Una vez, estando en la ciudad de las flores, en Heredia y de temporada, fué invitado a una boda en que la nota de originalidad la constituían las edades de los contrayentes: el novio pasaba de los sesenta y la novia de los cincuenta años.
Como se estilaba entonces, después de la ceremonia hubo una cena. Pío Víquez asistió, y a la hora de los brindis, alguien que conocía la donosa fama del ingenio de este poeta y escritor, le pidió que brindara. Fué tanta la insistencia del consenso, que el solicitado no pudo excusarse y pronunció estas intencionadísimas palabras:
—»Señoras y señores: BRINDEMOS POR LA RESURRECCION DE LA CARNE».