Todos se hacían lenguas de la galanura de expresión y del conmovedor patetismo que el padrecito alcanzaba en tales piezas oratorias, y se cuenta que los mismos intelectuales de la época asistían complacidos a escucharlas. Entre los valores intelectuales que asistían a esos sermones, figuraba en primera fila el recordado Maestro don Antonio Zambrana.
Hasta que un año se notó entre las personalidades dichas cierto enfriamiento, cierta desilusión acerca de las dotes tanto tiempo admiradas del Padre Vilá. Hasta se citó quien, en alguna tertulia, comentó categóricamente: —»Ya el Padre Vilá no es lo que era. Su sermón de este año deja mucho que desear respecto de los años recientes»…
Y no faltó el oficioso de siempre que corriera a contárselo al padrecito, quien se concretó a decir:
—»Gracias a Dios. Confieso que los elogios que en años anteriores me hicieran, halagaban mi amor propio. Empiezo a expiar cumplidamente ese pecado de vanidad».
Tomado del Anecdotario Nacional de Carlos Fernández Mora. Dibujantes: Noé Solano V., Alvaro García (Garlo) y Juan Manuel Sánchez. Usado con permiso. Todos los derechos reservados.