Entre los ediles había un señor renuente a cumplir la disposición; se trataba de persona de importancia en la ciudad, a más de ser buen amigo del Gobierno. Con respecto a su físico era éste de un color pasadito de fuego, es decir, achocoladito.
En alguna oportunidad que sesionaba la Honorable Corporación Municipal, don León pusose inmediatamente de pie y sonando una campanilla, dirigiose a sus colegas, diciéndoles:
—»Señores munícipes: las tinieblas han invadido nuestro recinto, por tal motivo se levanta la sesión»…
(El señor edil aludido retirose bastante amoscado y fue a dar la queja a su protector el General don Tomás Guardia, desde luego sin resultado alguno).