Así el caso de un señor, cuyo nombre nos reservamos y que en la primera administración de don Cleto González Víquez, fué nombrado por éste Inspector de Hacienda en uno de los puertos de la costa del Pacífico, con el grado militar de teniente.
Poco a poco fué creciendo en él la gana de ascender en rango. Quería ver su nombre en el escalafón de oficiales con una más alta graduación. Soñaba con ascender. Clamaba por ascender. Y traía loco a don Cleto suplicándole un ascenso.
Por fin, una mañana, mientras el señor Presidente de la República desayunaba, se presentó el edecán de servicio, y le dijo: «Don Cleto, ¿qué hacemos con fulanito? Aquí tengo su último telegrama en que suplica una vez más un ascenso».
Y don Cleto, con una sonrisa lo más socarrona que pudo ser, ordenó:
—»Contéstele por última vez y dígale que lo único que puedo ofrecerle para que ascienda, es TRASLADARLO A CARTAGO. COMPRENDERA QUE NO ES POCO»…
(1440 metros sobre el nivel del mar).