—“Resulta que en cierta ocasión, —narraba él mismo—, llegué a Jesús María con mi rifle, mi machete y mi kodak. Busqué unos cuantos muchachos para que me acompañaran a rastrear algún venado o lo que fuera. Salimos temprano. Yo iba delante de ellos dando vueltas y más vueltas en busca de algún animal digno de un tiro. Pasó el tiempo. Nos disponíamos a almorzar cuando se me ocurrió hacerles una foto para recuerdo. Los puse en fila frente a mí, me eché el rifle al hombro y al montar la cámara para retratarlos los vi abrir desmesuradamente los ojos y bocas y arrancar en veloz carrera cada cual por donde pudo. Desaparecieron como alma que lleva el diablo sin atenderme. Entonces guardé la kodak y me senté a almorzar solo».
Por la noche, ya en la casa de la finca, el amigo Waldemar Walmar seguía riéndose a mandíbula batiente, comentando la ignorancia de esos muchachos que se habían horrorizado con una simple máquina de retratar.
¿Ignorancia? Posiblemente el tigre que apareció tras unos árboles también se asustó y decidió esfumarse.
¿En qué forma pudo el recordado amigo vivir para contarnos la anécdota?
Tomado del Anecdotario Nacional de Carlos Fernández Mora. Dibujos de Noé Solano. Usado con autorización.