Después de una permanencia de varios meses, el joven sacerdote regresa a San José, visita el Palacio Arzobispal y le dice a Monseñor Stork:
—“Monseñor: le ruego trasladarme a otro curato”.
El señor Obispo, muy extrañado, e intrigado por las palabras del curita, le responde:
—“¿Y por qué, padre?”
Entonces, el joven sacerdote, con sonrisa maliciosa, exclama:
—“Porque en el pueblo que sirvo a la Santa iglesia, no hay almas que salvar: todas están perdidas, Monseñor”…
Tomado del Anecdotario Nacional de Carlos Fernández Mora. Dibujos de Noé Solano. Usado con autorización.