Cuentan que cuando hacían buenas migas Miguel Angel Obregón (El Cholo) y el filósofo Vincenzi, el segundo quiso obsequiar al primero con uno de sus libros, y en efecto, se lo entregó en propias manos.
El Cholo tomó el volumen con cierta desconfianza. Miró y remiró las páginas del comienzo y del fin. Reflexionó unos instantes, y súbitamente, llamó a grandes voces a su amigo quien ya se retiraba.
Obregón, con cara acontecida, le dijo al filósofo, según testigos presenciales:
—»Mejor poneme la dedicatoria. NO QUIERO QUE ALGUIEN VAYA A CREER QUE LO HE COMPRADO».