Tenía por costumbre visitar en su bufete al Licenciado don Cleto González Víquez, de quien era uno de sus mejores amigos. Un buen día le hizo la siguiente confesión: —»‘Don Cleto: el poeta Hoyos se va quedando sin sombrero»…
El Licenciado González Víquez, con aquel corazón tan grande que tenía, señalándole la paragüera, le dijo:
—»Tome ese sombrero de pita y póngaselo».
El «Montecristi» acababa de salir de la sombrerería de don Juan Camprubí y estaba como nuevo.
El poeta Hoyos se lo puso y salió a la calle a dar un paseo por la Avenida de las Damas. De repente oyó como si una gota de agua le hubiera caído en el jipijapa». Lo cogió con gran cuidado de las alas y viéndolo, después de que un pajarillo lo había «ensuciado», exclamó, todo entristecido:
—»¡¡¡QUE TAL SI LAS VACAS VOLARAN!!!