Uno de estos muchachos que comenzaba a escribir versos, invitó una noche a su casa de habitación al poeta Echeverría para leerle un poema.
Acudió solícito el glorioso bardo a la cita. El joven comenzó a leer su poema mientras su invitado se arrellenaba en los blandos cojines de un sofá.
Entusiasmado, el jovencito declamaba, declamaba ante el silencio del poeta Echeverría, silencio que consideraba aprobatorio y hasta admirativo, pero un ligero ruido le hizo volverse:
—“Aquileo J. Echeverría roncaba plácidamente” …
Tomado del Anecdotario Nacional de Carlos Fernández Mora. Dibujos de Noé Solano. Usado con autorización.