Algo que distinguía al señor Saborío era su gran corazón caritativo.
Nos contó uno de sus amigos, que don Ceslao tenía varias casas de alquiler al sur de la ciudad de San José y que uno de sus inquilinos atrasaba grandemente el pago de los arrendamientos. Le llegó a deber al señor Saborío hasta un año completo de las mensualidades correspondientes.
Fue entonces cuando don Ceslao encargó a su hijo, el Licenciado don Alfredo Saborío Montenegro la presentación del desahucio contra el moroso inquilino. Don Alfredo de inmediato entabla la demanda respectiva por incidentes del demandado, logrando que se ordenara el lanzamiento del arrendatario incumplido, pero éste, conocedor de la cuerda sensible del corazón de don Ceslao, el mismo día en que le ordenaba la autoridad judicial desocupar la casa, se presentó en la residencia del señor Saborío llorándole lástimas y alegando que su mujer estaba en cama y seis hijos obligados a quedar sin techo.
Don Ceslao, aquél hombre de gran corazón y de sentimientos, volviéndose al inquilino, le dice:
«Mirá, metete en esta otra casa mía que está desocupada, pero no le digás nada a mi hijo Alfredo» …
(Así eran estos hombres de antes, aunque robledales de la montaña, tenían hecho de cera el corazón).
Tomado del Anecdotario Nacional de Carlos Fernández Mora.
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