Una mañana fue a las oficinas de la Imprenta Nacional a buscar a su Director don Abel Castillo Solano con el propósito de indagar acerca de la publicación de un folleto conteniendo la Ley de Transportes, que le urgía mucho consultar.
Al acercarse a la oficina de los Diarios Oficiales, el Jefe de ese Departamento le indicó que el despacho del señor Director de la Imprenta se encontraba en la planta alta del edificio.
El poeta Alpírez Garay subió las escaleras y al encontrarse frente a frente con el Director, le espetó la siguiente pregunta:
—»¿Es acaso éste el Castillo de don Abel?»…