últimas cuatro décadas, ha errado y magnificado la crisis.
Piñera, ese hábil especulador de mesas de dinero, ha mostrado en un tiempo récord su escaso espesor moral. Desde el estallido de octubre Chile bajo su gobierno ha resucitado los fantasmas más crueles de la pasada dictadura. Cuántas veces gritamos “Nunca Más” y cuántas veces hoy se han violado de forma reiterada, diaria, los derechos humanos de la población. El resguardo de un orden económico y político no merece las decenas de muertes y miles de mutilados, heridos, golpeados, violados, y detenido. No merece que el pueblo sea víctima de su guerra y sus masivas persecuciones. Piñera, efectivamente, le ha declarado la guerra a su pueblo.
Como fiel representante de este régimen, Piñera no accederá a ninguna demanda. Bajo su gobierno no se acabarán las AFP, no se pondrá fin al lucro en la educación ni la salud, ni a los créditos usureros ni a un país y una sociedad que vive bajo las órdenes de los grandes capitales y del lucro generalizado. En este momento él y su gobierno son un dique que frena las demandas ciudadanas. Una contención que no considera el aumento diario de la presión.
La semana pasada ocurrió uno de los eventos más graves, aun cuando predecibles, del proceso iniciado en octubre. El rechazo a la acusación constitucional contra el presidente Piñera por parte de toda la coalición oficialista de Chile Vamos y con la necesaria ayuda de ocho diputados opositores, hoy apuntados por el pueblo en redes como “traidores”, ha sido el candado a este muro de contención.
Una clausura que evita dar curso a las demandas de la población movilizada y de paso pulveriza a gran parte de la clase política que cierra filas con el gobierno. El rechazo a la acusación contra Piñera se suma a dos eventos anteriores de similares características, cuales fueron el acuerdo constituyente de noviembre y la votación por la agenda represiva presentada por Piñera. Es una regresión a las nefastas políticas de los consensos, pacto entre las elites y los grandes poderes en las sombras.
Con el rechazo a la acusación constitucional contra el presidente, la clase política en el Congreso justifica las violaciones a los derechos humanos y cierra la posibilidad de dar cauce a cambios políticos y económicos de mayor profundidad. Una opción que busca retardar una crisis política que tarde o temprano será inevitable.
– Escritor y periodista chileno, director del portal politika.cl, analista asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, estrategia.la)