—“¿Pero cómo queréis que os ayude, hijas mías?; eso es algo mal hecho y yo no me presto a la mentira”.
—“Vea, Padrecito —dijo una de ellas— háganos el favor. Usted se arrolla el tejido sobre la cintura, se baja luego la sotana y ya está… nadie lo va a registrar”…
Entonces el sacerdote les responde:
—“Pero… y si me registran, si simplemente me interrogan, qué creen ustedes que voy a hacer?”. Les juro que allí mismo digo a verdad”.
—“Bueno, Padre Vilá, qué le vamos a hacer, haga usted como quiera, pero ayúdenos por favor”.
El sacerdote cogió el encaje, lo arrolló sobre la cintura, bajó a sotana y se puso camino de la Aduana con las dos parientes. El Inspector revisó las valijas con el mayor detenimiento y les dio el pase. Pero al ver al Padre Vilá que observaba la escena con toda tranquilidad, le dice, en tono de broma:
—“¿Y a usted, Padre Vilá, no hay que examinarle nada? ¿No traerá algo escondido por ahí?”.
El Padre Vilá, encarándose con el empleado de Aduana le dice:
—Si, hijo mío, aquí bajo la sotana traigo una pieza de encaje”…
Y el Inspector, rojo como un tomate, soltó una estrepitosa carcajada diciéndole al sacerdote:
—“Ah, qué padrecito más chusco… ESA SE LA ENCAJA USTED A SU ABUELA”.
Tomado del Anecdotario Nacional de Carlos Fernández Mora. Dibujante: Noé Solano V.
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